Patriotismo, ¿una virtud?

Carlos Miguélez*

Como dicen que ocurre cuando uno está a punto de morir, mi vida pasó frente a mis ojos en un segundo al escuchar a Esperanza Aguirre decir que teníamos que recuperar el patriotismo “como virtud cívica fundamental”. Recordé los saludos a la bandera todos los lunes en el colegio durante toda mi vida escolar en México. Mientras sonaba un cántico marcial, todos los niños saludábamos la bandera verde, blanca y roja, con el águila en medio, que llevaba el mejor de la clase mientras marchaba con otros pocos genios entre los que nunca estuve. Después sonaba el himno y después volvían a dar la vuelta por el patio. Ese comienzo de semana se repetía en todos los colegios de la nación por ley, como por ley estudiábamos una asignatura llamada “civismo”, que consistía más en directrices para ser un “buen patriota” que un ciudadano libre y responsable. También recuerdo los libros de historia oficial, conocida también como “historia patria”, que siempre ensalzaba y demonizaba a las mismas figuras.

Pocos profesores cuestionaban la versión patria para que cayéramos en la cuenta de que la historia no puede convertirse en un cuento de buenos y malos, y que explicaran que México, como espacio común de lengua, historia y cultura, es resultado de distintos episodios históricos. Esto incluye el mestizaje como fruto de la llegada de los españoles, con atrocidades y ciertas herencias sociales y políticas caciquistas que aún arrastramos, pero también con una riqueza lingüística y cultural que aún nos acerca a pueblos hermanos y que nos da una proyección internacional y cosmopolita.

En la Escuela de Lancaster también aprendí que las peores atrocidades del siglo pasado tienen su origen en ideologías que agitaron patriotas como Benito Mussolini, Adolf Hitler, Josef Stalin. Si algunas personas decimos que la selección mexicana de fútbol no merece ir al Mundial el próximo año se nos juzga impunemente por no sentirnos orgullosos de nuestra patria, por no querer a nuestro país, por ser unos oportunistas que sólo celebramos cuando gana el equipo, de regocijarnos en la desgracia de los nuestros.

Aunque en circunstancias distintas, afortunadamente, me recuerda discurso de “estás con nosotros o estás con los terroristas” de George W. Bush. O a su amigo José María Aznar cuando manipula la historia con unas “memorias”, que no son más que una autoterapia para justificar declaraciones y decisiones de irresponsabilidad histórica “por querer lo mejor para España” y “estar a la altura de sus responsabilidades”. ¿Mejorar la posición internacional en España, supuestamente, justifica mentir después de un atentado como el del 11-M y meter en la guerra a un país con una mentira?

Millones de españoles salimos (sí, también tengo nacionalidad española y me encontraba en Madrid cuando salí a manifestarme en la lluvia de marzo) para gritar que no éramos patriotas si ello consiste en permitir semejante manipulación. Me encontraba en Estados Unidos el día que las tropas “aliadas” lanzaron su primer bombardeo contra el pueblo iraquí, en marzo de 2003. Recuerdo como uno de los días más tristes de mi vida, de esos en que de pronto uno pierde la esperanza en el género humano, cuando vi, fuera de donde yo vivía, a unos amigos clavar una enorme bandera estadounidense en nuestro jardín. “En realidad, ¿qué me une a estas personas?”, llegué a pensar.

Qué pena no conservar el correo electrónico que le escribí a un profesor y que me vincula con mi profesión y con mi trabajo. Tampoco conservo su respuesta; tan sólo el ánimo que me inyectó para no perder la esperanza y para implicarme como corresponsal en una revista oral que luego se convirtió en Taller de Periodismo Solidario. Un año después, durante mis últimos días en aquel gran país, presencié el escándalo de de las torturas en la cárcel iraquí de Abu Ghraib. Un escalofrío me recorre el cuerpo cada vez que vuelven de golpe estas vivencias.

Me siento mexicano aunque critique la forma de jugar de su selección y me alegre cuando juega bien, aunque me gusten y me dejen de gustar distintos rasgos políticos, culturales y sociales; crecí en México, mantengo ahí a muchos de mis grandes amigos, además de mucha familia.

Me siento español y lo soy también a efectos jurídicos, y tengo una nueva familia de amigos, aunque conocen las cosas de España que no me gustan. Y no, no tengo porqué volverme a “mi país” porque haga críticas.

Me siento estadounidense por los lazos que me unen a profesores, compañeros de universidad y de fútbol, y por la vivencia tan positiva en una universidad de ese país.

Me siento de todos lados aunque, cuando oigo discursos patrioteros como el de Esperanza Aguirre, más bien de ninguna parte.

*Carlos Miguélez Monroy es periodista y socio de infoLibre.

Twitter: @cmiguelez

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