LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Especulación en el infierno: los intermediarios inflan los precios en medio del caos y la muerte de Gaza

La barbacoa

Juan Carlos I en la embarcación 'Bribón' durante la regata del IV Circuito Copa de España 2022 en Sanxenxo.

Don Juan Carlos se zambulló en las procelosas aguas de la piscina de Villa Conchita, el coqueto chalé de Seseña que logramos alquilar con nuestro raquítico presupuesto. Su majestad pidió una cerveza con sombrillita e hizo que le trajeran un flotador de las tortugas ninja. Quería relajarse antes de que llegasen sus invitados: el rey iba a dar una barbacoa.

Al cabo de un rato, su majestad salió de la piscina y caminó, chorreante, hasta la parrilla. Retiró las rejillas y comenzó a amontonar carbón, leña de encina, palés viejos, periódicos y todo cuanto ardiese en cinco kilómetros a la redonda. "Este es el secreto de un buen asado, Joaquín". Mientras el emérito intentaba que aquella mastaba se mantuviese en pie, el agua que le bajaba por las pantorrillas había formado un charquito que yo me esforzaba en sortear. "Señor, creo que con tanto combustible tendrá que empezar a cocinar la semana que viene…". El rey soltó una carcajada mientras levantaba una garrafa de 50 litros de gasolina. "Más vale maña que fuerza".

Su majestad empapó el montículo y le lanzó una cerilla. La columna de fuego podía divisarse desde Burgos. Satisfecho, el rey pidió una sangría y se puso a remojo. Pasada media hora, con el fuego aún a dos metros de altura, el chambelán anunció la llegada de los primeros invitados. "Estábamos perdidos, pero hemos seguido el humo". Su majestad se desternillaba. Los saludó con tanto énfasis que acabaron empapados. Poco a poco, el jardín se fue llenando de señores que tenían cara de ricos de toda la vida, gente que había cobrado su primera comisión el día de su comunión. Don Juan Carlos les disparaba con una pistola de agua y les reñía por no haberse traído el bañador. "El agua está buenísima", etcétera, etcétera.

Adulación terapéutica

Adulación terapéutica

Hay que reconocer que su majestad es un anfitrión extraordinario, siempre que cuente con la ayuda de dos cocineros, dieciocho camareros y un mayordomo. El propio rey había compuesto un menú que consistía en cerveza, choripán y pacharán. Con las llamas levantando un par de palmos, don Juan Carlos arrojó el chorizo inaugural, que comenzó a silbar amenazadoramente sobre el calor abrasador. A los pocos segundos, casi envuelto en fuego, el chef borbónico lo metió entre dos trozos de pan. Quemado por fuera, frío por dentro y chorreando grasa: bocatto di cardinale.

El rey se retiró de las brasas y ordenó a los cocineros que preparasen el embutido según aquellas sabias indicaciones. Bufando, se pusieron manos a la obra. A los pocos minutos, toda la concurrencia mordisqueaba el bocadillo intentando que no les goteara en los zapatos. Don Juan Carlos se entretenía repitiendo a las muchachas que comiesen, que estaban muy delgadas, y bailoteaba al ritmo del Megamix Verano 99.

A la tercera o cuarta ronda de choripanes, el pacharán se hizo imperativo. Empezaron a circular copas y vasitos, que la gente se empinaba con tal de lubricar el gaznate. Aquello fue la muerte de los modales y la hidalguía. Con el estómago lleno de sangre y la cabeza hasta las trancas de alcohol, el personal empezó a caerse al agua a medio vestir o a vomitar entre los setos. Cuando me iba, el rey pescaba, entre risotadas, varios zapatos que flotaban en el agua con el quitabichos.

Más sobre este tema
stats