¡La banca siempre gana! Helena Resano
La civilización occidental atraviesa una crisis existencial que trasciende la actual coyuntura política. Lo que presenciamos no es únicamente el declive natural de una hegemonía histórica, sino su acelerado enterramiento bajo la errática batuta de Donald Trump. Su vuelta a la Casa Blanca ha catalizado procesos de descomposición que, en circunstancias normales, habrían requerido décadas para cuajar. Aquel que se presenta como salvador de Occidente se ha confirmado como su verdugo, encarnando la contradicción de una civilización que, habiendo perdido la confianza en sus propios valores fundacionales, abraza a líderes que prometen restaurar una supuesta grandeza pretérita a través de la negación de los principios y valores que originalmente la sustentaron. Trump representa la perfecta síntesis de esta decadencia, entremezclando populismo autoritario e incompetencia estratégica en una fórmula explosiva que no ha hecho sino acelerar el colapso de Occidente.
Huntington definió la civilización occidental como "entidad cultural" articulada alrededor de la herencia greco-romana, el cristianismo, las lenguas europeas, la separación entre autoridad espiritual y temporal, el imperio de la ley, el pluralismo social y el individualismo. El politólogo estadounidense advirtió que las pretensiones universalistas de Occidente generarían inevitablemente conflictos civilizacionales. Una predicción que cobra dramática vigencia bajo Trump, quien ha convertido el unilateralismo agresivo en doctrina, destruyendo la credibilidad occidental como depositaria de valores universalmente deseables. El trumpismo representa la caricaturización de Occidente, reduciendo toda su complejidad a un burdo supremacismo cultural que alimenta los resentimientos que Huntington ya identificó como potencial fuente de conflicto global. La pérdida de soft power resulta devastadora para una civilización que históricamente legitimó su predominio mediante la superioridad ética de sus sistemas políticos.
Trump persiste en socavar instituciones democráticas desplegando estrategias sin precedentes. La instrumentalización del Tribunal Supremo, colocando magistrados ideológicamente afines que han revertido derechos fundamentales como el aborto, ha politizado la justicia de manera irreversible. El abuso interesado del derecho de gracia presidencial elimina de facto la separación de poderes. La instrumentalización de cuerpos y fuerzas de seguridad para fines partidistas, incluyendo presiones sobre el FBI y manipulación de investigaciones contra opositores, torna el aparato estatal en herramienta de poder personalista. La sistemática colusión entre intereses empresariales y resoluciones presidenciales normaliza la corrupción. La abrogación de derechos de migrantes y el envío de la Guardia Nacional a estados gobernados por demócratas completan un patrón autoritario donde la coerción política se presenta como estrategia legítima, erosionando los cimientos de sistemas democráticos de derechos y libertades.
El derecho internacional y el multilateralismo, fundamentos del orden occidental, aceleran su ocaso en virtud de la concepción transaccional trumpiana de las alianzas. Esta visión reduce la cooperación entre Estados a cálculos comerciales inmediatos, convirtiendo la seguridad colectiva en mercancía. Su amenaza de retirar protección militar a países que no alcancen el 5% del PIB en gasto defensivo fragmenta Occidente en gobiernos individuales compitiendo por el favor estadounidense. Simultáneamente, la usura moral se manifiesta trágicamente en Gaza, donde el genocidio contra palestinos respaldado por arsenales occidentales evidencia la hipocresía de quienes se exhiben como defensores de derechos fundamentales. La deshumanización y reducción de los palestinos a obstáculos prescindibles contrasta brutalmente con la retórica occidental sobre dignidad universal. El proyecto aberrante de convertir Gaza en resort turístico mientras se extermina a su población representa un hito que pasará a la historia de la perversión de los valores civilizacionales, reduciendo la tragedia humanitaria a oportunidad comercial.
Con la excusa de fortalecer a Estados Unidos, el proteccionismo apremia la formación de coaliciones que reducen la centralidad occidental en el sistema económico global, minando las bases materiales de su poder
Las guerras arancelarias del magnate han acelerado la búsqueda de alternativas al sistema financiero occidental, fragmentando la arquitectura económica que sostuvo la hegemonía de Occidente. Abusar del dólar como arma de coerción geopolítica genera incentivos para que economías significativas desarrollen sistemas de pagos independientes, fortaleciendo mecanismos alternativos. Liderados por China, los BRICS+ han dilatado su membresía incorporando economías petrolíferas como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, representando ya el 47% de la población mundial y el 37% del PIB global. Esta reconfiguración no constituye una evolución natural, sino la respuesta defensiva ante la utilización de Washington de su posición privilegiada para castigar a adversarios y presionar a aliados. Con la excusa de fortalecer Estados Unidos, el proteccionismo apremia la formación de coaliciones que reducen la centralidad occidental en el sistema económico global, minando las bases materiales de su poder.
Por otra parte, la incapacidad occidental para generar relatos convincentes y motivadores contrasta con la sofisticación estratégica china. Trump ofrece nostalgia y repliegue, pero Pequín desenvuelve una visión de transformación integral del planeta. Su estrategia tecnológica busca liderar sectores como la inteligencia artificial y la computación cuántica, creando un ciberespacio propio que desafía el monopolio occidental de la información. Diplomáticamente, China ha mediado conflictos que Occidente no ha podido resolver, como el acuerdo entre Irán y Arabia Saudí, demostrando capacidad para generar estabilidad donde Estados Unidos sembró caos. De forma discreta, su presencia militar se expande desde el Ártico hasta África, estableciendo bases navales que proyectan un poder planetario coherente. China presenta visiones de conectividad y desarrollo compartido, debatiéndose Occidente en crisis identitarias y cediendo la iniciativa histórica a actores con ambiciones figuradamente transformadoras.
Esta asimetría traduce una acentuada merma de la confianza occidental en su capacidad para mejorar el mundo y liderar el progreso. Como observó Michael Ignatieff, evocando a Gibbon, "el orgulloso Imperio romano cometió el fatal error de confundir su monarquía con el globo terráqueo”, que resuena como advertencia frente al trumpismo. En su Estudio de la Historia, Toynbee explicó que las civilizaciones no mueren por agresión externa, sino por pérdida de creatividad interna e incapacidad para responder adecuadamente ante nuevos desafíos. Cuando una civilización pierde la certeza en su misión histórica y reduce su discurso a una gestión defensiva del declive, cede el liderazgo global a actores que albergan enfoques de cambio, aunque sean menos compatibles con los acostumbrados valores occidentales. Agrava la crisis la pusilanimidad europea que, incapaz de generar respuestas autónomas ante este declive, comisiona en Washington decisiones que afectan su propio futuro. Trocado un proceso de décadas de erosión gradual por un colapso acelerado, Trump pasará a la historia como verdugo de la civilización occidental.
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David Alvarado es doctor en Ciencia Política, profesor universitario, periodista y consultor.
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