La discrepancia del último barómetro publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el de octubre, con otras encuestas de intención de voto llevadas a cabo por empresas privadas por encargo de diferentes medios de comunicación, ha vuelto a desatar un vendaval de críticas contra el organismo público que se encarga de pulsar la opinión de los ciudadanos, en el punto de mira de casi todos los partidos y de especialistas en demoscopia desde que lo dirige Félix Tezanos.
Esta vez, un dato ha llamado la atención sobre todos los demás: el contraste entre el recuerdo de voto expresado por los encuestados y el resultado real de 2023. Si las 4.000 personas seleccionadas para la encuesta fuesen una muestra representativa, el 33% de ellas deberían responder que hace dos años votaron al PP y un 31,6% que al PSOE. En cambio, de los encuestados, un 38,8% dijo recordar haber votado al PSOE (una sobrerrepresentación de más de siete puntos porcentuales) y apenas un 18,9% aseguró que había votado al PP (catorce puntos menos que el dato real de 2023).
Esa sobrerrepresentación tan abultada de votantes socialistas en la muestra es a la que casi todo el mundo culpa de las conclusiones del CIS en intención de voto: un PSOE al alza (34,8%) y un PP a la baja (19,8%), una diferencia enorme que está en las antípodas del resto de estudios demoscópicos publicados en las últimas semanas.
Un ejemplo para entender la necesidad de corregir una muestra: el CIS distribuye sus 4.000 encuestas entre todas las comunidades, Ceuta y Melilla, buscando ajustes de población. Pero no siempre obtiene la cifra de respuestas diseñada. Por eso las pondera para corregir el error, aumentando o disminuyendo su peso sobre el total.
Es verdad, como señala Rafael Ruiz, consultor, analista de datos en Logoslab y colaborador de infoLibre, que las conclusiones del CIS no invalidan los microdatos recogidos por los encuestadores del centro. “A mí me gusta hacer siempre pedagogía. Porque una cosa son las estimaciones de Tezanos y otra la labor imprescindible que realiza el CIS”.
Ruiz recuerda que los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas son los que cuentan con una mayor fiabilidad muestral, que alcanza en torno a las 4.000 entrevistas, muy por encima de cualquier empresa o instituto privado. Eso permite márgenes de error del 1,5 o el 1,6%, y hacer “segmentaciones por colectivos que de otro modo serían muy difíciles”: por sexo, por edad, por ocupación o por estatus socioeconómico, por ejemplo. Son, además, encuestas telefónicas, que tradicionalmente aportan un menor sesgo que las que se hacen online, explica. “Esa brecha es verdad que se ha ido reduciendo con el tiempo y acabará siendo inexistente, pero todavía hoy impacta”.
La credibilidad del trabajo de campo
“A mí sí me merece toda la credibilidad el trabajo de campo que ofrece el CIS. El problema del CIS no es ese, porque yo ahí pienso que los técnicos hacen un buen trabajo y la materia prima es de calidad. Tampoco la transparencia, puesto que ellos ofrecen tablas y microdatos anonimizados, la fuente bruta de información. Con los microdatos cada uno hace sus correspondientes análisis, aplica sus técnicas correctoras y con eso no tienes que pasar por el aro de la interpretación”, añade Ruiz.
Si tienes una muestra cuyo recuerdo de voto no se corresponde con el voto real de 2023, lo que tienes que aplicar son ponderaciones. Lo mismo sucede si su composición no está bien repartida por el territorio; si no tiene el peso correcto de hombres o de mujeres, o de grupos de edad o de profesiones y estudios. Para que no haya sesgos, hay que diseñar bien esa muestra y corregir cualquier desviación utilizando otros datos estadísticos.
Toda encuesta, explica Rafael Ruiz, requiere un control que en muchas ocasiones obliga a un ajuste, que a veces es menor y a veces mayor. “Y para dar la estimación de voto hay distintas técnicas que pueden aplicarse, todas ellas encaminadas a construir una matriz que sea reflejo del comportamiento político y social que se estudia”. Por ejemplo: según su experiencia, “en la mayoría de encuestas telefónicas, desde hace décadas, cuando se pregunta el partido por el que se votó en las últimas elecciones, sale sobrerrepresentado el PSOE. Si eso no se corrige, te lleva a ofrecer unos resultados que están sesgados a favor del PSOE”.
Eso no solo tiene consecuencias sobre la estimación de voto que hace el CIS, sino también —y esto es algo “grave que sucede en el CIS y de lo que nadie habla”, subraya— sobre otro tipo de estimaciones que hablan de la relevancia que los ciudadanos dan a los problemas. “Afecta a todo el cuestionario”.
Hace unos años, recuerda, Ciudadanos salía siempre sobrerrepresentado en las encuestas online porque la tipología de personas que respondía a esos estudios era más cercana al partido de Albert Rivera. “Incluso si aplicabas las correspondientes cuotas, por ejemplo la de edad. Podías encuestar a personas mayores, pero ese tipo de mayores era más cercano a Ciudadanos que los mayores que podías encontrarte mediante la herramienta telefónica. Si no corregías eso, Ciudadanos salía sobrerrepresentado”. Ahora, señala, “sucede también con Vox en las encuestas online”. Para solucionarlo, insiste, técnicos y analistas van metiendo elementos de corrección en busca de “una foto final” lo más certera posible.
Cristina Monge, politóloga y profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza, está entre quienes se preguntan, teniendo en cuenta la desviación de la muestra, qué grado de fiabilidad hay que esperar de lo que el CIS nos dice, por ejemplo, del porcentaje de españoles nostálgicos del franquismo (22%). Si los socialistas están sobrerrepresentados, razona, ¿es posible que la proporción de quienes añoran la dictadura sea mucho mayor? Ella está convencida de que ese porcentaje no puede ser más abultado. “Si se hiciera el ajuste correspondiente, todos los resultados globales variarían”, confirma Rafael Ruiz.
Dónde no hay sesgo
¿Dónde no hay sesgo? En las opiniones que, por ejemplo, manifiestan los votantes del PP sobre Alberto Núñez Feijóo, porque ahí no es relevante que estén sobrerrepresentados en el total de la muestra. “Ahí sí que el dato es mucho más riguroso, porque ese no está sesgado. Tendrás más o menos respuestas, pero no hay desvío”.
Otro problema habitual, explica el analista de Logoslab, es que “a la gente no le gusta decir que es abstencionista. Y sale menos abstención y más tasas de participación de las reales. Pasa mucho online. Y eso, claro, siempre hay que corregirlo. Por eso cada herramienta tiene sus pros y sus contras”.
¿Con qué nos quedamos, entonces? Ruiz recomienda fijarse en las tendencias. La principal: el crecimiento de Vox, que va parejo al retroceso del PP, lo que lleva a los de Feijóo a estar virtualmente en empate técnico con el PSOE. El partido de Pedro Sánchez se está recuperando, atrayendo votantes que se habían ido a la abstención (o a partidos minoritarios, nacionalistas y regionalistas) tras las noticias sobre Santos Cerdán.
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Con estos sesgos, sin embargo, es imposible saber a ciencia cierta cuáles son las preocupaciones reales de los españoles. El sesgo muestral que se traslada a las conclusiones extiende las sospechas sobre otras muchas variables, incluida la formulación de las preguntas. A Cristina Monge le llama mucho la atención que el bruto de intención de voto, que en el CIS hablaba de empate técnico desde abril, sea ahora compartido por casi todos los estudios demoscópicos privados, como 40dB o Gesop. Y eso a pesar del sesgo. “¿Qué está pasando?”, se pregunta.
La preocupación sobre el cambio climático, por ejemplo, ha cambiado mucho a pesar de que, en teoría, España ha tomado bastante conciencia del problema tras la dana de Valencia o los incendios de agosto. Antes estaba mucho más arriba. Ahora mismo es residual: el CIS dice que solo el 0,7% lo sitúa entre los tres problemas que más les preocupan. En el puesto 37 de la tabla.
“Es cierto que hay un bajón importante de las referencias al cambio climático y al medio ambiente, de un 7% en septiembre a un 1% en este mes”, explica Ruiz. Pero hay que tener en cuenta que “ya ha pasado el terrible verano de los incendios, que disparó la preocupación”. Es una tendencia, dice, que se repite en 2023, 2024 y años anteriores: pasado el verano, pasa la preocupación, a no ser que se trate de un año de sequía. También es cierto que la preocupación por el cambio climático “nunca se ha situado muy arriba en esa pregunta: menos de un 5% como promedio este año”.
La discrepancia del último barómetro publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el de octubre, con otras encuestas de intención de voto llevadas a cabo por empresas privadas por encargo de diferentes medios de comunicación, ha vuelto a desatar un vendaval de críticas contra el organismo público que se encarga de pulsar la opinión de los ciudadanos, en el punto de mira de casi todos los partidos y de especialistas en demoscopia desde que lo dirige Félix Tezanos.