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Antes de

Salvador antes de Dalí o cómo disolver la frontera entre el mito y la realidad

“No hay un Salvador antes de Dalí. Dalí siempre fue Dalí”. Habla Manuel Antón, doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). “Desde muy pronto, el joven pintor catalán tuvo claro que era necesario construir un personaje que complementara su producción artística”. Cuándo se dio cuenta el joven Dalí de que esa parte de marketingmarketing era necesaria es y será una incógnita, dado que él mismo se ocupó, durante el resto de su vida, de ir disolviendo —a base de declaraciones, historietas y biografías— la frontera entre la realidad y el mito. “Sabemos que el que llegó a la madrileña Residencia de Estudiantes a principios de los años veinte era ya un chico excéntrico”, explica Manuel Antón. Por su parte, Ramón Boixadós Malé, presidente de la Fundación Gala-Salvador Dalí, lo describe así en Dalí, Lorca y la Residencia de Estudiantes, un volumen elaborado con motivo de la exposición del mismo nombre que tuvo lugar en 2010: “Con el pelo largo hasta los hombros, patillas exageradamente largas, una capa que arrastraba por el suelo y un bastón, su aspecto provocaba perplejidad entre los jóvenes elegantemente vestidos con trajes a la inglesa y chaquetas de golf”. ¿Cómo había sido la vida del joven Salvador hasta el momento en que irrumpió en La Resi? Y, ¿cómo se convertiría en el gran icono Dalí?

El dramaturgo Fernando Arrabal escribió que “desde su infancia el pintor fue más inteligente que excéntrico, más profeta que visionario y más erudito que original”. Es una cita que coincide con el perfil que dibuja Manuel Antón del artista: quizás sea cierto que Dalí siempre fue Dalí, que desde muy joven tuviera más sensibilidad que el resto para entender de qué iba la película. Su hermana, tres años menor que Salvador, definió su infancia como “una etapa excepcionalmente enriquecedora y llena de armonía”, tal y como escribe Dawn Ades en Salvador Dalí (ABC, 2004), aunque, tal y como añade el propio biógrafo, se trata de una opinión no siempre compartida por el artista. Se crió en un ambiente intelectual y político progresista, lo que llevó al joven Salvador, en algunas etapas de su juventud, a militar en las filas del anarquismo. Años más tarde, ya adulto, se declararía, en cambio, “monárquico, católico y fiel defensor de la tradición”, en palabras del propio Ades. “Pero el mito-realidad de Dalí comienza mucho antes”, apunta Manuel Antón: “En su mismo nacimiento”.

Unos nueve meses antes de que naciera el niño que se convertiría en uno de los primeros espadas del surrealismo, murió su hermano mayor, que también se llamaba Salvador. “A él le quisieron lo justo, a mí me quisieron demasiado”, llegó a afirmar Dalí en Las confesiones inconfesables de Salvador Dalí. La familia adoraba al fallecido Salvador y, en su memoria, bautizaron al recién nacido con el mismo nombre. “Si, verdaderamente, Dalí sintió que era una reencarnación de su hermano difunto es algo que se sitúa en esa frontera entre el mito y la realidad”, reflexiona Antón. Dawn Ades lo califica de “morbosa autoidentificación con su hermano muerto, que contribuyó a hacer de él un niño ambicioso, exhibicionista y constantemente empeñado en ser el centro de atención”. Fuera como fuese, el pequeño Salvador fue archivando en su cabeza todas esas vivencias y pronto emergió en él una intensa vocación por la pintura que, tal y como asegura Ades en su biografía, no encontró nunca oposición por parte de su padre notario, aunque este sí que hubiera preferido que dedicara sus esfuerzos a “una carrera académica más segura”.

La buena posición familiar, junto al resplandeciente clima cultural catalán y, sobre todo, barcelonés —”más moderno y vanguardista que el madrileño”—, permitieron a Salvador Dalí empaparse de las pinturas y conocimientos del impresionista Ramón Pichot, amigo de su padre y de Picasso, que le aconsejó que se inscribiera en las clases de dibujo de Núñez, un importante grabadista premiado en Roma, a las que se matriculó con 12 años. “Dalí pintó con fruición”, señala Dawn Ades y, cuando terminaba los cuadros, los regalaba a sus tíos. También tuvo acceso a las revistas de arte más importantes y avanzadas de su tiempo, entre ellas la italiana Valori plastici. Parece que todo ello permitió al joven Dalí, nacido en Figueres, una ciudad de provincias catalana, llegar a la Residencia de Estudiantes con unos conocimientos que pronto interesaron —y encandilaron— a sus compañeros.

Dalí, Lorca, Buñuel, La Resi y Cadaqués La Resi

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La familia Dalí Domènech veraneaba en Cadaqués (Costa Brava), pero si el pintor catalán, a los cinco años, jugó con un Picasso treintañero que pasó el verano de 1910 pintando en el pueblo marinero, tal y como afirmó el propio Dalí, es otra de esas anécdotas imposibles de corroborar, pero también de negar. No se puede saber si, en aquel verano de principios de siglo, Picasso traspasó algún tipo de poder a Dalí. Lo que sí se sabe es que tanto el poeta Federico García Lorca como el cineasta Luis Buñuel se dejaron caer alguna vez por las escarpadas costas del litoral norte catalán. Los tres se conocieron en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde trabaron una productiva y estrecha amistad de la que también tomaron parte Pepín Bello o la pintora gallega Maruja Mallo. Allí, el trío Dalí-Lorca-Buñuel formó un triángulo emocional y artístico cuyos lados no podían ser más distintos entre sí, pero que dio lugar a unos vértices creativos magníficos.

En el artículo que esta sección dedicó a Lorca, el profesor Emilio Peral Vega habló de la atracción mutua que sentían el poeta y el pintor. En la misma línea, Manuel Antón recuerda la influencia que tuvo el uno en la producción artística del otro, pero ninguno de los dos se aventura a conjeturar acerca de una posible relación más allá de la amistad y la devoción artística, como se ha apuntado muchas veces. Antón, empero, sí que cita unas palabras del amigo de ambos Pepín Bello: “Parece que solía decir que Dalí tenía la misma sexualidad que el pico de una mesa”. De momento es algo que, como tantas otras cosas, queda a medio camino entre la realidad y la leyenda. Y en cuanto a la conexión Dalí-Buñuel, se puede resumir en dos grandes hitos en el plano artístico: las películas Un perro andaluz y La edad de oro. Ambas las dirigió Buñuel y en el guion de las dos participó Dalí.

El cineasta, de carácter fuerte y autoritario, se enfadó con Dalí cuando este se enamoró de —y enamoró a— Gala, la mujer del poeta francés Paul Elouard. Los tres, junto al pintor René Magritte, pasaron el agosto de 1929 con Salvador en Cadaqués, un pequeño pueblo costero convertido en la capital del surrealismo. Para enfado monumental de Buñuel, fue entonces cuando Gala y Dalí, que acabarían por pasar la vida juntos, quedaron prendados, pero todo eso es parte de otra historia, una paralela al auge del que, andando el tiempo, se convertiría en adalid del surrealismo y en uno de los pintores más importantes de la historia

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