Caminito de la decepción: próxima salida, Vox

Javier Fernández

Transitamos deprisa, demasiado deprisa, por paisajes cambiantes en horas, minutos, segundos...

Tal vez porque nos estamos educando, a la fuerza los más veteranos, de grado los más jóvenes, en la cultura de la inmediatez: apretamos un botón e, inmediatamente, se enciende una luz, se pone en marcha un electrodoméstico o un personaje de vídeojuego salta o mata a un enemigo. Cada vez somos más incapaces de investigar por qué suceden esas cosas y lo único que nos importa es la satisfacción a la voz de ya de nuestro impulso (racional o no). Nos impacientamos tanto en nuestra ansiedad que los segundos que tarda nuestro ordenador en ponerse en marcha nos parecen una eternidad, y, si por casualidad, google da dos vueltas de más cuando lo invocamos, ya estamos pensando en llamar al técnico o, directamente, en cambiar el equipo.

De la misma forma, pensamos que nuestras carencias, nuestros derechos y nuestras esperanzas, se han de ver colmadas casi en el mismo instante en el que introducimos nuestro voto en la urna. Votamos a la izquierda (garante de los derechos y libertades individuales y colectivos) con la sana intención de que cambie nuestra sociedad en su conjunto, pero, también, en la confianza de que nuestra situación personal prospere. De este modo, la expectativa de ver a Pedro Sánchez llamar a nuestra puerta al día siguiente (o en el mismo día) de su toma de posesión como presidente del Gobierno para entregarnos las llaves de una casa, un puesto de trabajo fijo y bien remunerado o determinados bienes que, en el mejor de los casos, visualizamos en pantallas de plasma o en sueños, nos encamina hacia la frustración, el desengaño y a renegar de lo que tanto habíamos ensalzado hasta hace pocos días.

Nos bloqueamos mentalmente y somos incapaces de recordar que la toma de La Bastilla no fue la Revolución Francesa, sino la resultante de las inquietudes de los enciclopedistas algunas décadas antes de que se produjera el hecho/símbolo. No tenemos ni la paciencia ni el conocimiento suficiente para entender que los grandes cambios sociales, económicos, políticos... en fin, los grandes cambios en cualquier orden de la vida y de las civilizaciones se producen por la concatenación de sucesos, pequeñas y cotidianas revoluciones si se quiere, que van trasformando la realidad existente en otra más justa, igualitaria y, por qué no, más confortable.

Se nos dijo que el cielo se tomaba por asalto, y nos lo creímos. Pocos podían/podíamos imaginar que, a la vuelta de pocos meses, el autor de la frase se diera cuenta de que no había cielo (ni infierno) que conquistar, sino que la batalla había que entablarla con la realidad, con el sistema imperante en el mundo globalizado en el que estamos inmersos, y que no es otro que el de la acumulación de capital: solo la acumulación de capital genera riqueza, y es esta riqueza la que es posible redistribuir. Otras fórmulas, por muy deseables que fueren, ya fracasaron, y así, en la extinta URSS se pervirtió el sistema comunista hasta el punto de solo tener pobreza para repartir. Hasta que no se invente un nuevo sistema económico (empeño en el hay que perseverar), hay que jugar con las reglas que marca el tablero de juego capitalista. No hay otra.

Es posible que Pablo Iglesias no calculara la desafección en masa que se iba a producir por parte de los mismos que lo encumbraron, llevados por la deriva de las ilusiones nacidas en los discursos y truncadas por la acción de Gobierno

Quizás Pablo Iglesias reconoció la evidencia de que sus armas ideológicas eran insuficientes para combatir la tozuda realidad que se circunscribe al simple axioma de producción/consumo/plusvalía, y quizá por ello, reemprendió su particular viaje de vuelta hacia su universitaria Isla Utopía. Sorprende que una persona de tan alta cualificación intelectual ignorara a Plauto y a Hobbes: homo hominis lupus. En su descargo se me ocurre pensar que tomó la expresión en su estricto sentido, por lo que las hienas, que no lobos, que le acechaban (sociales, políticas, mediáticas y/o económicas) no dudaron en atacar hasta en lo íntimo y personal, entre sus falsas (o no) risitas, al cofundador de Podemos.

Lo que es posible que Pablo Iglesias no calculara es la desafección en masa que se iba a producir por parte de los mismos que lo encumbraron, llevados por la deriva de las ilusiones nacidas en los discursos y truncadas por la acción de Gobierno, a su juicio, lento e insuficiente. Sumemos a esto la contradicción que para muchos supuso su cambio de vivienda, convenientemente aireada por las hienas, que se simplifica infantilmente en la frase “son todos (y éste, también) iguales”

Mismo camino recorren los ocasionales votantes socialistas, decepcionados de no ver en el Boletín Oficial del Estado las promesas electorales, de que lo prometido se demore o ni siquiera se mencione. Y aquí las hienas, como no hay casa a la que acudir, vuelan hacia el Falcon.

El acelerado trasvase electoral hacia la derecha se ve favorecido y fomentado por la acumulación de noticicias: es necesario bombardear al votante con mucha información... o con mucha desinformación. Que el electorado no tenga tiempo de pensar, que solo reaccione. No importa si las supuestas noticias son verdaderas o falsas, no importa que las declaraciones que se hacen vayan en contra del propio interés general, no importa que la propia Comisión 

Europea llame la atención sobre las sospechas de falta de rigor en el control de los Fondos Europeos que sobre ella se vierten. 

Solo importa el poder, arrebatado ilegítimamente (aunque las elecciones digan lo contrario) por una pandilla de felones, comunistas, mentirosos, separatistas, filoetarras, y arrogantes. Y, cuanto antes, mejor. El poder, o mejor dicho el PPoder, el único y legítimo, el más solvente, el más honrado, el más social y el más igualitario. 

Mentid, mentid, malditos, que diría Sydney Pollack. Mentiras sobre la EPA., sobre la pandemia, sobre los datos de crecimiento, sobre la ganadería, sobre los abusos de miembros de la Iglesia, sobre las cuentas del partido, sobre la financiación electoral, sobre la renovación de los órganos constitucionales... Mentid, mentid, malditos. Abandonad todo germen de ideología propia, de liberalismo económico, de doctrina social de la Iglesia, de idea común de país y de una sociedad cohesionada aun en la diferencia. Sustituid vuestra ideología por el eslógan y la sucesión de tweets, por el cortoplacismo y la tenencia del poder sin saber muy bien para qué se quiere el poder. Y, por descontado, si en la derecha se abandona la ideología, no se va a permitir que la izquierda tenga la (o las) suya. 

El señor Casado no es consciente (en esto tampoco) de que la extensión de la mentira se volverá contra él, y que su sarta de descalificaciones hacia lo ajeno y de silencios de lo propio, divierten al personal, pero le hacen ahuyentarse hacia otras posiciones más redentoras: a fin de cuentas, un líder sin ideología es poco más que una cabeza hueca; un líder “de ocurrencias” solo sirve para las reuniones de “cuñaos”.

Así que también el electorado del PP, se desliza hacia alguien que “no sea como los demás (Casado incluido)”, hacia alguien que no mida la libertad en cubatas, hacia alguien que efectivamente vaya a hacer las cosas “como Dios manda” (cómo si alguien supiera cómo haría Dios las cosas). Vaciada la política de ideología, repleta de emociones, desprovista de proyecto colectivo, solo queda entregarnos en los brazos del líder, y transitar por la amplia autopista, con hermosos paisajes dibujados, que Vox ofrece.

El próximo 13 de febrero, en las carreteras castellano leonesas, disputaremos nuestra próxima etapa. 

Antes de ir por esos caminos, sería bueno que hiciéramos una pausa de descanso y pensar: hemos circulado mucho tiempo y demasiado deprisa. En esas condiciones seríamos capaces de aceptar cualquier cosa que nos ofrecieran, aunque lo ofrecido no sea más que humo. 

Bandera, himno, toros y desigualdad: es muy alto el peaje a pagar para llegar a tan pobre destino.

Javier Fernández es socio de infoLibre

Javier Fernández

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