Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
Hay noticias que no tendríamos que leer en ningún medio de comunicación. No porque sean incómodas, sino porque nos ponen frente a una realidad que no deberíamos tener que afrontar. Hace sólo unas semanas supimos que 2.000 mujeres (dos mil, si) no fueron alertadas de que sus mamografías requerían seguimiento o de que precisaban más pruebas. Detrás de este número (2.000, que se dice pronto) hay personas que esperaban, familias que confiaban… y diagnósticos que no llegaron. Ahora hay rabia, hay una sensación de abandono que nos atraviesa como un golpe seco… y hay miedo.
El miedo traspasó la frontera de Andalucía y hoy nos acecha a todas, porque más allá de un error administrativo es el síntoma de algo más profundo: la desprotección que sentimos, el desmantelamiento de lo que es de todos. La sanidad pública no es una abstracción ni es un eslogan de campaña. Es la médica de familia que te escucha cuando acudes a consulta asustada y cansada, tras noches sin dormir porque te has encontrado un bulto en un pecho. Es la ginecóloga que te mira a los ojos cuando no hay palabras. Es la radióloga que te llama para repetir una imagen porque intuye algo, o la enfermera que te coge de la mano. Es la red silenciosa y obstinada que sostiene la vida, nuestras vidas, cuando el miedo nos atenaza.
Es esa red a la que están dejando caer. Los recortes, la burocracia, las listas de espera…. y las privatizaciones silenciosas que agrietan el sistema público. Todo ello se esconde tras un discurso (un eslogan, si me permiten) practicista: hay que optimizar, hay que complementar. Dicen que lo público y lo privado pueden funcionar de forma conjunta. Y me pregunto cómo se conjuga el interés público con la necesidad de beneficios. El agua y el aceite ya sabemos que no mezclan bien.
La sanidad pública no es una abstracción. Es la médica de familia que te escucha cuando acudes a consulta asustada y cansada, tras noches sin dormir porque te has encontrado un bulto en un pecho
Ahora, Gobierno y comunidades autónomas (adivinen de qué signo político) se tiran los trastos a la cabeza porque el Ministerio de Sanidad ha pedido datos de cribado a las autoridades autonómicas. Y estas últimas se agarran a la transferencia de competencias para sepultar la transparencia bajo paladas de desinformación, crispación y griterío (que parece que les funciona). Y se olvidan otra vez de nosotras, las mujeres madrileñas, las valencianas, las andaluzas… las españolas. Las protagonistas de carne y hueso de la estadística que dice que una de cada ocho de nosotras afrontará un diagnóstico de cáncer de mama y se sentará en la consulta de la oncóloga con miedo.
"El miedo no evita la muerte, el miedo evita la vida". La frase la escribió el egipcio Naguib Mahfouz en otro contexto, pero encaja a la perfección en éste. Quizá se trata de eso, de no dejar que el miedo nos paralice, de levantar la voz por lo que nos pertenece. Este lunes en el Congreso de los Diputados se presentó el documental Sacar pecho, que da voz a varias mujeres, pacientes oncológicas, que recorren la mallorquina Serra de Tramuntana mientras tejen una red invisible con hilos de empatía y coraje. Ellas, y las médicas que las atienden, se sostienen a sí mismas, con la red pública detrás.
La sanidad pública es la última frontera de la igualdad. Defendamosla, porque en esta causa también nos va la vida.
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