¡La banca siempre gana! Helena Resano
La dana del 29 de octubre del año pasado redujo el porvenir de muchas personas a la nada. A 229 de ellas les quitó la vida, a sus allegados los dejó sumidos en la amargura permanente, porque saben que casi todo se hizo mal; siendo generosos diremos que se podría haber hecho mejor. Todo falló en los sistemas de protección, esos que se supone asegura el Estado de bienestar en el que nos dijeron que estábamos instalados. Llegaron, tarde pero fueron de gran ayuda –Cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado, contingentes de bomberos y mucha gente voluntaria– a paliar el efecto desastroso, movidos por su corazón herido y el impulso de su pensamiento colectivo.
De nada sirvieron las continuadas gotas frías y sus efectos que aparecen registradas en documentos antiguos y de las cuales hay 6 registros dolosos solamente en el siglo XIX. Nada, o casi nada, quedó de aquella enorme riada de 1957 que se llevó por delante la vida de 81 personas y cuantiosos daños materiales. Bueno, ahora que lo pienso, algo sí: las obras de canalización del último tramo del Turia y varias carreteras. Esas que ahora han dirigido las aguas hacia pueblos más allá del llamado Plan Sur, anegando grandes extensiones de zonas habitadas y plagadas de otras construcciones, que ahora han soportado graves afecciones. Nada se pensó para prever lo que podía suceder casi con total seguridad. La indefensión vital se limita a incertidumbres que llegarán a ser certezas.
Nada es decir demasiado poco, quizás algo cambiarán las percepciones pero al final es posible que queden en casi nada, comparado con la inmensidad de tareas pendientes. Una de las principales es mejorar la gobernanza ante posibles repeticiones. En esta dana algo ha estado claro para la mayoría de la gente: no funcionó casi nada en la cadena de gobernanza de lo público. Nada ha repercutido por ahora en quienes se parapetaron detrás de la nada para no verse enfangados por la dana.
En esta dana algo ha estado claro para la mayoría de la gente: no funcionó casi nada en la cadena de gobernanza de lo público
Estas ‘nadas’ nos enseñan que la vida no es fácil, que hay incertidumbres y dificultades para vivir, pero también estas pueden despertarnos. Quizás, no se sabe a ciencia cierta, esta dana nos sirva para prepararnos ante la próxima. Mario Benedetti nos poemó que “hay quienes imaginan el olvido como un depósito desierto/ una cosecha de la nada, y sin embargo, el olvido está lleno de memoria”. Memoria que expresan una parte de los damnificados en sus demandas de acción política, no exentas de proclamas contra quienes, presuntamente, no hicieron nada.
Desde fuera, en otros territorios, percibimos la nada política en quienes, presuntamente, tuvieron mucha responsabilidad y su cara y una parte de sus hechos adoptan una compostura como si nada hubiese pasado. Me refugio en una estrofa de otro poema del uruguayo, aunque pienso en varios protagonistas no los delato: “alguna vez la nada será mía y yo / curioso la venderé al mejor postor y si él / a su vez / desencantado la subasta en la plaza / podré esfumarme al fin como si nada.”
Como él nos enseña proponemos decir en voz alta, para que nos escuchen todos los damnificados, una adaptación de algo suyo: No, no sufrimos de amnesia, solo queremos acordarnos de lo bonito –la claridad que se nos fue del pasado placentero-. A eso lo llamaríamos memoria selectiva –también sobre las querencias políticas– porque es muy saludable tenerla. Ponerla en práctica –quizás con nuestro voto– nos ayudará a homenajear a los damnificados, porque su dolor nos enseñará a recordar.
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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental.
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