50 años: el principio del fin de la dictadura
Medio siglo de blanqueo mediático a la familia Franco
Durante décadas, y todavía hoy, los descendientes del dictador Francisco Franco han exhibido impunemente su patrimonio y sus privilegios, en particular en la prensa rosa y los programas del corazón, sin rendir cuentas del origen de sus bienes y escapando al escrutinio de su riqueza. La banalización de la familia del tirano no ha normalizado el franquismo en España, según los expertos consultados por infoLibre, aunque sí ha permitido a sus miembros navegar cómodamente en democracia como si fuesen parte natural de la aristocracia o del famoseo.
“Se les ha tratado, también en la prensa seria, como si fuera una familia cualquiera. Y no son una familia cualquiera. Es una familia que no tuvo que salir de España, no se les incautó nada, no tuvieron que dar cuenta de nada y así siguen viviendo tan felices”, sostiene Ana Martínez Rus, profesora titular de Historia Contemporánea de la Complutense madrileña.
Los descendientes del dictador, “sobre todo la nieta, la hija y el bisnieto”, han sido portada habitual de ¡Hola! y de muchas revistas del corazón. “Y aunque parezca frívolo, me parece relevante, porque da muestra del blanqueamiento del dictador, de su familia, del régimen, como si fuera una familia aristocrática más” que alardea de “sus múltiples fincas, pisos y todo el patrimonio inmobiliario con el que la familia de Franco se lucró”.
Lo ocurrido, sostiene Martínez Rus, dice mucho de “cómo se hizo la transición de la dictadura a la democracia. Aquí a esta familia no se le han pedido cuentas, no se le ha juzgado”. Ha habido una “operación mediática” de banalización, alimentada también por la prensa seria, que entronca con “esa ley que amnistiaba a los presos políticos, pero también autoamnistió al régimen” y que “ha impedido hasta fechas muy recientes un debate sobre ese periodo tan siniestro de la historia de España”.
Las cosas, lamenta, no han cambiado mucho, a pesar de que en los últimos años algunas iniciativas, como la recuperación del Pazo de Meirás o la exhumación de los restos del dictador, hayan permitido retratar a sus herederos con las raíces de su bienestar.
“Se debería desmitificar a estos personajes”, que “como mínimo deberían estar escondidos, no tener una proyección mediática. Se les ha reído mucho las gracias en este país”, concluye la profesora de la UCM.
Cuestión de perspectiva
Es verdad que la apreciación de la familia durante estos años es muy diferente dependiendo de quién esté mirando, como señala a infoLibre el hispanista británico Paul Preston. “Supongo que el impacto de las actividades de la familia de Franco dependía de la situación de los que las observaban. Para la clase obrera”, remarca, “la natación en el lujo de los Martínez-Bordiú habría provocado revulsión, pero la ansiedad de participar en cacerías y conseguir invitaciones al Pardo de ciertos sectores sociales contaría otra historia”.
No le falta razón. La España más politizada, los hijos y nietos de la represión, con sus familias en las cunetas, difícilmente podían ver con complacencia las escenas de insustancial superficialidad protagonizadas por las idas y venidas de los herederos de Franco en las páginas del papel couché.
El historiador y catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad de València, Vicente Sánchez-Biosca, comisario de una exposición sobre el No-Do —junto a Rafael Tranche— que se inaugura en la Filmoteca Española el 4 de diciembre, destaca que de todos los “envoltorios” con los que Franco supo vestirse para convertirse “en omnipresente”, el más codiciado por la familia, especialmente su esposa, “posiblemente fue su emparentamiento con la nobleza”. “Quedan las celebraciones en La Granja el 18 de julio de cada año como testimonio de la escenografía a la que aspiraba”, aunque lo cierto, explica, es que la imagen del Franco enriquecido sólo ha sido un enfoque de estudio en los últimos años.
De todos los envoltorios con los que Franco supo vestirse, el más codiciado por la familia, especialmente su esposa, fue su emparentamiento con la nobleza
Sánchez-Biosca no cree, en todo caso, que el tratamiento frívolo de la familia del dictador en democracia haya servido para normalizar el franquismo en la sociedad española. “No es común declararse franquista e incluso la derecha española ha tomado mucho cuidado en evitar esa identificación”, asegura.
Tampoco cree que la controversia que el franquismo provoca todavía hoy, 50 años después de la muerte de su figura central, sea un fenómeno exclusivo de nuestro país. La “suposición de que todos estos asuntos” relacionados con la memoria “han sido resueltos sin problemas” en otros países “no resiste la lectura de los libros de historia”, explica. “En Alemania, por ejemplo, se habló mucho de la desnazificación (Entnazifizierung) o de ese ajuste de cuentas con lo que llamaron ‘superación del pasado’ (Vergangenheitsbewältigung)”.
Es verdad, admite, que la figura de Franco ha vuelto a los debates públicos “en relación con su enriquecimiento” y, sobre todo, por el Valle de Cuelgamuros y su exhumación. Pero, en su opinión, “la relevancia de Franco sobre la opinión pública española es considerablemente leve”.
Inercia y proyección social
La normalización de la familia Franco se cimentó sobre dos pilares tras la muerte del déspota: la inercia legal y patrimonial de la dictadura y su proyección social a través de la prensa del corazón. Franco dejó a su esposa e hija una vasta fortuna que incluía 22 propiedades inmobiliarias (Palacio de Meirás, casas en Madrid, fincas), participaciones en empresas y dinero en cuentas, cuyo valor exacto sigue siendo objeto de controversia, pero que fue la base de su poder económico durante las primeras décadas de la democracia.
Un músculo financiero de origen más que dudoso que se combinó con la decisión de Juan Carlos de Borbón, el heredero político del tirano, de permitirles conservar los títulos nobiliarios creados por Franco, como el de duquesa de Franco (otorgado a su única hija, Carmen Franco Polo) y el de Marqués de Villaverde (para su yerno), lo que perpetuó su estatus formal dentro de la nobleza española.
Su hija y su yerno, Carmen Franco Polo y Cristóbal Martínez-Bordiú, tuvieron durante años una vida acomodada y absolutamente integrada en círculos empresariales y de la alta sociedad, blindados por su riqueza y estatus. Fue la nieta del dictador, Carmen Martínez-Bordiú, la figura central de la banalización de la familia. Sus matrimonios, divorcios, relaciones sentimentales y aparición constante en revistas del corazón la convirtieron en una celebridad. Y su matrimonio con un Borbón, pretendiente además al trono de Francia, reforzó la imagen de la familia como parte de la aristocracia y la realeza española y europea, diluyendo aún más en la cultura popular su origen dictatorial.
Se ha visto como un objeto de fascinación y de admiración, asociado con valores patrióticos y, en efecto, cierto aire aristocrático
A ella hay que sumar, entre otros, a María de la O, Merry, casada brevemente con Jimmy Giménez-Arnau; Francisco, Francis, empresario con intereses inmobiliarios y el más activo en la defensa pública del legado de Franco; Mariola, la más discreta, casada con Rafael Ardid, cuyos descendientes, Jaime y Francisco de Borja, están muy integrados en el mundo empresarial (al primero lo retratan a menudo como el nuevo rey del ladrillo en Madrid).
“Está claro que, en el lado derecho del paisaje mediático, la familia Franco ha tenido un trato similar a la familia real”, concede Sebastiaan Faber, profesor de Estudios Hispánicos en el Oberlin College de Estados Unidos, una referencia para la educación progresista norteamericana. “Se ha visto como un objeto de fascinación y de admiración, asociado con valores patrióticos y, en efecto, cierto aire aristocrático. Pero no estoy seguro de que ese tratamiento simpático de la familia per se haya ayudado a ‘normalizar’ el franquismo”, añade en línea con el punto de vista de Sánchez-Biosca.
Sí es verdad, asegura, que “ha sido parte de una actitud generalizada entre la derecha política y cultural, a la que le ha costado sobremanera distanciarse del franquismo —actitud facilitada por las estructuras de impunidad creadas por la Transición y el difícil acceso a los archivos de la dictadura—”.
Falta de receptividad
Pero no ha habido poca crítica de parte de las y los historiadores. Investigaciones hay, algunas extremadamente reveladoras, subraya. La pregunta es: “¿por qué parte de la cultura española ha sido tan poco receptiva a esas investigaciones críticas?”
Para explicar esa “falta de receptividad”, señala dos elementos. El primero es bien conocido: el sistema educativo, que sigue, por regla general, reservando muy poco espacio a la enseñanza sobre la dictadura franquista y la Transición, y todavía menos oportunidad “para que los alumnos reflexionen y debatan sobre la conexión entre ese (lejano pero no tan lejano) pasado y su propio presente”.
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El segundo elemento que señala Faber es más revelador: “El peso de las inversiones afectivas que siguen teniendo muchos españoles en una imagen positiva —o al menos no negativa— de la historia española, el franquismo incluido”. Esos lazos “son difíciles de modificar, porque están muy vinculados con las identidades (individuales y colectivas), las relaciones familiares, el amor y el respeto a los antepasados, la atracción de la nostalgia, el rechazo del ‘otro’, etc., más aún cuidando que las guerras culturales de los últimos 15 años sólo han servido para enrocar esas posiciones”.
Según Faber, académico, historiador y crítico cultural especializado en la historia y la política contemporánea de España, “hablar de la responsabilidad de los medios” en relación con el blanqueamiento de la familia Franco es un asunto complicado si se tiene en cuenta que una parte de ellos está vinculada a empresas multinacionales “cuya misión no es informar o educar, sino maximizar ganancias” y “otra gran parte” tiene como misión “apoyar a los partidos y líderes políticos que los subvencionan”.
“Dicho esto”, añade, “es tanto más importante que los medios que sí responden a misiones más propiamente periodísticas inviertan recursos en una cobertura verdaderamente informativa y crítica del pasado, colaborando, en lo posible, con personas e instituciones que se dedican a investigar ese pasado (no solo historiadores, sino también politólogos, antropólogos, sociólogos) y con el sistema educativo”.