TINTALIBRE
La oficina del español o el español en la oficina

Lo recordarán ustedes: hasta hace nada, uno se acercaba a la panadería a comprar una barra de medio y la dependienta te atendía en mapuche. ¡Un espanto! ¡Un sindiós! Hubo compatriotas que tuvieron que pasar la ITV en finés (“encienda el vilkku”) o someterse a una gastroscopia en suajili (“fungua mdomo wako, haga el favor”).
Afortunadamente, los recientes vientos de libertad, que con su refrescante brisa arrullan el kilómetro cero de las Españas, han venido a sofocar esta orgía políglota y sospechosamente separatista. En la calle Alcalá hay un hombre pertrechado con una silla, una mesa y un sueldo público dispuesto a defender el derecho inalienable y fundamental de todo madrileño: hablar en español. Babel ha caído, viva la hispanidad.
¿Quién? –se preguntarán ustedes– ¿quién será ese prócer de la lengua materna, ese defensor de las causas justas y perdidas? ¿Algún literato de renombre? ¿Cierta catedrática de Filología? ¿El mismísimo Umberto Eco redivivo? ¡No! ¡Mucho mejor! Hoy, en la pista central de ese gran circo internacional llamado “el Madrid de Ayuso” (redoble de tambor), Toni Cantó, el prodigioso hombre cambiante.
El feliz nombramiento nos sobresaltó en junio. Tras la dolorosa exclusión de las listas electorales del candidato transformista, el bueno de Toni tuvo dos alternativas: ponerse a trabajar o seguir en política. En otro de sus heroicos sacrificios por el bien de la nación y –por qué no decirlo– de la humanidad, el admirable actor renunció nuevamente al estrellato, la fama y el oropel. Se comenta que Scorsese aún no se ha repuesto del golpe. “Oh no! I won’t be able to work with Toni anymore!”, cuentan que le dijo a Joe Pesci al enterarse de la noticia.
Lo cierto es que, a pesar de las críticas malintencionadas y de los insidiosos bolcheviques, nadie tiene un mejor currículo para encargarse de un negociado fantasma. Actor de talento moderado, ex de UPyD, ex de Ciudadanos y reciente converso al liberalpepeísmo, Cantó anunció en sus redes sociales el venturoso alumbramiento metiendo una coma entre sujeto y predicado. La primera en la frente. Lo de las redes es reseñable, porque, hasta la fecha en que se escribe este artículo, tal es el verdadero desempeño del cargo cantonesco: tuitear cosas. Intentando huir de mi consabida malicia, al recibir el encargo de este texto me fui flechado a la página oficial de la oficinilla en cuestión. Ahí se encuentra la biografía del personaje: su dramatis personae. Dice que lleva más de treinta años “trabajando como actor, productor y director de teatro, así como gestor cultural”. Haciendo números, solo me cuadran las cuentas si entendemos que su actividad política se contabiliza como farsa o como comedia. En su actividad reciente, aparecen “varios talleres de comunicación”, la firma de un contrato para hacer un libro con Penguin y la valiosísima hazaña de haber quedado semifinalista en Mask Singer, ese programa donde famosos disfrazados de peluches abominables cantan para los Javis, José Mota y Malú. ¿Qué personaje le dieron? El camaleón. ¡Bravo!
Lo verdaderamente interesante que aparece en el directorio es la aturulladísima agenda del oficinista. En la última quincena de enero, Cantó tiene nueve reuniones de, aproximadamente, una hora cada una. El mes de febrero está diáfano, así que, si tienen alguna inquietud, están a tiempo de solicitar audiencia. Yo me lo estoy planteando: lo mismo me habla en endecasílabos.
El chiringuito soy yo
Incomprensiblemente, el malvado populacho liberticida se apresuró a la queja y a la chanza tan pronto fue anunciado el fichaje estelar. Los rojos, con sus cortas miras, no terminaron de entender la necesidad de soltarle setentaicinco mil euracos de vellón a un propio para defender el español en el mismito Madrid. Pero el interfecto, en un gesto de magnanimidad, que ciertamente no nos merecemos, brincó a la palestra para callarnos la puta boca. “¿Qué chiringuito? El chiringuito soy yo”. Para nuestra desgracia, el españólogo no se puso un vestidito a lo Luis XIV (L’État c’est moi) para proferir estas impactantes declaraciones. Confieso que dudo si esta respuesta está motivada por el cinismo o por la estupidez, pero dejemos algo a la imaginación.
¿Para qué se supone que sirve el autochiringo? Para hacer negocio con el idioma. Ay, los liberales: no se saben estar quietos. Riadas de bárbaros, venidos desde los confines del imperio, se reúnen en la Puerta del Sol para aprender: la pe con la a, pa; la pe con la e, pe. Ojalá a alguien se le hubiese ocurrido un modelo de negocio consistente en enseñar idiomas. Más aún. Ojalá tuviésemos instituciones encargadas de velar por el conocimiento y la expansión del castellano, algo así como las facultades de Filología, una Academia de la Lengua o un Instituto Cervantes. Menos mal que la providencial Isabel Díaz con el no menos beatífico Antonio Cantó García del Moral (tiene nombre de senador, verás cuando se dé cuenta) han caído en la cuenta y se han apresurado a remendar el roto.
No hay por dónde coger esta mamandurria, por mucho que los losantos de este mundo se esfuercen en entrevistar al canónigo aludido y en alertarnos de las amenazas del independentismo vasco y del secesionismo catalán. Se permite porque el partido gobernante posee, como otros tantos partidos en otras regiones patrias, un electorado hooligan que no tiene reparo en jalear cualquier insensatez, siempre que la hagan los suyos. El votante medio del pepé madrileño te dirá que bueno, que no es la gran cosa, pero que todos lo hacen y que peor sería tener al Coletas comprándose casoplones de dos en dos. Agárrate a la brocha, que me llevo la escalera. Los reiterados esfuerzos de la prensa por fiscalizar la acción del inquilino de la Oficina y la justificación de su holgadísimo sueldo son elogiables, pero totalmente estériles. Solo confirman las sospechas de unos ciudadanos que ya estaban en contra, pero son munición de fogueo para los partidarios de doña Isabel, que, como me decía un amigo recientemente convertido al ayusismo, “es una tía con dos ovarios”. Como el tipo es médico, tengo pendiente pedirle un ensayo sobre la vinculación entre la anatomía reproductiva y las destrezas gubernamentales. Política genital, el mejor de los sistemas posibles.
Repasando la hemeroteca (entre nosotros, qué faena tan ingrata), leo que el españoloso empleado suele responder, a las pérfidas preguntas de los enemigos de la libertad, que “se está trabajando”. El perpetuum mobile: hacemos cosas, movemos papeles. Es la perfecta encarnación de ese pijo venido a menos que va de bohemio y desocupado, que siempre tiene “muchos proyectos”. Mirado así, el célebre camaleón es una esperanza para todos nosotros, inútiles de este mundo. La ausencia de talento puede compensarse con la total falta de escrúpulos y una prodigiosa incapacidad para sentir vergüenza. Esto debe ser eso que llaman meritocracia: una disfunción para advertir que se está haciendo el más estrepitoso de los ridículos. Quizás este sea el gran papel de la carrera dramática de Cantó: el chaquetero impenitente, el arribista voluntarioso.
Un momento ¡sapristi! Me acercan al escritorio un teletipo que informa de que Albert Rivera ha fichado a Cantó como docente en su postgrado de Liderazgo y Management. Gente que nunca ha logrado nada empleando anglicismos vacíos por un precio desorbitado. Semper, Madina, Piqué, Gallardón, Vargas Llosa y otros chicos del montón. ¡Por fin una cátedra de remedios contra la alopecia! ¡Hurra!