El poder, la política y los festivos
El ser humano es un animal de costumbres, y lo más importante –algo que la gente olvida–, es un animal social. El animal político por excelencia. Un animal racional que adora su individualismo, diversidad y pluralidad.
Por ese motivo, la escaleta de festivos en los diferentes territorios a lo largo y ancho de un país, España, es muy heterogénea. Depende del folclore, la herencia cultural y las relaciones sociales de cada una de las regiones y/o municipios.
Las llamadas fiestas patronales o mayores tienen relación con la orografía, la religión, la economía, la historia, y sacan a la luz no solo las mil formas que tenemos de relacionarnos sino las escalas de poder público y cómo éstas siempre han tenido una importante relevancia en la conservación de "la fiesta", la transformación de las tradiciones o la evolución del sentir colectivo ejemplificando la estructura social del momento.
El sentir fiestero de mi tierra natal, por ejemplo, relacionado con la celebración de "los moros y cristianos" o la Pascua cristiana, la importancia del ser cofrade durante "la semana santa" o la feria del Corpus en Granada, estampa un estigma social que impulsa una segmentación entre quien "disfruta" de la fiesta, quien la organiza, quien la publicita, quienes se benefician de su celebración (económicamente y socialmente) de forma pública; y el resto, que no lo hace.
No hay que dar la espalda a la importancia social relacionada con el poder público histórico entre "los corrillos" donde se discrimina entre quienes son o no son más aptos para participar de "la fiesta"
Más allá del nivel de disfrute, del sentimiento, fuere más o menos religioso, no hay que dar la espalda a la importancia social relacionada con el poder público histórico entre "los corrillos" donde se discrimina entre quienes son o no son más aptos para participar de "la fiesta". Incluso durante los actos más cotidianos de la antigüedad, por ejemplo la celebración de una misa católica, se diferenciaba no solo entre distintos sexos, sino entre diferentes clases sociales (nobleza, burguesía, comerciantes, realeza y el populacho).
La relación del poder político y las tradiciones siempre han caracterizado a cualquier civilización. Y esta relación ha tenido sus consecuencias: Solo aquellos privilegiados y poderosos, las personalidades "famosas o conocidas", que tienen relación directa con la fiesta, disponen de una posición de ventaja respecto al resto para participar en y de la política.
En mi tierra natal se les denomina "gent del poble". Una fórmula centenaria relacionada con la tradición. Una forma de actuar que en pleno siglo XXI discrimina entre quienes tienen el consentimiento social, estamental, económico para participar de la democracia.
Un reconocimiento nobiliario, que centurias a posteriori de la Edad Media, aún tienen importancia para dar, otorgar y establecer privilegios sociales, económicos y políticos más allá de lo que establezcan las leyes democráticas.
Entiendo el fenómeno del protocolo durante la celebración de una festividad. El papel que tienen que desempeñar nuestros políticos, nuestros representantes, en la escena pública. Sin embargo, hay un pequeño –muy pequeño– espacio entre determinados actos de representación pública, y cómo algunas esferas de poder utilizan estos actos para diferenciarse no solo del resto, discriminando entre quienes pueden o no disfrutar de la fiesta, sino ampliar redes para mantener privilegios diferenciándose del resto desde una perspectiva moralista e individual.
La reivindicación de nuestras tradiciones, de nuestra cultura, de nuestra fiesta es muy importante para nuestra cohesión social y reivindicación colectiva; pero hay que tener cuidado con el mal uso de la misma para la asunción de diferentes desigualdades, la ampliación de los prejuicios morales y la segmentación social.
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David Acosta Arrés es licenciado en Ciencias Políticas por la UGR.