IDEAS PROPIAS
En política, mejor lo bueno por conocer
Este domingo pasé con mi novia por el Auditorio do Mar en Vigo. Como muchas cosas en esa ciudad, es gris e industrial, un cubo tan absurdamente grande que ni puede ser otro cubo más del puerto, ni un simple espacio en el que acumular cultura. Hay en él tanta disrupción con la ciudad como diálogo con el mar. En él hicimos muchos de los mítines más grandes que en Galicia se hayan visto nunca de partidos de izquierda. Como Podemos, con un Pablo Iglesias contra el que aún no habían fabricado pruebas y que había ganado las elecciones en esa ciudad; como En Marea, con los alcaldes del cambio y con un Xosé Manuel Beiras que nos enseñó a unas cuantas generaciones a agarrar con una mano a Galicia y a la otra a la izquierda anticapitalista; como Galicia en Común, con una Yolanda Díaz a la que coreaban ya "ministra, ministra" cada vez que cogía un micrófono. En aquel Vigo no se gritaba "no pasarán"; la esperanza suena portuguesa, y con claveles rojos llorábamos que é o povo quem mais ordena.
Esta historia, la del espacio del cambio, la que crece a la izquierda del PSOE, es una historia que no conviene olvidar. Pasé por ese auditorio y no pude evitar pensar en todo ello, y en que ni semejante cubo, ni siquiera el mar, sirven para albergar todas las diferencias y tonalidades que intentamos tantas veces enlatar en ese delirio aspiracional que llamamos la unidad de la izquierda, un delirio que sirvió para cambiar nuestro país. ¿Es que no queda ya nada de aquello más que algunas de sus partes desperdigadas y condenadas a no entenderse más?
No corren buenos tiempos para las izquierdas. La cosa va desde corrupción sistémica hasta patriarcado estructural, pasando por todo tipo de cainismos, soseríos y complicidades bélicas. Se mire por donde se mire, la sensación de asco y pena que produce ahora mismo la clase política es tan fuerte que por momentos da hasta vergüenza informarse. Pocos escenarios más peligrosos para la democracia se me ocurren que este, en el que, además, toda la fuerza que desencadena esa desafección, que en otros tiempos ha levantado multitudes constituyentes, es ahora aprovechada para el impulso de lo ultra, lo totalitario y lo excluyente. La crisis política en la que vivimos no va a producir un 15M, sino que está provocando, ante una izquierda paralizada, más turba fascista.
Es cierto que se han conseguido avances, más cierto es aún que estos se nos han presentado con todos los perejiles (que dice una muy querida amiga comunista). Pero no basta. De poco sirve que una semana tengamos al ministro Bustinduy luchando solo contra el problema de las viviendas de uso turístico, si al mismo tiempo tenemos al PSOE yéndose por el desagüe. De poco sirve ya que el presidente plante cara a Trump en la OTAN en materia de rearme después de haber deslegitimado cada uno de los intentos de sus socios parlamentarios como Podemos o Bildu para parar la complicidad con el genocidio de Israel.
Y me lo van a permitir. De poco sirve, querido presidente, reunirse ahora con las feministas de tu partido, e incluso prometer que vas a expulsar a los puteros de tu organización (como si estos lo fueran a confesar, salvo que sean grabados en secreto, es que hay que joderse) después de haber dilapidado todo el trabajo feminista que hizo, con Montero a la cabeza, que España fuera un referente mundial en la materia. No olvidemos que al mismo tiempo que la prensa internacional decía que Igualdad era el modelo a seguir, Pedro Sánchez hacía campaña afirmando que el feminismo de Podemos había ido demasiado lejos y que incomodaba a sus amigos de 50 años. Parece que el feminismo de hecho ha ido tan lejos que va a terminar por cargarse, y con razón, la poca credibilidad que pueda tener ahora mismo el Partido Socialista.
Y lo peor es que esta no es solo una crisis política, sino que parece la antesala de una crisis económica que se deja ver ya en algunas expresiones de la economía de los hogares españoles. Ya lo siento por Trabajo, pero no hay reducción de la jornada laboral ni dato positivo de paro que alivie la sensación de pobreza que azota a la gente normal cuando se le va el dinero en pagar su alquiler y hacer la compra en el supermercado. Aunque hemos hecho muchísimo, no es suficiente.
Escribo este artículo para hacer un llamamiento a militar contra las paralizantes hipótesis que se manejan en las izquierdas que nos llevan a pensar que lo mejor es lo que hay
Hay quien pretende digerir el mal trago debatiendo sobre si el ciclo político ha terminado o no. Por ciclo político se entiende el tiempo que pasa entre un momento de izquierdas y otro de derechas. Como si ese vaivén fuera inevitable y lo único que pudiéramos hacer ahora es esperar el momento de unas elecciones generales en las que tocase una victoria electoral, cultural y moral de las fuerzas conservadoras. Lo del ciclo político funciona, pues, como una religión; consiste en creer que lo que le pasa a la izquierda se explica por una fuerza superior que ordena todo y que por supuesto nos exime de toda responsabilidad. Escribo este artículo contra las paralizantes hipótesis que se manejan en las izquierdas, comenzando por la idea de que lo único que podemos hacer ahora es bailar al ritmo de Sánchez y esperar, sin molestar y sin intentar nada, a que gobierne Feijóo. Pocas posiciones se me ocurren más conservadoras que estas.
No, en política no es verdad que "mejor lo malo conocido que bueno por conocer". No, no es verdad que esté todo perdido. No, no es verdad que se haya hecho todo mal. No, no es verdad que cuanto peor, mejor. No, no es verdad que la única disyuntiva sea o un Gobierno de Pedro Sánchez o un Gobierno del PP con Vox. No, no es cierto que salir del Gobierno sea entregarle las armas a la derecha. No, no es verdad que nos tengamos que conformar con ser minoría, ni con la posición ideológica del Partido Socialista, ni con construir una izquierda que no asuste, ni tampoco con que España sea el único lugar en el que ni vamos a intentar el frente amplio, por más que admiremos a todos aquellos que lo han hecho antes. No, no es verdad que 1+1 son 2 cuando hablamos de política, ni que haya que jurarse rencores de por vida, ni que haya no sé qué marca gastada ni no sé qué persona quemada. No es verdad que no sé quién sobre, ni que lo tengamos todo perdido porque estemos en un momento en el que no hay mimbres políticos para construir algo que dé esperanza. Lo que sí es cierto es que ni el (presunto) corrupto de Santos Cerdán, ni el presidente pidiendo perdón, ni la parálisis de esta legislatura, el ruido permanente del Congreso o las coaliciones registradas a las 23.56 de la noche para repartirse medio escaño por no sé dónde son caldo de cultivo de la desafección.
Pero, ¿es que acaso la izquierda somos eso? ¿Hubiéramos pasado por todo lo que hemos pasado la última década para ser el socio amable de un Gobierno que está en punto muerto? ¿Es que la izquierda ya no aspira más que a resistir, acompañar al PSOE o a ser una fuerza extraparlamentaria? Sigo pensando que la política aún se puede pensar desde otro lugar. Que hay que aspirar a más, a ganar, a cambiarlo todo, con todas las contradicciones que ello implica. Tengo la sensación de que hace mucho que las gentes de izquierdas dejamos de asumir contradicciones, y simplemente cada uno y cada una se ha ido colocando donde menos le costaba estar. Este conformismo también crea desafección y también debe cambiar. No, no es verdad que toda la culpa sea de Podemos, ni de Pablo Iglesias. Y no, tampoco es verdad que todo lo que le ha pasado a la izquierda es culpa de la derecha judicial y mediática. Y no, no es verdad que las dos anteriores sean cuestiones equiparables. No hay nada más paralizante que la maldita equidistancia que plaga las izquierdas de nuestro país.
Puede que no crea en esta tesis del fin del ciclo político porque no puedo soportar la idea de que mi país sea un lugar invivible, por una cuestión de clase, de género; porque no puedo soportar que mi madre tenga una pensión de mierda, que mis amigas no encuentren una casa en la que vivir, que haya agresores sexuales impunes o que rulen vídeos por Instagram del instante en el que un niño se muere de hambre en Gaza ante la inacción de occidente. Así que como si fuera un rezo, virgencita, ni de coña me quiero quedar como estoy. Lo mejor puede estar por venir, tiene que estar por venir.
Escribo este artículo para hacer un llamamiento a militar contra las paralizantes hipótesis que se manejan en las izquierdas que nos llevan a pensar que lo mejor es lo que hay. Que no es verdad, que se puede, y que lo mejor puede estar por venir.