'Convencer o morir', el peligroso arte de la política en la época dorada de la China antigua
A lo largo de la convulsa historia de China, los consejeros políticos —figuras de sabiduría y sacrificio— se debatieron entre el arte de la palabra y el riesgo mortal de su oficio. En Convencer o morir (Arpa Editores, 2025), que acaba de llegar a las librerías, Juan Luis Conde nos invita a descender a ese fascinante mundo de intrigas cortesanas, luchas dinásticas y la persistente tensión entre la persuasión y la violencia.
El autor, clasicista, traductor y ensayista de referencia, ofrece un relato hipnótico que ilumina el papel crucial de los consejeros: shì itinerantes que, con la palabra como única arma, se enfrentaban a reyes caprichosos y soberanos despóticos. Desde la figura trágica de Yi Yin, el cocinero convertido en estratega, hasta el refinado arte de la disuasión en la corte de los Reinos Combatientes, esta obra revela la potencia retórica como herramienta de resistencia y como teatro de poder.
En un tiempo en que la retórica política aún resuena en las decisiones de los gobiernos contemporáneos, este libro traza un puente entre la retórica de ayer y la política de hoy, proponiendo una lectura tan rica en saber como comprometida con el presente. Un viaje fascinante a la China antigua para descubrir cómo se forjaron las estrategias de persuasión política más sutiles y peligrosas de la historia.
---------------------
Cómo puede el débil doblegar al fuerte por medio de la palabra.
La época era un hervidero de ideas y de armas. Las armas se combatían entre sí y las ideas pretendían impedirlo. Para ello tenían que derrotar a las propias armas, grave asunto. En Roma, Cicerón se hizo famoso por exclamar: "¡Que las armas se rindan a la toga!" Quería decir que los guerreros debían obedecer a un gobierno civil. La Crónica del Señor Lü nos permite asistir a un episodio del enfrentamiento, a la china, entre la toga y la espada, entre la sabiduría y la fuerza.
La anécdota nos presenta así el esfuerzo evangelizador de los shì, los caballeros-filósofos, que pretenden inculcar los principios morales de Confucio o la idea pacifista del «amor universal» de Mozi, en los que se han formado, a quienes no quieren saber nada de buenismo. Nos presenta de nuevo al auditorio más difícil: el que no quiere oír. Por consiguiente, vuelve a repetirse el planteamiento indirecto, con su aparente respeto a la exigencia fundamental de ese auditorio: no hablar de lo que el poderoso no quiere ni oír hablar. La escena discurre esta vez en el estado de Song, bajo el rey Kang, quien ocupó el trono entre el año –328 y el –286. El protagonista es el astuto consejero Hui Ang:
Hui Ang tenía audiencia con el rey Kang de Song. El rey Kang dio un enérgico pisotón en el suelo, carraspeó y le espetó:
—Lo que a mí me gusta son hombres con coraje y fuerza, no humanistas y moralistas. ¿Sobre qué pretende aleccionarme nuestro huésped?
Hui Ang respondió:
—Supongamos que poseo el método para que una persona, por coraje que tenga, no consiga atravesarte cuando
intenta apuñalarte ni, por fuerte que sea, acierte cuando intenta atacarte. ¿No estaría Vuestra Majestad interesado en conocerlo?
—¡Estupendo! —dijo el rey—. Eso es lo que quiero escuchar.
Dijo Hui Ang:
—Pero, aunque el agresor no consiga atravesarte cuando te apuñala ni acertar cuando te ataca, es capaz todavía de humillarte. Poseo el método para que, por coraje que tenga, ni siquiera se atreva a apuñalarte ni, por fuerte que sea, se atreva siquiera a atacarte. ¿No estaría Vuestra Majestad interesado en conocerlo?
—¡Estupendo! —dijo el rey—. Sobre eso sí que quiero saber.
Dijo Hui Ang:
—Pero, aunque esa persona no se atreva a apuñalarte ni se atreva a atacarte, eso no significa que no tenga la intención. Poseo el método para conseguir que la gente no albergue siquiera esa intención. ¿No está interesado Vuestra Majestad en eso?
—¡Estupendo! —dijo el rey—. No espero otra cosa.
Dijo Hui Ang:
—Pero, aunque la gente no tenga esa intención, puede que en su corazón no sienta aún amor hacia los demás y voluntad de hacer el bien. Poseo el método para lograr que todos los hombres y mujeres del mundo sin excepción deseen fervientemente sentir amor y hacer el bien. Eso es, sin duda, mejor que tener coraje y fuerza, superior en cuarto grado. ¿No estaría Vuestra Majestad interesado en eso?
Respondió el rey:
—Es precisamente lo que quiero conseguir.
Hui Ang repuso:
—Pues eso es lo que enseñan Confucio y Mozi. Confucio y Mozi no eran soberanos de territorios ni tenían funcionarios a su servicio, y sin embargo todos los hombres y mujeres del mundo estiraban el cuello y se empinaban esperando sus atenciones y beneficios. Hoy día, Vuestra Majestad es el dueño de diez mil carros: si tuviera esa misma aspiración, entonces todos dentro de las cuatro fronteras disfrutarían de sus beneficios y Vuestra Majestad sería mucho más grande que Confucio y Mozi.
El rey de Song no supo qué contestar y Hui Ang se apresuró a salir.
—¡Qué argumentación! ¡Cómo me ha obligado a admitirla nuestro invitado! —confesó el rey a sus cortesanos.
Al comienzo y al final de la anécdota, el rey Kang da a Hui Ang el tratamiento de kè 客: invitado, huésped o forastero. En otras palabras, reconoce en él a uno de los sabios itinerantes (los yóu shuì) que venían tratando de impresionarle para que les contratase. El encuentro debió de tener éxito para Hui Ang, porque se le conoce precisamente como consejero de este rey cuya resistencia venció sin enfrentarse directamente a ella en ningún momento.
El rey está caracterizado aquí, desde el principio, como un tipo enérgico y zafio, de modales bruscos y violentos, muy poco dispuesto a escuchar los sutiles razonamientos que presupone en Hui Ang, a quien precede la fama de los consejeros, educados en las tradiciones escolares fundadas por los grandes maestros del período Primavera y Otoño. Eso que presume el rey con lo que viene a sermonearle Hui Ang se denomina en el original rén yì 仁义, buena voluntad y justicia, virtudes que predicaban estas escuelas. Las traducimos como "humanistas y moralistas" para actualizar el alcance de su significado y ajustarlo al punto de vista del rey.
Desde su sitial, la actitud del rey de Song es agresiva, desafiante, exhibe un desprecio sin paliativos por esa cultura sapiencial. Semejante actitud de partida añade valor al logro final de Hui Ang, quien ha obligado a tan reticente personaje a aceptar que con la «moralina» de los grandes filósofos puede obtenerse lo que no consigue el recurso a la fuerza: no ya prevenir y derrotar los ataques, sino sencillamente hacer imposible que se produzcan. Hui Ang defiende la educación pública como la mejor guerra preventiva contra la guerra.
Para desarrollar su estrategia argumentativa y por encima de todo, Hui Ang respeta las expectativas e intereses del soberano («Eso es lo que quiero escuchar», corrobora él). El ingrediente de simulación o distracción que vimos en la estrategia de Chu Long vuelve a estar aquí presente, pero, en lugar del mecanismo de disociación y reasociación de las identidades de la regente que plantea el General de la Izquierda, aquí el «nudo» que permitirá apretar el lazo argumentativo y atrapar en él a su interlocutor radica en la ambigüedad de una palabra clave, dào 道.
Este concepto se ha transcrito tradicionalmente como tao y es un instrumento fundamental del pensamiento chino clásico. Lo traducimos aquí como «método», aprovechando la conexión etimológica de esta palabra de origen griego con la idea de «camino», que también está en el espectro original de significados de la palabra china.
Sin embargo, en el ámbito de la filosofía china, la palabra dào, sobre la que se construye una de las grandes corrientes del pensamiento chino, el taoísmo, tiene fama de esquiva y elusiva. En el Daodejing (o Tao te ching), el texto fundacional de esa corriente y atribuido a Laozi (Lao Tse), dào se define ni más ni menos que como lo indefinible.
Hui Ang explota esa célebre vaguedad e imprecisión del vocablo o, si se prefiere, su capacidad de evocación. Puesto que se habla de combatir la violencia, esa palabra puede sugerir en la mente de Kang un sistema defensivo: una nueva táctica, una nueva arma o incluso un conjuro mágico. Esa ambigüedad calculada permite que Hui Ang mantenga al rey dentro de lo que «quiere escuchar» mientras lo prepara para aceptar lo que no quería oír desde el principio.
Hablando de fuerza y de violencia, no de moral y de virtud, consigue que el rey admita que, si las doctrinas de Confucio y Mozi se instalasen en los corazones de la población (objetivo último de Hui Ang y precisamente la prédica contra la que estaba prevenido el monarca), eso significaría una victoria «superior en cuarto grado» contra los enemigos del rey. El «método» que ofrece el consejero va ganando propiedades a cada nueva intervención. No se trata ya de hacer que fracasen los ataques potenciales que se perpetren contra el rey Kang (victoria en primer grado), o de que sus enemigos no se atrevan a atacarle (segundo grado), o —mejor todavía— de que ni siquiera tengan interés en hacerlo (tercer grado): mucho más seguro y eficaz que todo eso es que incluso sientan afecto y amor hacia él, voluntad de protegerle. El «método» defensivo más eficaz y poderoso, más que los arcos y las flechas, es la educación moral y la cultura de la paz. Esa es la garantía más firme de la derrota del enemigo.
Esta misma anécdota aparece en otras obras de la Antigüedad china con algunas variantes. Es curioso que ninguna de las versiones alternativas recoja las repetitivas y entusiastas respuestas del rey («¡Estupendo!») a cada proposición de Hui Ang. Resulta evidente que el narrador de la Crónica del Señor Lü ha elegido presentar el episodio sobredimensionando el diálogo allí donde las otras versiones incluyen una sola interrupción del rey partiendo en dos un monólogo de Hui Ang relativamente extenso.
Este narrador, en cambio, ha optado por una presentación interactiva, una construcción pendular donde la conversación avanza a base de preguntas y respuestas: a cada intervención, pequeñas modificaciones de gran valor significativo por parte de Hui Ang obtienen una réplica mecánicamente igual por parte del rey Kang. De este modo, el narrador de la Crónica parece dibujar una esgrima envolvente, gracias a la cual el rey está —sin que pueda sospecharlo— cada vez más acorralado. En su versión, Hui Ang consigue la victoria persuasiva final no de un golpe, sino gradualmente: cada uno de los cuatro pasos argumentativos que admite Kang es una victoria parcial del shì, un asalto ganado. Y, al revés, cada "¡Estupendo!" del rey Kang constituye, irónicamente, una derrota por puntos.
No menos significativo resulta el hecho de que en ninguna de las versiones alternativas aparece la coda con la que se remata aquí la anécdota: El rey de Song era un soberano mediocre, pero su corazón podía aún ser convencido con la técnica yīn del «apoyo». Con ese arte, el pobre y humilde puede superar al rico y noble, el pequeño y débil puede controlar al fuerte y poderoso.
A diferencia de esos otros narradores, el responsable de esta versión era un rétor, un profesor de retórica, y quiso, evidentemente, subrayar el interés didáctico del episodio: ejemplificar la táctica persuasiva que denomina yīn 因 (la técnica del «apoyo») y su fuerza. Esa fuerza está clara y contundentemente recogida en las líneas finales, que son un verdadero sumario del secreto que la retórica clásica china pretende ofrecer a quien se interna en ella: un arma con la que el débil puede derrotar al fuerte, el subalterno al superior, el dominado al dominante.
La reivindicación del contrapoder que concede la retórica al oprimido, enarbolada aquí con orgullo, permite entender con claridad por qué la ortodoxia imperial china tuvo históricamente poco interés en difundir estos tratados. ¡Al Primer Emperador no le hubiera gustado en absoluto que este secreto se divulgara!