'Limpiezas traumáticas', la vida invisible de una persona sin hogar con síndrome de Diógenes

Detalle de la portada de 'Limpiezas traumáticas'

Laura Balagué Gea

Una casa cerrada. Un cadáver olvidado. Un pasado que nadie quiere recordar. Cuando una empresa especializada en limpiezas extremas entra en una vieja villa abandonada en San Sebastián, lo último que espera encontrar es un hombre degollado en medio del caos. Simón Aguado, una persona sin hogar con Síndrome de Diógenes, parecía invisible para todos... hasta que apareció muerto.

La oficial Carmen Arregui, entre comidas familiares, compañeros impertinentes y el peso de la rutina, se ve arrastrada a una investigación donde los márgenes de la sociedad, la memoria y la compasión se entrelazan. Porque cada objeto acumulado guarda una historia, y cada silencio, una sospecha.

Limpiezas traumáticas (AlRevés Editorial, 2025) es una novela policiaca diferente, humana y afilada, donde el misterio se mezcla con la crítica social, y cada personaje —del poeta callejero a la youtuber octogenaria— tiene algo que decir.

Un nuevo caso para la oficial Carmen Arregui y sus compañeros de la brigada de Homicidios de la Ertzaintza, que llegará a las librerías el próximo 8 de septiembre, pero del que infoLibre adelanta en exclusiva un fragmento a continuación.

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Mientras esperaba al señor Rosell y a sus empleados, Carmen echó un vistazo a la página web de la empresa: «Limpiezas traumáticas Rosell». La primera imagen era de un campo de lavanda, algo que ella no hubiera asociado nunca a ese negocio. Supuso que era parecido a los anuncios de las compañías de seguros, que ponían niñas rubias trotando por un trigal en vez de presentar imágenes de muertos o accidentes. No había que asustar a la clientela. Había varias pestañas: casas okupadas, limpieza postincendio, limpiezas forenses, síndrome de Diógenes, síndrome de Noé. Le parecía un negocio singular y muy poco atractivo.

Jordi Rosell y su equipo llegaron antes de las cuatro. Lorena se ocupó de los dos trabajadores y Carmen, del dueño de la empresa. Fuentes e Iñaki querían hablar con la Policía Municipal y dar otra vuelta por el barrio en busca de información sobre Simón Aguado. Jordi Rosell parecía más tranquilo que por la mañana. Rechazó el café que le ofrecía Carmen y, cuando comenzó a hablar, el problema fue de la oficial para conseguir que se centrara en el caso que les ocupaba.

—Este es un oficio muy difícil, inspectora, ¡lo que no habré visto yo!

Carmen pasó por alto el cargo que le atribuía el hombre e intentó dirigir la conversación.

—Cuando visitó la casa para hacer presupuesto, ¿estaba más o menos igual que hoy?

—No, no. De cap manera. Hoy mucho peor. Y eso que casi no he mirado, porque me he quedado de pasta de boniato cuando he visto al hombre muerto, pero en nuestro oficio, ¿sabe?, uno ve las cosas, aunque no las mire. O sea, que solo de un vistazo ya me he dado cuenta de que estaba todo patas arriba.

—Pero a usted ya le contrataron porque el hombre había metido mucha basura en la casa, ¿no?

—Sí, pero cuando yo lo vi lo tenía todo en pilonets. Vamos, todo basura, pero con un cierto orden, como si el hombre apreciara sus cosas. Hoy estaban los cajones volcados y todo por el suelo. El día que fui yo, no. Por ejemplo, la ropa la tenía doblada. Encima de una silla y bastante sucia, pero doblada. Hoy estaba por el suelo. Yo es que estas cosas tengo un ojo especial. Y tampoco se crea que he estado toda la vida trabajando de esto, no señora, digo inspectora, no. Yo tenía un buen trabajo de comercial en Sabadell. Sábanas y toallas, de las buenas. Pero aquello se fue a hacer puñetas. Ya me dirá usted, con cincuenta y tres años, ¿quién me iba a contratar? Mi mujer, Olatz se llama (por la patrona de Azpeitia, que ella es de allí), me dijo: «Pues mira, Jordi, nos volvemos para allá, que tenemos la casa que nos dejaron mis padres y montamos algo».

Ella es muy lista y muy trabajadora. Estuvo unos años de limpiadora en el aeropuerto de Barcelona, pero también recortaron personal. Así que pedí que me pagaran todo el paro y montamos la empresa: Limpiezas Rosell. Se vinieron a trabajar dos primas de la Olatz y, bueno, íbamos haciendo. Pero tuvimos la suerte de que nos llamaran para limpiar un piso de una señora que se murió y tardaron en encontrarla y, claro, nadie quería ir, porque no es plato de gusto, ¿oi que me entiende? Pero yo pensé: si con este negocio nos ponemos llepafils, apaga y vámonos.

Carmen, aturdida por la verborrea del hombre, no pudo evitar preguntar:

—¿Llepafils?

—Sí, tiquismiquis. Es que cuando estoy nervioso me sale más el catalán. Bueno, pues lo acertamos, porque luego nos llamó una trabajadora social porque tenían una señora que vivía con trece gatos y la habían llevado a una residencia y había que limpiar aquello. Síndrome de Noé lo llaman, ¿sabe? Peor que lo de la muerta, no le digo más. Y ya nos especializamos, también hacemos portales y limpiezas normales, pero esto es lo que más nos cunde porque somos pocos.

Carmen se levantó. No veía otra forma de terminar la entrevista con aquel hombre y no pensaba arriesgarse a preguntar nada más. Si requería de más información que tuviera que venir de ese individuo, se lo encargaría a Fuentes. Le rogó que esperara fuera un momento para firmar la declaración y cuando se quedó sola respiró hondo.

Al momento entró Lorena con la declaración firmada de Édgar Mendoza y Luis Carlos Zambrano, los empleados de Limpiezas Rosell. Apenas habían añadido nada a su testimonio de la mañana. En la primera visita a la casa, ellos no estaban presentes, esas cosas las hacía su jefe solo. Y por la mañana, fue apenas un vistazo. El señor Rosell se demoró quizás un minuto más. Edgar, el empleado de más edad y con más experiencia, sí reparó en que había muchas cosas tiradas de cualquier forma, pero lo achacó a que quizás el hombre se había peleado con alguien o estaba borracho y se puso a arrojar todo al suelo.

Carmen resumió la declaración de Rosell y se la entregó a Lorena para que se la diera a firmar. Prefería evitar otro contacto con el hombre.

Fuentes e Iñaki llegaron a media tarde. Con los vecinos no habían tenido más suerte que por la mañana. Un par de personas creían haberlo visto pasar con un carrito, pero nadie había hablado con él o lo había visto entrar en la casa.

—Los municipales sí lo conocían —dijo Fuentes—. Tienen registrados a todos los que viven en la calle u okupan casas. También conocen a los vecinos, los okupas. Dicen que ahí hay mucho movimiento de gente.

—Sí, de Simón Aguado dicen que era un hombre pacífico —añadió Iñaki—. No era de los que se emborracha y se mete en peleas. Vivió un tiempo en un garaje alquilado en Sagüés. Por lo visto, cobraba algún tipo de pensión o de ayuda y con eso pagaba el alquiler. Los vecinos se quejaron por los olores y lo echaron. Durmió un tiempo en la calle y ahora le habían perdido la pista, no sabían que estaba en Villa Atsedena. Dicen que las que más sabrán del sujeto serán las trabajadoras sociales del ayuntamiento.

—Vamos a empezar a llamar a la víctima por su nombre: Simón Aguado —puntualizó Carmen.

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Iñaki asintió enrojeciendo.

—Como quiera, jefa —dijo Fuentes—. Si quiere hasta le podemos llamar ilustrísimo. No va a estar ni más vivo ni más muerto.

Carmen se contuvo, pero decidió que al día siguiente ella volvía a hacer pareja con Lorena. Si los jóvenes de su equipo querían estar juntos, que se fueran de cañas después del trabajo. Fuentes solo se podía soportar en pequeñas dosis.

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