Adulación terapéutica

El rey Emérito Juan Carlos I durante su salida de la casa de Sanxenxo (Pontevedra) camino de Madrid.

El chambelán bajó preocupado: de los aposentos del emérito salían penosos alaridos de autocompasión. "¡Lo he arruinado todo!", berreaba, "la Historia se burlará de mí". Intenté tranquilizar al servicio explicándoles que sería el ciclo lunar o la intromisión de la constelación de leo en la casa de acuario. Las chorradas astrológicas funcionan muy bien en la corte. Al tercer día, la situación era insoportable.

Entré en mi despacho (¿recuerdan ese cuartucho lleno de humedades donde tengo una caja de frutas dada la vuelta?) y telegrafié a palacio. "Progenitor lastimero STOP servicio soliviantado STOP ansiolíticos machacados en el café insuficientes STOP". Al rato llegaron unos pizpiretos pitiditos de respuesta. "Inicie el protocolo Good Bye Lenin STOP". ¡Cáspita! De repente, mi vida era una de esas películas de espías que cruzan el telón de acero. Fui a la caja fuerte, localicé el sobre de marras y rompí el sello. Un ujier, que me seguía preocupado, me preguntó ansioso: ¿qué dice?

***

Siguiendo puntillosamente las instrucciones, convocamos al coro de aduladores. La prudencia y la Audiencia Nacional me impiden revelar sus identidades. Varios locutores de radio, una presentadora de matinales rubia, toda la sección de opinión del diario Abc, seis o siete clérigos preconciliares, la plana mayor en la reserva de los ejércitos de tierra, mar y aire y todos esos tarados que se llaman a sí mismos constitucionalistas llegaron a la hora prevista, envueltos en unas túnicas largas con capucha. Con una agilidad insospechada, como si fuese algo que practicaban habitualmente, formaron un corro de la patata y comenzaron a girar lentamente. Pasados unos minutos, don Juan Carlos se asomó por la barandilla con cara de funeral. Seguía mascullando reproches contra sí mismo que, todo sea dicho, eran de lo más atinado.

Los bingueros

Los bingueros

Le colocamos una poltrona en el centro del círculo de encapuchados y, tan pronto se sentó, el personal inició una danza torpe y monótona que iba, poco a poco, aumentando la velocidad. Cuando se pusieron a tono, uno, que ejercía de corifeo, dio la voz de alerta: "¡Transición ejemplar!". Los encapuchados se enardecieron y empezaron a proferir gemidos de placer. Al instante, otro añadió: "Héroe del 23F". No se imaginan cómo se restregaban las manos por la cara, cómo aullaban de gusto. La comitiva aceleraba su rotación a medida que se jaleaban los triunfos del monarca. "Garante de la unidad del Estado", ¡uf!, "el mejor embajador", ¡aaah!, "pequeños errores personales que no ensombrecen su talla histórica", ¡oh, síiii!, "Semental dinástico", ¡más!

El aquelarre se sucedió durante varias horas. Los encapuchados bailaban, gritaban y se autoestimulaban a costa del régimen del 78, las Olimpiadas del 92, las inversiones extranjeras y los discursos de navidad. Poco a poco, los aduladores se fueron desmayando, no sé si por el gustirrinín o por el esfuerzo, y, de entre ellos, como un titán colosal y redivivo, emergió don Juan Carlos, con las mejillas rubicundas, los cuatro pelos de la cocorota erizados y el pecho henchido.

Corrí a telegrafiar a Zarzuela, no sin antes darme una de esas duchas que uno toma sentado, agarrándose las rodillas junto al pecho. "Emérito vigorizado STOP A ver quién lo aguanta ahora STOP Solicito refuerzos o presento la dimisión".

Más sobre este tema
stats