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Nos vendieron y ahora nos reclaman

Creo que hay elecciones al Parlamento Europeo dentro de poco. Lo dice el ruido aquí porque un miembro de un Gobierno ha sido designado candidato casi fuera de plazo y sigue siendo ministro, y también porque hay un runrún de partidos políticos que juegan a europeizar lo nuestro cuando en realidad me malicio que lo que hacen es españolear con lo europeo porque están más, creo yo, en un ensayo general con todo de elecciones generales españolas.

Pero es que además, no sé si le pasará a usted querido lector, contemplo una inquietante y oscura perspectiva de la Europa que alguna vez nos movilizó.

Hace años, no muchos, era la ilusión de un territorio político y económico diverso pero unido, fuerte como mercado de productos y empresas pero también vivero y esperanza de ideas enriquecedoras, imaginación y vigor democrático. La Europa Unida o Unión Europea era un perfil esperanzador en el horizonte de un continente que tenía historia y vocación democráticas y que aspiraba a que en su seno la ciudadanía alcanzara cotas de bienestar social y cultural desconocidas, permanentes y ejemplares.

Pero llegó la crisis, nos despertó del sueño y desnudó la verdad de esa Europa que nos vendían. El viento helado y culpable del dinero en peligro barrió los adornos de los árboles y el decorado de cartón piedra para dejar al descubierto que el único proyecto era una Europa de mercaderes interesados empezada a construir con la inestimable colaboración de la insolvencia de unos políticos carentes de ideas.

Políticos y mercaderes que estiraron la austeridad hasta lo criminal con unos resultados, al menos hasta el momento, que no han sido sino el empobrecimiento de los más pobres y la asfixia de una clase media europea que sigue sin ver una salida a su angustia y sus miedos.

En las situaciones difíciles las personas y los colectivos se retratan, y el retrato de la Europa en crisis no puede ser más desolador. No hay soluciones, no hay imaginación, ni siquiera hay capacidad de rectificar ante el fracaso de una política dictada desde la lejanía del sur y de la calle.

Ahora nos piden que votemos al Parlamento Europeo. Y lo hacen quienes han tenido y aún tienen la responsabilidad de esa política estéril y falta de imaginación y sensibilidad. En poca estima nos tienen, me parece a mí.

Europa no necesita un Parlamento de mayorías de partidos que se han sometido al poder económico, que han renunciado a sus principios democráticos y nos han roto el viejo sueño europeo.

Europa no necesita lo que ahora nos venden los que la vendieron.

Europa reclama una catarsis profunda, verdaderamente democrática, a años luz de lo que quienes se autoproclaman como la solución van a ser capaces de hacer: no hay más que ver las consecuencias de su gestión hasta ahora.

No me siento convocado a construir Europa con estos mimbres.

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Habrá que fijarse en quienes, desde la cercanía con la realidad democrática, han sido capaces de abrir la boca y levantar la voz frente a los cómplices de las políticas que están llenando de sufrimiento el continente. No son muchos, pero si uno observa atentamente puede seguir su rastro.

Lo demás es ruido, un intento de mantener las cosas como están, cambiando de nombres y personas.

Europa es una cosa muy seria como para dejarla otra vez en manos de quienes la han llevado donde ahora está. Recuperar el viejo sueño sólo es posible si no volvemos a confiárselo a los mercaderes ni a sus políticos.

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