Tiene miedo a que las cosas se líen, que España está últimamente muy crispada, muy escorada hacia los extremos, lo leyó en el periódico. Tuvo ganas, una vez, hace mucho, de que las cosas cambiaran, pero eso ya pasó.
Iglesias y los suyos me recuerdan a los protagonistas de Cowboy de medianoche, sobre todo porque la cuestión ya no es si ganan o no unas elecciones, sino preguntarse cómo pueden seguir de pie a estas alturas de la pelea habiendo recibido tantos golpes.
Hoy ya no creemos ni en aquel pobre nazareno ni en los ojos de Kirk Douglas. Cuídense del que cree con un fervor ciego en algo. Cuídense más aún del que no cree en absolutamente nada.
En España, si atendemos a los partidos que han intentado ocupar esa posición, podríamos aventurarnos a decir que el centro es simplemente la derecha que ha querido pasar por moderna dejando de dar gritos y guardando en el cajón el rosario.
El 4 de mayo se juega la primera mano de una gran partida en la que se decidirá algo más que el Gobierno autonómico madrileño, en la que nos jugamos si el país profundiza ese cambio o involuciona hacia algo diferente, más oscuro, de lo iniciado en 1978.
Se diría que nuestro país ha entrado también en una crisis de la mediana edad constitucional donde nuestra sociedad se está empezando a comportar de una manera más atolondrada de la que realmente nos podemos permitir.
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