El cambio de hora: ¿A quién o a qué se hará caso?
Este fin de semana nos toca a los europeos cambiar la hora. Acomodamos los relojes –pocos ya, porque la tecnología nos los cambia automáticamente– al horario de invierno. En realidad el atraso del reloj una hora es para acomodar el reloj biológico al ciclo de la naturaleza. Ese reloj biológico que muchas especies de la biodiversidad que pueblan la tierra, incluidas las plantas y los árboles, necesitan reorientar por nuestro empeño en discutir y no advertir que es el astro rey el que nos gobierna y nos mantiene vivos en nuestro planeta, porque no hay un planeta B. Si uno observa a los gorriones de las ciudades, cada vez más escasos, en estos días de finales de octubre, a las seis ya se echan a dormir, mientras a las seis van las mamás y papás con su hijos muy pequeños al parque, porque acaban de salir del colegio. Los vencejos cumplen con sus costumbres a rajatabla. Vuelven en primavera a las ciudades entre el 20 y 28 de abril y se vuelven a sus lugares africanos cálidos entre el 25 y 30 de julio, después de haber criado, y a pesar de los calores de agosto que dejan.
Pedro Sánchez –sea por tacticismo, como algunos le achacan, sea por intuición o reflejos– ha lanzado la idea de que la Unión Europea, a partir de 2026, se desdiga del cambio horario, pues el motivo principal que lo acordó en la década de los setenta del siglo pasado –la reducción de energía que suponía por la crisis del petróleo y otras, hoy es mínimo–, como han demostrado estudios de estos últimos años. El debate está servido. No hay propuesta de Sánchez que no invite a un debate acalorado y en estos dos días posteriores, los dirigentes políticos y los ciudadanos ya se han manifestado a favor o en contra, incluso gobiernos de la UE.
Permítanme que mezcle experiencias personales sobrevenidas con algunos datos de la historia política española. “Es una cuestión de madrugadores y de trasnochadores”, he oído a un opinador. ¿Será verdad que es una cuestión de los biorritmos de los humanos? Define la RAE, en su primera acepción, el biorritmo, como el “ciclo periódico de fenómenos fisiológicos que en las personas puede traducirse en sentimientos, actitudes o estados de ánimo repetidos cada cierto tiempo”.
Al proclamarse la Segunda República, una de las reformas que implantó fue la reducción del servicio militar de dos a un año, de 24 a 12 meses, y la exención del servicio militar del 40% a los mozos-quintos que sorteaban ese año. Y a su vez, del 60% que hacían el servicio militar, solo el 10% lo harían en territorio africano. Y la mala suerte, que no deseaban las familias, a mi padre le tocó e hizo el servicio militar en Tetuán. Además, La República eximía de dos meses de servicio militar a los mozos que hicieran un mes de instrucción previa, cosa que hizo mi padre, y que, añadido a un permiso de dos meses, solo cumplió ocho meses de servicio militar. Tenía 22 años, era el año 1935 y Franco, según nos contaba a sus hijos, les pasó revista alguna vez. Licenciado a finales del año, en agosto del 36 fue movilizado por el bando sublevado al que pertenecía la VII Capitanía General o División Orgánica, como la llamó la República y fue destinado al Alto del León. Estando allí recibió la noticia del fallecimiento de su madre y el mando le dio un permiso de 48 horas para que fuera a enterrarla. Me viene a la memoria el debate que se mantiene ahora, noventa años después, con los días de permiso por el fallecimiento de familiares directos, que quiere establecer Yolanda Díaz.
No olvidemos que el cambio de hora tuvo en España un componente político muy acentuado. A España le corresponde el huso horario occidental, el de Londres, y no el de Europa central, el de Berlín
Narro esta historia personal para relacionarla con el cambio horario y los biorritmos. Mi padre hizo cientos de guardias durante estos cuatro años. Y odiaba la noche para ellas. Cambiaba los turnos a sus compañeros. Si le tocaba a las ocho de la noche, prefería que fuera a las tres o cuatro de la madrugada porque iba a favor del día. Nunca le importó madrugar y nunca se quejaba por ello. En la década de los cuarenta, recogía el suministro para el pueblo y salía a las cuatro de la mañana en el carro para estar en Segovia a la hora de abrir a las nueve y volver de día.
En mis tiempos de colegial había compañeros que, cuando se acercaban los exámenes y se intensificaba el estudio, unos preferían alargar el día y seguir estudiando hasta las dos de la madrugada y otros se levantaban a las cinco para comenzar más despiertos, buscando el día. Esto no ha cambiado. Unas personas son aves nocturnas, como la lechuza o el búho, y otras, diurnas, como el águila o el quebrantahuesos.
No olvidemos que el cambio de hora tuvo en España un componente político muy acentuado. A España le corresponde el huso horario occidental, el de Londres, y no el de Europa central, el de Berlín. Es una teoría muy extendida que este horario fue acordado por Franco para complacer a Hitler, por simpatía con el Führer. En España, el debate será más extenso y crudo de lo razonable porque el turismo va a pretender imponer su negocio. El turismo de verano, con muchas horas de sol y temperaturas soportables para los turistas de los países fríos, aun con el calentamiento global que afectará enormemente a España, querrá imponerse, porque Europa no nos impondrá un uso horario obligatorio a todos los países. Veremos.
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Felipe Domingo Casas es socio de infoLibre.