Cuando el periodismo es un oficio de riesgo: un conversatorio con Olga Rodríguez y Enric González

Jordi Gracia

JORDI GRACIA.- ¿Somos realmente conscientes los lectores de las amenazas que se ciernen sobre el periodismo cuando se ejerce tanto en situaciones de alto riesgo como en otras de aparente placidez? 

OLGA RODRÍGUEZ.- No lo sé, pero sí creo que no se cuenta lo suficiente lo que pasa entre bambalinas del periodismo. Es una profesión dura, no hace falta ir a cubrir una guerra, un conflicto o estar en un país dictatorial para afrontar peligros, riesgos, amenazas, presiones. Yo creo que está en el día a día del periodismo, porque, al fin y al cabo, el periodista elige de qué se habla, cómo se habla… Tiene mucho poder y por eso va a tener muchas presiones al mismo tiempo porque siempre va a haber gente interesada en que no se cuenten determinadas cosas. Pero evidentemente en escenarios de más peligro, donde puede estar en peligro incluso tu propia vida, yo creo que depende de cada época. En Gaza se han batido récords de periodistas asesinados, más de 200, y sin embargo está absolutamente normalizado, quizás porque son palestinos y no europeos o estadounidenses, pertenecen a lo que llamamos el Sur global, en definitiva. 

Hay cosas que no contamos porque estamos en mitad del peligro y después, a posteriori y quizás demasiado a menudo, pensamos que no merece ya la pena que se cuenten porque tampoco queremos ser el centro o la noticia. La noticia suele incumbir a las poblaciones que están sufriendo una guerra.

Olga Rodríguez

Hay cosas que no contamos porque estamos en mitad del peligro y después, a posteriori y quizás demasiado a menudo, pensamos que no merece ya la pena que se cuenten porque tampoco queremos ser el centro o la noticia. La noticia suele incumbir a las poblaciones que están sufriendo una guerra. Ahí hay muchas guerras que contar. Hay veces en las que no hay conciencia absoluta de todos los peligros, riesgos, amenazas y esas presiones que muy a menudo a muchos compañeros de profesión, yo confieso que también a mí misma, nos fuerzan a plantearnos si merece la pena. Yo necesito pensar de vez en cuando que esto se puede dejar, que la puerta de salida está ahí y que no tiene que ser para siempre.

ENRIC GONZÁLEZ.- Existe ese pudor, y yo soy partidario de él, de no hablar del periodista. El periodista habla de otras cosas, por eso mismo no es frecuente que expliquemos lo que ha costado obtener esa información o publicarla. Me parece normal, porque el periodista no es noticia salvo cuando ocurre algo muy trágico. Lo de Gaza es una atrocidad, pero también en México, la guerra de Siria, los secuestros que hubo y muchos asesinatos. Ahí la gente sí tiene una cierta idea de que trabajar en esas condiciones es muy peligroso. Desde luego, en un ambiente normal, en el trabajo de cada día tienes presiones, tienes amenazas, incluso en lo más pedestre. Yo creo que las veces que más apurado he estado por mi integridad física no ha sido en guerras sino hace muchos años, en los 70, cuando hacía sucesos. Te metías tanto con la policía, y hablamos de la policía de los años 70, como con grupos organizados o bandas que te iban a buscar a tu casa y pasabas miedo, tenías que salir por una ventana, escaparte… Luego eso no lo cuentas, cuentas lo que puede interesar al público y ya está, pero estoy seguro de que hoy gente que hace sucesos y que se refiere a ciertos asuntos se juega el físico.

JG.- ¿No sería posible subrayar la percepción del riesgo tratando de trasladar a la población la dificultad del oficio cuando quiere realizarse con niveles exigentes de veracidad y atrevimiento? 

OR.- Creo que somos muchas las personas que creemos que tiene interés contar los obstáculos, amenazas, advertencias que ha habido detrás del intento de acceder a una información determinada, sin espectacularizar ni convertirte en el centro de atención. Aquí es la apuesta de cómo se narra. Es muy común, por ejemplo, narrar una guerra como si fuera una peli de acción entretenida donde el periodista siempre está en peligro. Pero sabemos que detrás de eso probablemente haya un periodista que ha dado 5 dólares a alguien y le ha dicho: cuando veas que se enciende el pilotito rojo, tú lanzas dos disparos… y eso invita al espectador a espatarrarse en el sofá, comiendo palomitas como si fuera una peli entretenida. Una guerra es cualquier cosa menos eso. Las guerras están en las morgues, en las casas de la gente, en la calle, en los hospitales donde el personal médico intenta salvar vidas operando en los suelos y donde puede; eso es una guerra. Demasiadas veces se omiten las consecuencias de lo que es una guerra, que duran generaciones y suponen dolor, división, odio, empobrecimiento. No se puede banalizar la narración de hechos tan terribles. 

EG.- Aquí distinguiría entre el periodista y el medio, la empresa. La empresa tiene un fin comercial y hay bastantes que agradecen esto de que se oigan tiros y demás. No necesariamente lo favorece el periodista sino la empresa, que es siempre algo muy complicado. Hace años en el diario El País se formó un comité que tenía que proponer reformas internas, y yo tuve varias ideas muy estúpidas, pero una probablemente la que más. Propuse que cada día el periódico publicara una especie de making off, uno muy sincero, de por qué se publicaban ciertas cosas o no se publicaban y por qué ese enfoque. Contar cómo funciona esto por dentro. No siempre es agradable de leer. Por supuesto me dijeron que era un disparate y que me olvidara, pero sigo pensando que podría ser útil, porque el trabajo del periodista suele ir dentro de un vehículo, y ese vehículo tiene intereses muy diversos, sufre presiones que el periodista muchas veces ni llega a conocer, y ayudaría a dar un contexto.

Yo creo que las veces que más apurado he estado por mi integridad física no ha sido en guerras sino hace muchos años, en los 70, cuando hacía sucesos. Te metías tanto con la policía, y hablamos de la policía de los años 70, como con grupos organizados o bandas que te iban a buscar a tu casa y pasabas miedo, tenías que salir por una ventana, escaparte…

Enric González

OR.- La audiencia se puede conseguir de muchas formas, tiene que haber líneas rojas porque si no nos vamos todos al carajo.

JG.- Destriparse por dentro e introducir elementos que expliquen por qué el enfoque ha sido este, por qué se ha aplazado esta noticia o por qué esta información se ha contado en este tamaño y no en este otro, yo creo que forma parte de uno de los instrumentos de la credibilidad de un oficio que no está en el mejor momento desde el punto de vista del impacto. 

EG.- Pero no es algo muy frecuente.

JG.- Pero inevitablemente me estoy acordando de las cartas semanales que manda Pepa, la directora de ‘El País’, que muy a menudo trata de explicar cómo ha ido la discusión de un determinado comité de dirección para decir: hemos apostado sin saber si acertábamos o no. Este tipo de transparencia yo creo que es creciente, sin que aplauda la consigna de Elon Musk según la cual el público son los medios. Entre ese extremo disparatado y la opacidad total hay un ancho campo.

EG.- En este caso se confunde el periodismo con las fuentes. El usuario de las redes sociales puede ser perfectamente una fuente, puede tener, al margen de teorías conspiranoicas, una información, pero la información en bruto viene de una fuente, el periodismo es una intermediación. Si estás en contra de esa intermediación aceptas vivir en un mundo más o menos caótico en el que todo puede ser verdad o mentira.

Las guerras están en las morgues, en las casas de la gente, en la calle, en los hospitales donde el personal médico intenta salvar vidas operando en los suelos y donde puede; eso es una guerra. Demasiadas veces se omiten las consecuencias de lo que es una guerra, que duran generaciones y suponen dolor, división, odio, empobrecimiento. No se puede banalizar la narración de hechos tan terribles

Olga Rodríguez

OR.- Tiene que haber un punto medio. Además, en las redes sociales hay muchos bulos, tergiversaciones etc., y también las hay en muchos medios de comunicación. Yo creo que los periodistas usamos bastante las redes sociales para acceder a fuentes de información. Y eso está bien, y tenemos fuentes de información y tenemos las herramientas para saber qué fuente de información es fiable, es fidedigna, tiene credibilidad.

EG.- Yo creo que ninguna fuente de información es absolutamente fidedigna, todas tienen su interés, su cálculo.

OR.- Todo hay que contrastarlo, y cuantas más fuentes de información mejor. Ahora bien, no me gusta esa idea de que los periodistas somos los elegidos por el dedo de Dios y solo nosotros tenemos siempre la información. En determinadas situaciones hay ciudadanos que también acceden a una información, algo tan simple como que se produce un bombardeo bajo regímenes dictatoriales o gobiernos autoritarios y puede suceder que el único canal fiable sean las redes sociales frente a medios de comunicación que están absolutamente controlados en esos escenarios. Y eso también es importante reseñarlo, no todo es blanco o negro. 

JG.- Podría parecer que las redes sociales canalicen mayor toxicidad en ecosistemas políticos y mediáticos seguros, los de Occidente, y en cambio sean más importantes en aquellos contextos sociopolíticos donde la inseguridad es enorme y con pocas garantías. 

OR.- Las redes son un escenario donde hay mucha toxicidad pero yo soy dueña de mis redes sociales, yo decido qué cuelgo ahí, cómo lo cuelgo, incluso tengo la opción de limitar las contestaciones porque no quiero que mi timeline se use para difundir bulos o tergiversaciones, o insultos u odio. Me pueden ser útiles para difundir determinadas cuestiones que a lo mejor no podemos elevar a la categoría de noticia o que no he encontrado lugar donde contarlas. Tener una opción B creo que da más libertad, ya sea otro medio de comunicación, un blog, las redes sociales o un libro, donde puedas contar las cosas de otra manera… Hay cosas que molestan y no son fácilmente publicables, también en democracia. 

EG.- El peor escenario es cuando tú notas que estás enfrentándote con tu propio medio. Es una situación incomodísima y que suele acabar mal para el periodista. Pero por debajo de esto, en lo que llamamos Occidente, donde existe una cierta libertad de prensa y de expresión, las cosas nunca son tan graves. Y en el caso teórico de usar las redes en Rusia o China, enseguida saben quién ha sido.

OR.- Yo pensaba más bien en Egipto en 2011, donde se usaron las redes con pseudónimo y hubo ingenieros informáticos que eran activistas también con conocimiento suficiente para esquivar a la autoridad.

EG.- Es verdad, pero también porque hablamos de un régimen tecnológicamente muy torpe. 

OR.- Pero también hay activistas que eligen asumir ese riesgo. Vale, aquí no me lo publicas, bueno, pues esto debe conocerse, por lo tanto, lo publicamos aquí, que no haya un muro total, y eso no excluye al mal llamado primer mundo donde siempre hay cuestiones que son difíciles de tocar.

EG.- Sí, sí, yo me refería a que el riesgo acaba siendo perder el empleo.

OR.- O el castigo en pasillos.

EG.- Sí, o que te represalíen, y creo que todos hemos pasado por situaciones de estas, pero digamos que para mí es personalmente preferible a la tortura, la muerte de familiares, tu propia muerte…

OR.- El periodista estadounidense David Simon, reconvertido en excelente guionista de series de televisión como en The Wire (la cuarta o quinta temporada va de periodismo) pudo ejercer un periodismo de alta calidad, de investigación, con un toque incluso sociológico o antropológico tratando de entender todos los espacios que operaban en la sociedad de Baltimore. Él dice que hay un antes y un después en el periodismo marcado por el momento en el que los grandes fondos de inversión y empresas financieras transnacionales entran en el accionariado de algunos medios de comunicación. No es lo mismo tener un solo propietario que tener muchos y claro, él dice: “Lo que pasó en Estados Unidos en los años 90 en algunos medios de comunicación fue que entró este tipo de propiedad nueva que para empezar dijo, a ver, aquí en qué estamos gastando dinero, que entendía que la información no es un servicio público y un derecho fundamental, sino una mera mercancía”. Había que gestionar la cosa como si se vendieran zapatos. Redes de corresponsales: fuera. ¿Un periodista dirigiendo un medio? “No, hombre, mejor un gerente que viene de otro sector”. Todo eso tuvo unas consecuencias que afectaron a la calidad de la información. Hay varios tipos de intereses porque hay varios propietarios y eso afecta al eje vertebral de nuestra actualidad muchas veces y, por lo tanto, queda fuera contar por qué ocurren determinadas cosas. 

En esa obsesión por ahorrar en determinadas cosas, las secciones de internacional pueden cerrarse como sucedió en el Boston Globe, a pesar de haber sido una de sus señas de identidad para estar en el lugar, para acceder a las claves, para observar, atar cabos y luego poder explicar. El por qué yo diría que es la pregunta más interesante que tenemos que contestar. Todas son fundamentales e imprescindibles, qué, quién, cómo, cuándo, dónde. Pero el por qué va a la raíz de las cosas, nos permite contextualizar, subraya el eje vertebral de nuestro presente que cualquier historiador o historiadora honesta en nuestro futuro tratará de destacar. Y para intentar contestar al por qué necesitamos más tiempo aún que para intentar contestar al resto de preguntas.

EG.- Pero ahí nos encontramos con el problema de la viabilidad comercial. Es un hecho. Puedes tener una empresa fantástica, solo con periodistas, los más honestos que puedas encontrar en el lugar, y sigues teniendo el problema de la viabilidad comercial. Hay cosas a las que debes renunciar, nosotros trabajamos en un periódico que renunció a los deportes, porque es caro cubrir deportes. 

OR.- David Simon lo sintetiza diciendo que de repente no había tanto interés en informar como en “aparentar que se informa”. Para qué enviar a alguien a comprobar una cosa, si podemos contarla desde aquí, con la consecuencia muy poco democrática de uniformar la información y ver el mundo a través de un ojo o dos grandes ojos, lo cual es un poco orwelliano. Es legítima la obsesión por la pluralidad, por la multiplicidad de miradas, porque cercenar la red de corresponsalías o reducir una redacción conlleva tirar de notas de prensa y así sin duda no vas a molestar a nadie, pero a lo mejor ya no estás haciendo periodismo sino otra cosa. 

EG.- Cierto. Pero volvemos a la viabilidad comercial. Si no hay dinero para pagarte el billete, ¿quién lo paga? 

OR.- Depende. Yo he trabajado en Afganistán, en Irak, en Palestina, y era muy barato que yo estuviera allí. Todo depende de cómo te lo montas y de prioridades (como no hacer las fiestas tan grandes o reducir la información del cotilleo).

EG.- El cotilleo es lo más barato.

OR.- Pero no es información, es rumorología.

JG.- Cuando David Simon hace el diagnóstico que recordaba Olga, no había llegado aún la revolución digital y hoy las empresas siguen con dificultades para rentabilizar incluso el periodismo de calidad. ¿En qué situación estamos ahora?

OR.- Eso es el centro de todo: ¿cómo financiar el buen periodismo? Se están buscando fórmulas diferentes para intentar mantener ese equilibrio y seguir sosteniendo un periodismo independiente, pero ahí entra en escena la gente: si está harta de periodismo basura o de tergiversaciones o de bulos, pues que contribuya. Nos falta esa cultura que otros países tienen más desarrollada de contribuir para que un proyecto periodístico pueda ser sostenible y no depender solo de una vía de financiación o de dos, o de tres, o del gran capital, que al fin y al cabo va a querer condicionar los contenidos. No es fácil, pero ante los anunciantes y ante sus propios propietarios, hay que defender que merece la pena, que va a compensar tener ese periodismo honesto. Una sociedad mal informada es fácilmente manipulable y ahí empiezan a entrar los monstruos y las oscuridades.

Creo que las vías de financiación alternativas están propiciando en mi opinión una prensa cada vez más elitista, más ligada con las élites intelectuales, económicas. El periodismo no tiene el éxito comercial que tuvo en otra época y los lectores son de un determinado tipo, está claro que es más fácil que alguien de la Academia se informe correctamente que alguien con un empleo manual en la calle

Enric González

EG.- El problema real surge cuando no es muy grande la porción de la sociedad que quiere informarse de forma solvente. Hay mucha gente que prescinde de los medios, y le basta ver un ratito la tele. No sé cuál sería la situación de Simon en Baltimore, pero antes todos sabíamos qué temas no se podían tocar. El primero era “nada de El Corte Inglés, nada”. Nunca nadie pudo decir nada de El Corte Inglés. Ahora sí, ahora es una empresa normal, pero entonces era el primer anunciante del país y si se hacía una historia se movía en la clandestinidad. Pero había cuestiones relacionadas con los anunciantes o con la propiedad que no podías tocar, lo sabías y si lo tocabas…

OR.- Para eso sirve un plan B, y en Estados Unidos hay gente que ha trabajado toda la vida en medios generalistas, convencionales, y que ahora han montado su propio medio de comunicación con otra gente, solo online o incluso a través de plataformas como Substack. Estamos en un periodo en el que se están intentando y tanteando diferentes opciones y diferentes vías. Estando en Irak en 2003, en la fase de la invasión ilegal, hubo un día que hubo un bombardeo contra un mercado de civiles. Yo pasaba por ahí y tenía a mis pies varios cadáveres de mujeres, de niños, terrible… y llamé a la redacción para decir lo que había pasado. ¿Qué ocurrió en la redacción en ese momento? Empezaban ya a instalarse las nuevas dinámicas de tirar de agencias y las dos grandes de información internacional hacen un excelente trabajo, pero evidentemente te obligan a mirar el mundo a través de sus grandes ojos. En todas las redacciones en ese momento estaba llegando una alerta que decía que el Alto Mando Central estadounidense en Doha, Qatar (yo estaba en Bagdad) había dicho que una gran tormenta de arena impedía el avance de las tropas hacia la capital iraquí, que iba a haber un parón (en realidad, luego resultó ser falso, pero era lo que querían que los periodistas transmitieran para que el régimen de Sadam Husseim creyera que paraban). Pero yo estaba ahí, en Bagdad, y estaba viendo el bombardeo en el mercado y conté ese posible crimen de guerra en Bagdad. Media hora después los colegas de Reuters enviaron a todo el mundo la información de ese bombardeo en un mercado de civiles en Bagdad, y entonces a mí alguien me llama desde la radio y me dice que me dan paso para contarlo cuando lo habíamos dado en primicia hacía un buen rato.

EG.- Ahí nos encontramos con un problema muy antiguo de la prensa de este país que es, no diré la sumisión, pero sí la fascinación por determinados medios internacionales. En mi caso, el New York Times me ha dado muy mala vida porque tú puedes decir una cosa que estás viendo, pero si el NYT dice lo contrario, a quien creen es al NYT: es absurdo, pero es así.

OR.- Estamos también en un momento en el que a lo mejor hay que hablar de reestructurar los planes educativos y que desde la educación primaria, secundaria y por supuesto también en la universidad, haya programas que se planteen dar herramientas suficientes al alumnado para saber informarse bien, porque estar bien informado es una militancia. 

JG.- Llevo mucho tiempo diciendo lo mismo.

OR.- Nosotros dedicamos todas las horas del día, sin descanso, de manera obsesiva a intentar llegar a los hechos, y no siempre es fácil. Pero la gente que está en sus trabajos, que curran 8 horas al día mínimo, y tratan de descansar al llegar a casa, ¿cuándo van a poder contrastar, leer varios medios, leer libros, tener claves y herramientas para poder estar bien informados? Hay que dar las claves desde pequeños porque los bulos, las tergiversaciones están ahí y son instrumentos de poder. 

EG.- De sujeción. 

OR.- Yo conozco a gente a la que admiro, con dos carreras y un master, que en los dos últimos años me ha enviado bulos y se los han creído: unos se los creen increíblemente y es verdad que otros no, pero hay herramientas que pueden estar incrustadas en los programas educativos, pero habría de ir junto a una cultura de paz, cultura de derechos humanos y herramientas para saber cómo informarse y contrastar. Eso en los programas educativos.

EG.- Sí, valdría la pena empezar por el principio porque creo que las vías de financiación alternativas están propiciando en mi opinión una prensa cada vez más elitista, más ligada con las élites intelectuales, económicas. El periodismo no tiene el éxito comercial que tuvo en otra época y los lectores son de un determinado tipo, está claro que es más fácil que alguien de la Academia se informe correctamente que alguien con un empleo manual en la calle. Entonces, desconfío un poco de estas vías, porque acaban refiriéndose a un mundillo bastante limitado. Siempre he pensado que, en último extremo, lo peor que le puede pasar al periodismo es convertirse en una especie de detective privado al servicio de un pequeño grupo de gente poderosa que quiere estar informada. Sí, yo estoy seguro de que Elon Musk no se informa por Twitter. El tipo debe tener unos informes científicos porque si no no podrías dirigir una empresa. Necesitas leer el Wall Street Journal y demás o que alguien lo lea por ti. El riesgo del elitismo siempre está ahí.

Todo hay que contrastarlo, y cuantas más fuentes de información, mejor. Ahora bien, no me gusta esa idea de que los periodistas somos los elegidos por el dedo de Dios y solo nosotros tenemos siempre la información. En determinadas situaciones hay ciudadanos que también acceden a una información

Olga Rodríguez

JG.- Es que, en el fondo, lo que estáis describiendo no es incompatible con la idea de que el periodismo pueda tener ahora un nivel de difusión masiva muy superior al que tenía antes, aunque no se sabe exactamente cómo rentabilizar económicamente esa difusión. Quizá la gente está mejor informada de lo que creemos.

EG.- La difusión es enorme; la cuestión de estar bien informado es si tienes o no las herramientas para discriminar la información, o acabas guiándote por las vísceras y te identificas con lo que tú ya piensas, sea verdad o no. Los medios tienen potencial para alcanzar muchísimo público, por supuesto, pero volvemos a cómo rentabilizarlo.

OR.- Tienen potencial y tienen poder. Aludía antes a la cultura de paz porque yo empecé muy joven a cubrir guerras, y una y otra vez lo que me sigue sorprendiendo es que tantos años después, cuando se oyen tambores de guerra demasiado a menudo, se tiende a jalear la guerra presentada como la única vía, como la única opción, sin pensar en qué se había hecho mal la última vez. Pongo el ejemplo de Irak y el ejemplo de las armas de destrucción masiva. Y vemos que esto continúa muy normalizado, pero es escandaloso. Como decía Kapuściński, las guerras comienzan mucho antes de que se oiga el primer disparo, con un cambio de vocabulario en los medios. 

EG.- Cuando se ve venir la guerra de Irak, la segunda, en el New York Times comercialmente no podían oponerse a la guerra. Eso me dijo el editor en una entrevista. Me dijo que la gente quería guerra: “¿Por qué? Porque se respira guerra”. En ese momento, pasado el 11 de septiembre y demás, aparecen periodistas como Judith Miller que cuentan auténticas trolas y van en portada, y todo el periódico se envilece muchísimo en esa época. Si no lo hacían, recibían cartas de protesta e iban llegando las bajas. 

OR.- Esa es la excusa de que un tema no interesa, aburre, no da audiencia, pero nuestra obligación es hacer que interese y que no aburra. 

EG.- Estoy de acuerdo, pero por encima del periodismo está la empresa, que es la que paga las nóminas. 

JG.- ¿Tenéis conciencia de haberos arrepentido de alguna información publicada, algún reportaje cuya repercusión haya sido fuerte y que quizá hubiese sido mejor no publicar a la vista de las consecuencias?

OR.- Sé que hay cosas que me han perjudicado, sí, o que me han puesto en un brete, sobre todo en lo relacionado con los circuitos del poder transnacional, las empresas armamentísticas y el negocio de la guerra. Son temas peliagudos que generan llamadas, presiones, incluso amenazas, insultos. Estamos hablando de poderes que son transnacionales y que tienen conexiones con grandes entidades financieras al mismo tiempo, con empresas armamentísticas con mucho poder, los contratistas se llaman, que en muchos casos son empresas de mercenarios.

JG.- Te veo en los ojos, Enric, que tú no te has arrepentido nunca de nada. 

EG.- Sí, sí, sí me he arrepentido, yo me he metido en algunos problemas. 

OR.- Yo no, eh, digo que hay consecuencias, pero no.

JG.- Lo has dicho muy claro, Olga.

EG.- Hace mucho tiempo con dos colegas perpetramos un libro sobre Banca Catalana que en la época era algo muy delicado en Cataluña, y eso me supuso perder el empleo y quedarme bastante colgado. El gobierno autonómico me cerró todas las puertas e instaba a su entorno, que era prácticamente todo el mundo, a que me las cerrara. Por suerte me contrató El País, pero en TV3 me contrataron por la mañana y me fui por la tarde. Me había despedido de El Periódico de Cataluña, pasé una época complicada. Eso no lo lamento. Sí he lamentado haber escrito de determinada forma sobre personas. A veces olvidamos que al final de todo escribimos sobre personas y las personas son un material muy frágil. Y lo que digas y cómo lo digas en un medio de comunicación les afecta y cuanto más humildes son, mayor es el efecto. Tú te puedes meter con Trump, con la Botín, a esta gente le das igual. Ya encontrará la manera de gestionarte. Pero a veces no tenemos cuidado de lo que decimos cuando hablamos de la gente, y sí he lamentado haber sido brusco o haber sido inexacto....

JG.- ¿Cómo se gestiona tener una información que sabes que es relevante, pero que puede no dejarte indemne después de publicarla? ¿Cómo se gestiona eso? 

EG.- No sé, en mi caso cierro los ojos, embisto y me llevo el golpe.

OR.- O intentas buscar complicidades. En el caso de investigaciones informativas sobre temas nacionales, yo siempre he intentado buscar la complicidad de otros compañeros, de los jefes en diferentes medios de comunicación, a veces los encuentras, a veces no, pero he tenido experiencias muy gratas también en ese sentido. En temas de gran interés general y pese a la presión, el trabajo en equipo, cuando se logra, es una de las cosas más bonitas de esta profesión. Por decir algo positivo dentro de este panorama.

EG.- Sí, pero no siempre. Había una asociación hacia el año 80- 81 que se llamaba El Patriarca que atendía a toxicómanos, cuando la heroína era una devastación un total. Recibí una llamada y me puse a mirar las cuentas del señor que se hacía llamar “El Patriarca”, Lucien Engelmajer, y era evidente que estaba estafando a las familias de los toxicómanos. Lo publiqué y las familias querían matarme. Al final organizamos una reunión en un lugar público, vinieron muchas familias, y de ahí salí a golpes porque les daba igual si los estafaba o no porque no sabían qué hacer si no con sus hijos, les daba igual que los estafasen y preferían que los dejasen tranquilos, pese a que era un estafador internacional con actividades también en Bélgica o en Francia. Las familias no querían saber nada, solo querían que sus hijos no se pincharan. En esa situación vas a perder por un lado o por el otro, y haces lo que puedes. 

El peor escenario es cuando tú notas que estás enfrentándote con tu propio medio. Es una situación incomodísima y que suele acabar mal para el periodista. Pero por debajo de esto, en lo que llamamos Occidente, donde existe una cierta libertad de prensa y de expresión, las cosas nunca son tan graves

Enric González

OR.- Lo que sí se hace a veces es posponer una información por temas de seguridad, o asegurarte de que la noticia de una muerte no le llegue a la familia por la tele. Yo por seguridad sí he pospuesto determinadas informaciones. Estoy recordando una vez que estaba en Ramallah en la Makatá con Yasir Arafat y nos estaban disparando desde fuera. Preferí mandar después la crónica y no desde ahí, por razones de seguridad, cuando encontré el modo de salir, llegar a Jerusalén y contarlo. O también por seguridad cambiamos el nombre de gente a veces, yo lo hice en El hombre mojado no teme la lluvia.

EG.- Excelente, excelente libro.

OR.- Muchísimas gracias, Enric ¡Que me lo digas tú! El nombre lo puso un iraquí al que le había pasado de todo y fue él mismo, absolutamente atravesado por la guerra, por la invasión ilegal, la ocupación, quien prefirió que pusiese su nombre real y hasta una foto porque decía que no tenía nada que perder y apeló a un refrán iraquí: “el hombre mojado no teme la lluvia”. No le hice caso y puse un pseudónimo y creo que hice bien, porque luego le pasaron muchas cosas, se tuvo que exiliar a Siria, en Siria pasaron más cosas, etcétera. Ahora, afortunadamente, a través de la Agencia de Naciones Unidas para las Personas Refugiadas está refugiado en un país europeo. 

El por qué yo diría que es la pregunta más interesante que tenemos que contestar. Todas son fundamentales e imprescindibles, qué, quién, cómo, cuándo, dónde. Pero el por qué va a la raíz de las cosas, nos permite contextualizar, subraya el eje vertebral de nuestro presente que cualquier historiador o historiadora honesta en nuestro futuro tratará de destacar

Olga Rodríguez

JG.- Pese a que ha estado flotando una cierta melancolía o algún pesimismo sobre el estado del oficio, ¿hay alguna credibilidad en ese presunto diagnóstico de que ahora el periodismo es menos atrevido, es menos capaz de dar noticias que puedan enfadar y molestar al poder? ¿Es verdad que estamos en una situación así desde vuestro punto de vista? 

EG.- Creo que no. Sin embargo, los medios de comunicación son cada vez, en general, habrá alguna excepción, menos plurales, porque su lector o su usuario no quiere encontrarse con cosas que no quiere encontrar. Es decir, si un medio es más o menos de izquierdas, es complicado publicar un enfoque de derechas, y al revés. Y creo que eso limita, no al periodismo, a los medios y por tanto la información. He conocido otra generación en que los periodistas éramos unos tarugos en general, no como ahora, que todo el mundo tiene carreras, másteres, hablan idiomas. Yo empecé a salir al extranjero porque era de los poquísimos que hablaban inglés en El País. Solo por eso, ese era el nivel; creo que en todos los sentidos todo ha mejorado profesionalmente y el producto ha mejorado muchísimo. La gente que mitifica el pasado debería ir a las hemerotecas y leer lo que se ofrecía en la época, pero el problema sigue siendo el lector, que es puñetero, es sectario.

Ahí nos encontramos con un problema muy antiguo de la prensa de este país que es, no diré la sumisión, pero sí la fascinación por determinados medios internacionales. En mi caso, el New York Times me ha dado muy mala vida porque tú puedes decir una cosa que estás viendo, pero si el NYT dice lo contrario, a quien creen es al NYT: es absurdo, pero es así

Enric González

OR.- El lector a veces es un problema, pero muchas otras el verdadero problema son los periodistas. 

EG.- Los periodistas siempre. 

OR.- ¿Cómo cuesta tanto hacer autocrítica en la profesión? La culpa siempre está fuera, en las redes sociales o donde sea, pero muchas veces no es verdad y hay medios que ya no son medios de comunicación, se han convertido en otra cosa que ya no es periodismo, aunque se autodenominen así. Pero en varios casos es otra cosa y ese es un problema y, de hecho, eso lo percibe la sociedad con la consiguiente pérdida de credibilidad. En algunos lugares se hacen cosas que son basurilla, en el mejor de los casos infoentretenimiento, propaganda y eso es una realidad también que tenemos que abordar para decir y explicarnos qué es periodismo y qué no. 

EG.- Hay chiringuitos pagados por un poder público determinado, cosas muy infames, pero tendemos a olvidar lo que ha sido siempre el periodismo comercial. Yo me acuerdo de Pueblo. Pueblo era un diario muy bien hecho. Era un diario divertidísimo que mentía por los codos. Vale, que era el franquismo y daba igual, porque todos mentíamos, pero por favor, aquello era un prodigio de sensacionalismo, medias verdades, delitos continuados contra la decencia. Era muy divertido. 

JG.- Me está sonando a algunos medios actuales.

EG.- Eso siempre ha existido. Yo me admiro de que haya personas que puedan fiarse de alguna gente que se hace pasar por periodista. ¿Puedo decir nombres?

JG.- Claro.

EG.- El caso de Inda es emblemático ¿qué vas a hacer? 

OR.- Pues a lo mejor hay que hablar de eso. ¿Por qué estamos como estamos? Por muchas razones… y aunque no estoy hablando de prohibir, tampoco debería ser tabú. Yo escuché una vez en un programa decir a una persona que es que los árabes llevaban en su ADN su incapacidad de integrarse en Europa, que eran malos migrantes, no como los de Europa del Este. Y no pasó nada. Exigir ética y exigir que no haya discursos racistas normalizados no es prohibir, es poner líneas rojas.  

EG.- ¿Pero cómo la exiges?

OR.- Cuando un espacio normaliza los discursos racistas, las tergiverversaciones, los bulos, los discursos de odio, hay que decirlo.

EG.- ¿Quién dice eso? ¿Quién decide que en ese espacio está ocurriendo tal cosa? 

OR.- Lo deciden empresas de comunicación o empresas informativas o periodísticas. 

EG.- Eso es, en mi opinión tener una fe excesiva.

OR.- Hay que hablarlo públicamente, que deje de ser tabú, que no esté normalizado que haya discursos racistas en prime time, como hay en Estados Unidos con la Fox. Vamos a hablar de ello, vamos a analizarlo. Es una cuestión que forma parte de nuestra actualidad.

EG.- De hablar de ello estoy de acuerdo, que se pueda hacer algo lo dudo.

OR.- Pero demasiadas veces no se habla de ello. Cada vez hay más medios de comunicación, cada vez hay más canales, porque incluso hay muchos periodistas que tienen luego su propio canal de YouTube, y nada tiene que ver con los tiempos en que todos veíamos la 1 y la 2 y en el cole, el instituto o la universidad, hablábamos de lo que habíamos visto todos al unísono y de la misma manera en los dos únicos canales que había. Ahora hay muchos lectores o muchos espectadores, muchos receptores que buscan escuchar o leer aquello que quieren escuchar o leer. Estoy de acuerdo, pero hay margen de maniobra, y esa es nuestra obligación, no rendirnos, para estar por encima de todo eso y seguir haciendo lo que hacemos para buscar hacerlo mejor y esquivar todos esos obstáculos de los que estamos hablando. 

EG.- Yo me refería a que nunca me fiaré de alguien que marque una línea roja, nunca en materia de libertad de expresión. 

OR.- Pero yo no hablaba de líneas rojas en materia de libertad de expresión, hablaba de tener ética periodística, hablaba de que el racismo no puede estar normalizado como si no pasara absolutamente nada. Yo a veces pongo la tele y escucho mentiras, eso no puede estar normalizado como si no pasara absolutamente nada.

EG.- No, no, pero ¿cómo lo evitas?

OR.- Incluso normalizar que haya una masacre continuada que, por primera vez, el planeta entero ha visto en tiempo real, en la que se está también matando a un montón de periodistas y apenas hablamos de ello. Todo eso tenemos que pensarlo y no normalizarlo sino identificar la gravedad y las consecuencias de esas prácticas: forma parte de la obligación del periodismo.

EG.- Estoy completamente de acuerdo.

OR.- Poner líneas rojas es evitar que se autopresenten como informativos lo que no es periodismo o lo que son discursos racistas.

EG.- Es que cualquiera puede presentarse como periodista. ¿Quién da el carnet? ¿Quién decide? ¿Quién?

OR.- No estoy hablando de que se quiten carnets de periodista sino de que se señalen esos discursos y que no se normalicen.

EG.- Yo creo que se señalan, pero es que a mucha gente le gustan.

OR.- Están muy normalizadas esas dinámicas de tergiversaciones, medias verdades, de bulos, insisto, hablo de discursos racistas, discursos de odio en general. Tengo derecho a señalar a quienes buscan normalizar la discusión sobre si son buenos o no los derechos humanos.

¿Cómo cuesta tanto hacer autocrítica en la profesión? La culpa siempre está fuera, en las redes sociales o donde sea, pero muchas veces no es verdad y hay medios que ya no son medios de comunicación, se han convertido en otra cosa que ya no es periodismo, aunque se autodenominen así

Olga Rodríguez

EG.- Absolutamente.

OR.- Y creo que el periodismo, el buen periodismo, tiene la obligación de señalar eso y si no lo hace, no será buen periodismo, será otra cosa. 

EG.- ¿Y si lo hace y no pasa nada? ¿Si lo hace, pero el público sigue acudiendo a esa gente que discute los derechos humanos?

La medicalización del malestar

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OR.- El argumento fácil es que lo hacemos porque la gente lo pide, pero desde luego mi conciencia no se queda tranquila. A mí me toca dar muchas conferencias con Rosa María Calaf, porque les gusta llevar a mujeres de dos generaciones, nos entendemos bien. Y Rosa siempre pone el ejemplo de un reportaje en Informe Semanal muy cuidado que estuvo entre lo más visto de la semana. Hay cosas terribles, pero también se hacen cosas muy buenas. A un compañero hace 3 años o 4 le dicen: te voy a dar dos meses para que investigues las consecuencias de la privatización de cárceles en Estados Unidos, te haces un 60 minutos, un documental, pero, además, luego entregas un resumen de 6 o 7 minutos de esos 60, y ese día, sí o sí, vamos a abrir el informativo en prime time con ello, porque va a ser nuestra seña de identidad y porque es periodismo del bueno. 15 días antes vamos a tener a nuestras caras más famosas y conocidas de todo el canal diciéndo en prime time con promos que tal día a tal hora, no te pierdas lo que te vamos a contar. Y aun así te puede salir mal, pero es más difícil que te salga mal. Si desde el principio bajas los brazos, te rindes y decides que hay determinadas cosas que a la gente le aburren, que no quiere ver y no las promocionas y las relegas a tal hora y a un breve, claro, evidentemente no te va a funcionar y estamos en el bucle sin fin: ¿ves cómo te digo que eso no le interesa a la gente?

EG.- No hablo de aburrimiento. La gente quiere reforzar sus prejuicios. Muchas veces la gente se niega a ver la verdad, porque es una verdad que le incomoda, le disgusta. Y en cambio se siente a gusto con gente que dice las barbaridades que está pensando, y eso es puro comercio. Ahí no estamos hablando ya de periodismo, hay gente que por intereses comerciales se presenta como periodista y hace lo que le da la gana, y eso es el capitalismo. Y sobre eso, pues sí, la única opción es trabajar lo mejor posible. Ahora, que sea una solución, yo no lo creo.

OR.- Ha habido momentos peores en el periodismo, pero luego ha empezado a encontrar caminitos. Y dentro de esos momentos oscuros que alguien ha podido sufrir en determinados países, ha habido gente que ha sentido terminado su recorrido en una empresa y ha decidido saltar, con paracaídas o sin él, y largarse a cubrir a fondo una historia como free lance para intentar venderla después porque quedarse en la redacción entre cuatro paredes, 12 horas al día, va a hacer imposible acceder a esa información. Hay gente que ya ha hecho eso y que posteriormente ha montado medios de comunicación de periodistas, pequeñitos, online, pero que también son proyectos interesantes. Es prueba error, prueba error. 

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