tintaLibre

La noción de habitar

La plaza Mayor de Madrid durante el pasado mes de abril.

Donatella Di Cesare

Es sabido que toda crisis conlleva siempre la posibilidad de un rescate. La violenta pandemia global, un acontecimiento que ha dejado ya una huella imborrable en el siglo XXI, ha encasquillado el engranaje de la economía e interrumpido un crecimiento que se ha convertido entre tanto en una excrecencia incontrolable, sin medida y sin fin. Por primera vez, se trata de una crisis extrasistémica. No se descarta, en todo caso, que el capital pueda sacar beneficio de la situación. El coronavirus tal vez sea una señal y, por lo tanto, debemos preguntarnos si no representa también una posibilidad de cambio.

Ahora bien, ¿es realmente posible el cambio? El realismo capitalista ha absorbido toda resistencia imaginativa por nuestra parte, persuadiéndonos de que este sistema es el horizonte definitivo. Así se han levantado y reforzado muros que ocultan cualquier otra posibilidad. Sobrevivimos en una asfixia perenne secundando una vertiginosa economía del tiempo. Aparentemente, somos libres y soberanos. Con un poco más de atención, sin embargo, observamos que el imperativo del crecimiento, la obligación de producir y la obsesión por el rendimiento hacen que libertad y constricción terminen coincidiendo insidiosamente. De lo contrario, no podríamos soportar el desafío diario que nos deja cada día exhaustos, sin aliento.

Y también sobrevivimos en el presente asfixiante de un globo que pretende quedar inmunizado de todo lo exterior, donde ha prevalecido la clausura, se ha impuesto la pulsión inmunitaria, la voluntad obstinada de permanecer intactos e ilesos. La xenofobia, el miedo a los extraños y la exofobia, el miedo abismal a todo lo externo, son daños colaterales inevitables. Prevenir el futuro para evitarlo. En esta fobocracia, en este gobierno del miedo, en este régimen policial preventivo, condenado a la alarma prolongada y al sopor extenuado, se ha exorcizado toda alteración.

La guerra de los estados nacionales contra los migrantes, esa lógica inmunitaria de la exclusión, aparece hoy en toda su ridícula crudeza. Nada nos ha salvado del biovirus asesino, ni siquiera los muros patrióticos, las fronteras arrogantes y violentas de los soberanistas, desde Trump hasta Bolsonaro. La pandemia mundial nos enseña la imposibilidad de salvarnos, de no ser con ayuda recíproca. Esa es la razón por la que lo acaecido debe empujarnos a replantearnos la noción de habitar, que no es sinónimo de tener, de poseer, sino de ser, de existir. No significa estar enraizado en la tierra, sino respirar en el aire. Lo habíamos olvidado: el aire es nuestro hábitat común.

En España, como en otros países de la Europa civilizada, los respiradores de las unidades de cuidados intensivos no han sido suficientes para todos. Quienes eran de edad más avanzada o quienes tenían otras patologías fueron descartados a su llegada al hospital de acuerdo con los criterios de la “ética clínica”. Al principio, la opinión pública parecía reacia a creer algo así; luego la incredulidad se transformó en profunda indignación. Afloraron entonces los desastrosos efectos del neoliberalismo en la salud pública. Fue una conmoción adicional, que intensificó la primera, hiriendo aún más la sensación de omnipotencia.

La eliminación de los riesgos infecciosos, la falta de prevención, junto con una mal fundada confianza en la capacidad de proteger a los enfermos incluso en situaciones de emergencia, han llevado a la parálisis de los sistemas de salud en muchos países occidentales. Se trata de un síntoma de una política que se cree a salvo de todo imprevisto gracias a la existencia de un mercado interconectado y a su edificante dirección. Así, el desmedido lucro privado ha prevalecido sobre el bien público de la salud, los intereses de las casas farmacéuticas, el poder de las empresas y el negocio de los productores han tenido prioridad sobre la vida de los ciudadanos. La falta de medios y de personal médico para reaccionar rápidamente, el aireado modelo de “inmunidad colectiva” o la negación sistemática de la pandemia son aspectos diferentes, aunque no inmediatamente comparables, de la crueldad del capitalismo, que muestra su aspecto más taimado y repugnante.

Con todo, es posible que una crisis de salud de esta magnitud —siempre que el peligro pandémico permanezca grabado en la sensibilidad común— sea la oportunidad de relanzar una lucha no solo por la salud pública, sino también por la preservación del medioambiente y la biodiversidad. Las zoonosis, las enfermedades transmitidas de animales a humanos, no son el resultado de una maldición, el resultado de un desastre natural, sino el signo de un ecosistema que ya está casi destruido.

Los beneficios empresariales se han revelado no solo como el sello de la injusticia, como la garantía de la pobreza para la mayoría, sino también como un asfixiante callejón sin salida. Por una extravagante paradoja, cuando hoy hablamos de crecimiento no es para referirnos al cuidado del mundo, sino a esos beneficios, a veces desmesurados. 

Por lo tanto, no debería sorprendernos que el término crecimiento tenga a estas alturas connotaciones negativas y, más que al producto interno bruto de un país, aluda a todo lo que debería evitarse: aumento de ingresos ilícitos, de desechos y residuos, de malestar y envenenamiento, de abusos y discriminaciones. Esto no significa defender y promover el decrecimiento. Pero tal vez sea el momento de abandonar el lenguaje de presupuestos y cálculos, arriando la bandera de crecimiento en la que ya nadie parece creer. Es el capital el que produce la miseria.

El coronavirus ha puesto de manifiesto no solo las enormes disparidades, las descaradas desigualdades que nos aquejan. Nos ha demostrado, por encima de todo, que los pobres y los marginados no despiertan compasión; provocan, por el contrario, una mezcla de rabia, desaprobación y miedo. Los pobres no son dignos de rescate, porque son consumidores fallidos, un menos y no un más en el difícil balance económico, así como el paria no pasa de ser un inútil agujero negro. Cualquier responsabilidad por su suerte se elude a priori, mientras que la beneficencia es un impulso esporádico. El cinturón sanitario del desinterés corre el riesgo de expandirse drásticamente. La disparidad entre los protegidos y los indefensos, que desafía cualquier idea de justicia, nunca ha sido más llamativa como en la crisis provocada por esta pandemia.

El Fondo Monetario Internacional ha declarado: “Nunca hemos visto a la economía mundial detenerse así”. El escenario no es difícil de predecir: recesión, ruina para muchos, miseria irreversible para los ya pobres, carestías y hambruna en los países africanos. Miles y miles de migrantes seguirán probando suerte para cruzar el mar y desembarcar en los puertos europeos.

Salud vs economía

Salud vs economía

No es raro que la pandemia se vea comparada con acontecimientos que han alterado la historia de la humanidad en el pasado. A menudo se evoca la peste negra de 1348. De los relatos y crónicas que nos han llegado se desprende el sentimiento, por parte de los supervivientes, de haber entrado en otra era. El cielo se había cerrado sobre la pasada. Aquellos que se habían salvado del apocalipsis de una muerte que se había cobrado millones de vidas, un tercio de la población europea, se aferraron a la vida con un impulso inusual, un ímpetu febril. De esa primera epidemia urbana nació el mundo civil del Renacimiento. Admonición y presagio de la memoria europea, la peste negra debería enseñarnos que todavía es posible replantearnos nuestra forma de vida, que es necesario preguntarse para qué vivir en el futuro, que es indispensable volver la mirada hacia esos confines últimos con los que nos habíamos olvidado de soñar.

*Donatella Di Cesare (Roma, 1956) es catedrática de Filosofía Teorética en la Universidad La Sapienza de Roma. La editorial Siglo XXI acaba de publicar en español su ensayo ‘¿Virus soberano? La asfixia capitalista’. Este texto está traducido por Carlos Gumpert.¿Virus soberano? La asfixia capitalista’

*Este artículo está publicado en el número de noviembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

Más sobre este tema
stats