Sobre las bondades del turismo…

Antonio García Gómez

Que ya lo adivinaron hace unas décadas en Valdemorillo del Moncayo, y me refiero al turismo multitudinario, convulso y sacrificado, olvidados aquellos veranos largos y tediosos, bajo las sombras de las parras y al socaire de los paseos a la fresca, de antaño, de cuando veranear era un lujo y hacer turismo casi una excentricidad.

Hasta que todo el andamiaje se puso al servicio del pueblo llano y crédulo, hasta lograr la entrega a la causa, puestos todos los huevos en un mismo cestaño, hasta invadir paraísos que dejaron de serlo bajo el peaje de un gran negocio prometido que, sin duda, ha enriquecido a unos cuantos, y ha dado trabajo extenuante a muchos que sirven solícitos los humos altivos de los turistas que llegan, consumen, se tuestan, siguen consumiendo más allá de lo que pueden y regresan, enteros y desfondados, a la rutina desesperante, siquiera para poder contar si es que apetece.

Pero, así es si así se cuenta, que el turismo es un gran invento para el personal alicaído que puede encontrar lo que le prometieron, antes de salir de casa, sin necesidad ya de regresar a sus orígenes, a sus raíces, al pueblo de nuestros mayores, siquiera por intentar hacer “ganas de comer”, de fundamento, perdidas, por dejarse entretener ahora, en un “todo completo e incluido”, camino de la playa, del chiringuito, de la feria y la fiesta enardecidas, de los combinados floridos y tan caros, bajo la canícula que no cesa y el consumismo que todo lo puede, empezando por llegar a desfondar a modo los bolsillos de los turistas, desde la borda de un crucero o la barandilla de la azotea terraza de moda, aunque todo vaya a salirnos por un ojo de la cara.

A merced del turismo que no cese, porque se nos hunde el PIB y se agudizaría la desigualdad, como un viacrucis de quienes cargan con los bártulos camino de la playa, mientras proliferan las piscinas en medio de una extrema sequía

Con Paco Martínez Soria y José Luis López Vázquez, haciendo de turistas catetos, antaño, pioneros del gran invento patrio, tan nuestro, hospitalarios hasta el servilismo, camino de la devoción por el turista que terminará dejando sus ahorros, por una paella cuartelera y una sangría aguachinada, aunque luego vengan las vacas flacas, las de los alquileres por las nubes, los pisos turísticos que hayan echado a los vecinos de los barrios, del jolgorio atolondrado y el regreso a la locura boba de la felicidad enlatada.

A merced del turismo que no cese, porque se nos hunde el PIB y se agudizaría la desigualdad, como un viacrucis de quienes cargan con los bártulos camino de la playa, mientras proliferan las piscinas en medio de una extrema sequía. 

De Marina d´or a Tierra Mágica, del apartamento a la playa abarrotada, bajo la inclemente solanera, del barnizado de crema que nada logra disimular hasta la marabunta ahíta de hincharse la panza de toda porquería indigerible, del pelotazo al regüeldo, de las vacaciones que han salido por un ojo de la cara hasta la jartá de mosquitos que inoculado sus pequeñas dosis de veneno en nuestras epidermis irritadas. Por una semana de sacrificios ímprobos un año entero deseando que vuelva a llegar la semana de pipas y helados al atardecer cuando, ni entonces, se alivia el bochorno implacable que nos ha dejado deshidratados.

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Antonio García Gómez, socio de Infolibre

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