Ory / Pérez Estrada: Cabezas a pájaros…
Carlos Edmundo de Ory y Rafael Pérez Estrada - Entre el impacto y la electrocución. Correspondencia (1987-1990)
Mixtura, Sant Boi de Llobregat (Barcelona), 2025. Epílogo de Salvador García Fernández.
Dos poetas y prosistas andaluces, el uno gaditano y el otro malagueño, se escriben durante cuatro años. La primera pregunta que el lector se hará es por qué se interrumpe tan pronto la correspondencia, cuando a Pérez Estrada le quedan todavía diez años de vida. La respuesta está en las últimas cartas de Ory.
Ninguno de los dos, por razones diferentes, ocupa en la Historia de la Literatura el lugar que le correspondería. Ambos son periféricos, cada uno a su manera, porque viviendo en Amiens o en Málaga puede estarse fuera del cotarro literario, donde se intercambian reconocimientos, favores y prebendas. Para Ory, Madrid, donde había vivido, es “el garaje nacional y fosa común de la cultura masificada” (p. 42).
Los dos cultivaron una literatura difícil de clasificar, valiéndose de numerosos géneros: la poesía, la narrativa (la novela, el cuento y el microrrelato, en el que destacó, sobre todo, Pérez Estrada), el aforismo, o aerolito (el malagueño los define como “ángeles nerviosos”, y el gaditano señala “su índole relampagueante”), el diario, los sueños o el collage… Ory ha tenido más suerte con los críticos, y a la cabeza de ellos está Jaume Pont, pero tampoco a Pérez Estrada le han faltado estudiosos de mérito. Por lo demás, ambos tienen, en su ciudad natal, una Fundación dedicada a la conservación y difusión de su obra.
Antes de seguir con el libro que nos ocupa, quiero destacar la generosidad de la Fundación Ory, poco habitual, al dedicarle un curso, el pasado mes de noviembre, en homenaje a Ignacio Aldecoa y a otros cultivadores del cuento de su generación (Ana María Matute, Carmen Martín Gaite o el mismo Ory, por destacar los nombres que más sonaron). El grupo de participantes fue de lujo, aunque solo puedo citar a unos pocos, aquellos cuyas intervenciones pude presenciar: Elvira Navarro, Eloy Tizón, Andrés Neuman, José Jurado Morales y José Luis Martín Nogales, por solo recordar a algunos de ellos. Estos actos funcionan si el público se muestra interesado y atento, como ocurrió en esta ocasión. Una buena parte del mérito se debe a la buena organización de Salvador García Fernández, responsable de la Fundación Ory, organismo que, por la labor que viene realizando, merecería un mayor apoyo de las instituciones.
Pero volvamos a la correspondencia. El libro se compone de las 26 cartas que se intercambiaron, se incluye la edición facsímil, con los dibujos y collages de Pérez Estrada, lo que multiplica el atractivo del volumen. Ory recibe las cartas de su interlocutor como si se tratara de “sobres-cajas de sorpresas visuales” (p. 38). Tampoco falta un útil índice de nombres final, siempre necesario en este tipo de recopilaciones. Echo de menos, en cambio, la única foto en la que ambos aparecen juntos, tomada en 1994 (p. 71). El concepto que aparece en el título, la electrocución, de ribetes –digamos— futuristas, se explica en la carta número 15.
Dicha correspondencia se inicia con la carta, en forma de poema, que el gaditano le dirige al malagueño en 1987, y que sirve de pórtico al conjunto. En las misivas se habla de la editorial Anthropos, en la que ambos publicaron, de revistas como Signos y Silvestra, dirigida esta última por Pérez Estrada junto a Javier La Beira, para las que le pide colaboración, a pesar de que Ory precisa: “detesto los escaparates antológicos de objetos artificiales” (pp. 15 y 16, e insiste en lo mismo, con más contundencia, en la p. 43), aunque siendo poeta resulte imposible, y contraproducente para el autor, esquivar ese tipo de difusión.
Pérez Estrada se refiere a la “locura mística” de Ory, y apuesta por “la emoción” como su aliada. Lo tacha de “divino ácrata” (“tú representas el eterno exilio de la imaginación y la sobresaliente excitación de la mente única”) y confiesa odiar su oficio de abogado (“mi despacho es mi exilio, mi pajarera loca y torpe”; “Soy un abogado matrimonialista, esto es, ¡un proxeneta del amor”, pp. 19 y 20). Se queja el malagueño de sus enemigos, “los enanos antropófagos de esta provincia. También yo sé del destierro que empieza en uno mismo” (p. 27).
Cultivadores de la angeleología, en la estela de D´Ors, los ángeles aparecen una y otra vez en estas cartas; junto a otros motivos omnipresentes, como los sueños, o el exilio de Ory, aunque no lo fuera en sentido estricto, político. “Tu ausencia, le dice Pérez Estrada, es la negación de una perfecta y cúbica democracia”, a pesar de que nadie le impidiera volver a España, las razones de que no regresara fueron otras, personales, privadas.
Aparecen alusiones intertextuales o explícitas a Bécquer, Antonio Machado, Gómez de la Serna, Bataille, el malagueño ha leído La historia del ojo, y Kafka, de quien no me resisto a copiar lo que le dice a Milena, a propósito de su correspondencia: “los besos escritos no llegan a su destino, los fantasmas se los beben en el camino” (p. 48. He corregido levemente la traducción). Se alude a Carlos Bousoño, a Fernando Arrabal, que en una cena que comparten decepciona al malagueño, y a Pere Gimferrer, con el que ambos mantienen amistad. Ory, que le habla de su “trabajo superalquímico”, se confiesa seguidor de los cabalistas y talmudistas. Y Pérez Estrada, por su parte, en las cartas 12 y 23 hace una defensa de la literatura de imaginación, enfrentada al “eructo poético ibérico”, o sea, el realismo social, a pesar de estar ya muerto y enterrado entonces. Sea como fuere, nunca falta el humor, la ironía, el despliegue del ingenio, como ocurre en los comentarios sobre el apellido Pérez.
Estas cartas pueden leerse también como la historia de una amistad que se quebró. Ory, en la carta 21, le dice que “la amistad es el vino de la vida”. Algo después, se sincera: “Hazme saber tus sombras, sueños y soledades. Son las tres eses que llenan nuestras vidas” (p. 49). La correspondencia concluye debido al malestar de Ory, en la carta 25, por la manera demasiado hiperbólica con que lo trata Pérez Estrada, con la que no se siente cómodo (en el encabezamiento de algunas cartas, lo llama “Duque”, entre otras lindezas semejantes), a ello sigue el disgusto que se lleva Pérez Estrada, quien no le contesta nunca, al no sentirse comprendido en sus generosas —aunque empalagosas— intenciones.
Ory recuerda, citando al cardenal Newman, que “la verdadera vida de un hombre está en sus cartas” (p. 22). De ambos, podría decirse que son –en la estirpe bergaminiana— dos cabezas a pájaros, brillantes, lúcidos e ingeniosos, incluso cultivadores del delirio (“tu delirio cristaliza del mismo modo que los diamantes”, le espeta a Ory), a veces excesivo, por lo que algo de sobriedad hubiera resultado beneficioso. Pero, en suma, se trata de dos escritores que se llevaban diez años; siendo el mayor Ory (1923-2010), quizá por ello Pérez Estrada (1934-2000) lo tacha de “divino maestro”; si bien el mayor de los dos sobrevivió diez años al más joven.
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Dos escritores, decía, cuya literatura transcurre en los márgenes, aunque su obra y opiniones muestran, una vez más, si es que era necesario a estas alturas, la variedad de registros, de estéticas, que existieron, con más o menos visibilidad; la riqueza y ambición de la literatura española a finales del siglo XX, pero también en las décadas anteriores e incluso después. Creo que no es poco para un puñado de cartas que deslumbran.
*Fernando Valls es catedrático de Literatura Española y crítico literario.