‘Misión imposible: Sentencia final’, un excelente cierre para la mejor saga de acción de la historia de Hollywood

Tom Cruise en 'Misión imposible-Sentencia final'

A MANIAC, publicada en 2023, no queda otra que considerarla una novela total. Al mismo tiempo la etiqueta puede entrañar problemas porque no es lo que se dice una ficción al uso, sino que Benjamín Labatut trabaja rigurosamente con hechos reales y el vigor literario se localiza en la conexión y descripción de los hechos susodichos, no tanto en su fabulación. La suma de anécdotas inquietantes de científicos a lo largo del siglo XX entrega entonces las claves para leerlo de cabo a rabo, y con él nuestra época.

Labatut afirma que el avance de las matemáticas desató una serie de fuerzas oscuras que nos han acompañado durante las últimas décadas. Fuerzas oscuras articuladas sucesivamente según la carrera nuclear, el ciberespacio y, finalmente, la Inteligencia Artificial.

Lo de “novela total” viene, entonces, no tanto por la argamasa narrativa sino por cómo la desborda. Cómo el estudio de la Historia a través del progreso científico se da la mano con la filosofía, y se pregunta cuál es la condición actual del ser humano. Pese a las barbaridades que narra —incluyendo los bombardeos atómicos de Japón de forma muy cercana en el tiempo, casualmente, al estreno de Oppenheimer—, MANIAC no es una obra tan sombría como pueda parecer. Un pasaje inspirador presenta una partida de Go contra una Inteligencia Artificial avanzadísima —también real, pasó en 2016—, y esta es asaltada por una impactante jugada del contrincante humano, Lee See-dol. Una jugada irreflexiva, impulsiva, que como tal la IA fue incapaz de predecir

A Ethan Hunt, el personaje que Tom Cruise lleva interpretando desde 1996, le caracteriza entre otras cosas la habilidad para improvisar. Se mete en unos líos tan tremendos y tan complicados, con tantas opciones de alumbrar dificultades extra, que llega un punto en que solo puede tirar de corazonadas. Ante el asombro de sus compañeros toma decisiones drásticas en el último segundo, y sigue adelante. Es lo que le define, y que se haya tenido que enfrentar a una Inteligencia Artificial maligna (la Entidad) en las últimas entregas de Misión imposible ilustra lo bien que los artífices de la saga conocen el mundo en que trabajan. Así como lo que nos estamos jugando con la dichosa IA.

Conocimos a la Entidad en Sentencia mortal —antes se subtitulaba Parte 1, ahora en Misión imposible: Sentencia final se han ahorrado el Parte 2 por la creencia en que esto afectó a la decepcionante taquilla del film previo—, y los debates desatados al respecto no fueron entonces tan existenciales como industriales. Meses antes del estreno Steven Spielberg, al hilo del masivo éxito pospandémico de Top Gun: Maverick, había felicitado a Cruise por “salvarle el culo a la industria”. Cruise pulió la narrativa con un laureado pulso contra los productores para que sus películas esquivaran el streaming, así que la Entidad en Sentencia mortal no podía ser otra cosa que… el algoritmo de Netflix. Cruise se estaría jugando el futuro del cine frente a él.

Sentencia mortal hizo méritos a este relato con una excelsa puesta en escena por parte de Christopher McQuarrie. No suponía, sin embargo, un gran cambio en los postulados de la saga. Sentencia mortal agigantaba el mito de Cruise como estrella dentro de una senda continuista con lo que habían construido las películas anteriores, de una espectacularidad creciente y kamikaze en las escenas de riesgo (estas, a su vez, cada vez más abundantes y voluminosas). Que ha habido un cambio en las prioridades de McQuarrie y Cruise se percibe ya desde la repentina escasez de escenas de acción en Misión imposible: Sentencia final. Parece que la atención está en otro sitio.

¿En la voluntad de Sentencia final de clausurar orgánicamente una saga de ocho películas y 30 años, quizá? Desde luego es algo a tener en cuenta, porque gran parte de las debilidades de esta última entrega se concentran en esta necesidad de atar cabos y recuperar personajes. Hay un cúmulo bastante considerable (y a veces indigesto) de flashbacks y explicaciones innecesarias, que redundan en esa molesta sospecha que nunca ha dejado atrás la saga desde J.J. Abrams: la sospecha de que, por muy salvacines que quiera ser Misión imposible, no dejamos de hablar de una serie de televisión carísima, inspirada como está a fin de cuentas en una serie de televisión previa de los 60. Es un asunto delicado, pero enfangándonos con él eludiríamos el auténtico foco de la propuesta

¿Por qué hay tan pocas secuencias de acción y tanta cháchara?, es la pregunta clave y la que quizá aboque, triste a la vez que comprensiblemente, a cierta sensación de anticlímax. La razón es que, en Sentencia final, la Entidad ha conseguido dominar el mundo. La Inteligencia Artificial ha creado una nueva realidad y esta realidad ha acelerado las lógicas que rastreara Labatut en MANIAC

La IA, como perversa conflagración de esas fuerzas oscuras que desató el conocimiento científico, genera un tablero geopolítico al borde de la esquizofrenia y el suicidio. Las siglas MAD identifican la Mutual Assured Destruction, Destrucción Mutua Asegurada. El legado del científico que ideó esta aterradora forma de calcular el conflicto nuclear, Von Neumann, tiene un rol preponderante en MANIAC. También, hasta cierto punto, en Sentencia final. Donde hay tanta charla tensa en despachos, tantos mandatarios tomando decisiones irresponsables, que el fantasma de la Guerra Fría no solo revive sino que se agiganta, adecuándose al mundo multipolar que vivimos. Nunca habían aparecido tantas banderas en Misión imposible como las que aparecen en Sentencia final.

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Sentencia final no es ni mucho menos un ejemplo de ciencia ficción distópica que especule con el futuro de la IA y cómo podría reaccionar el mundo a él. Sí es, en cambio, una indagación en el poder de resistencia de la humanidad frente a las fuerzas oscuras que produjo su razón. Alterando sutilmente, de paso, los términos en los que antes nos relacionábamos con Ethan Hunt. Pues resulta que no era un superhéroe después de todo, sino un símbolo. Una creación destinada a sublimar las cualidades que hacen humana a la humanidad y que, de repente, resulta que Ethan Hunt siempre había encarnado. La capacidad incalculable de improvisar, que mencionábamos antes. También su preocupación por el prójimo, tan machaconamente volcada hasta ahora en “su equipo”.

Y la pulsión antiautoritaria, no lo olvidemos. Hunt encarna unos valores liberales e individualistas que Sentencia final lleva a su apoteosis, enredándonos en una madeja ideológica a la larga funcional al poder pero, en unas distancias más cortas, de un valor cinematográfico sin precedentes dentro de la historia del blockbuster de Hollywood. Sentencia final tiene dos escasas secuencias de acción, en efecto. Menos mal que una de ellas es la cumbre absoluta de toda la saga.

Es una larga secuencia donde Hunt ha de bucear hasta unas profundidades abisales y sacar cierto artefacto de un submarino hundido. Regresar a la superficie supondrá seguidamente un desafío terrible, y proporcionará planos mayestáticos de una abstracción cuasimitológica. Pero la grandeza no está ahí; la grandeza del cine no radica en las imágenes por sí solas sino en la producción de significados a través de su sucesión. Por eso lo que conmueve de estos minutos prodigiosos no es tanto el ascenso épico del protagonista como los movimientos trémulos, fundidos en el hambriento contacto de otro ser humano, que vienen justo después. Ahí es donde Sentencia final desvela, con estremecedora poesía, aquello de lo que realmente estamos hechos.

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