Capitalismo fósil-nucelar

Albino Prada

Si bien el precio y el mercado del gas natural están teniendo un efecto tóxico en la tarifa eléctrica por la incapacidad para dejar atrás el sistema marginalista de fijación de precios, puede que esté ocupando demasiado foco informativo.

Es cierto que la dependencia de la UE del gas ruso es muestra de escasa cautela (y podría ocurrir lo mismo con el gas estadounidense como nuevo proveedor de gas licuado). Y que sin duda por motivos de resiliencia en los mercados, autonomía energética y freno al colapso climático va a ser mejor que pensemos en abandonar esta fuente de energía cuanto antes.

Pero digo demasiado espacio porque la importancia del petróleo para nuestras sociedades es aún mucho mayor que la del gas. Pues los derivados del petróleo mueven aviones, coches, camiones, ferrocarriles, transporte marítimo, flotas pesqueras, industrias pesadas, maquinaria agrícola... y también se usan para la electricidad. Mucho más PIB depende del petróleo que del gas, y también muchas más emisiones de efecto invernadero.

Y por eso me llama la atención que, en medio de todo este colapso energético, apenas se hable del petróleo y sus comerciantes. Y no será porque en este caso los precios estén mansos: porque desde principios del año 2021 hasta hoy los precios se han duplicado (de 50 dólares el barril a 100). Lo sabemos muy bien cuando vamos a repostar combustible porque pasamos de pagar menos de un euro a casi pagar dos (sin los veinte céntimos de descuento del Gobierno).

Y este es un mercado con muy pocas manos visibles a escala global (Exxon, Shell, Chevron, BP) que producen y comercializan (en España añadimos las manos privadas de Repsol-Campsa de Sacyr y JPMorgan, Cepsa de un fondo de Abu Dhabi, o Exolum-CLH) además de otros emporios menos conocidos, pero no menos decisivos, que sólo comercializan (Vitol, Trafigura, Glencore) y residen en la entrañable Suiza.

Un mercado en el que se compra y se vende a precios de hoy o a precios futuros (estimados) y siempre con las llamadas "refinerías de Wall Street" (Goldman Sachs o Morgan Stanley) a sus espaldas. Agentes que durante la pandemia -y ante la caída de la demanda- acumularon stocks a la fuerza (también en petroleros) y que estaban a la espera de que sus previsiones de subidas de precios se convirtieran en una realidad especulativa con la recuperación de la actividad. Y ahí llegamos.

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Así regresamos a los casi cien dólares por barril que teníamos antes de la pandemia (años 2012-2013), pero ahora trasladados a precios mucho más altos en las estaciones de servicio. Podría haber una mano invisible, astuta y depredadora aquí. Ya que si estamos pagando de nuevo esos cien dólares por barril no es porque la demanda e importaciones en el conjunto de España hayan subido en la primera mitad de 2022 al nivel que tenían en 2019 (porque todavía están por debajo en millón y medio de toneladas), después de haberse reducido en más de cinco millones entre 2019 y 2021. Una reducción que solo fue posible por los confinamientos y limitaciones de movilidad.

Pero lo cierto es que la duplicación del precio no fue capaz de frenar la recuperación acelerada de la demanda y eso (más el estímulo de veinte céntimos) está siendo aprovechado por todos los que nos colocaron en un precio de cien dólares el barril (que traducido a euros son hoy más euros).

Por todo lo anterior, considero que el papel mediático del gas en la historia de la inflación galopante está desenfocado y curiosamente desequilibrado. Pues en España en pleno mes de agosto, mientras el gas anotaba un crecimiento interanual de precios del 25 %, los combustibles líquidos ya rondaban el 80 %, algo generalizado en la UE. Si a eso le sumamos que estos últimos tienen más efectos de segunda vuelta que los primeros, la mano invisible de los derivados del petróleo “bien podría derribar todo el mercado financiero” (“Antes del colapso”, U. Bardi , 2022: 173).

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La vuelta a los precios del barril por encima de los cien dólares no hace más que traducir (hagamos lo que hagamos en España) que el equilibrio global entre oferta (OPEP y los citados operadores) y demanda de petróleo y derivados permite a los primeros apostar qué vamos hacia un aumento progresivo del precio. Aunque esto pueda provocar una ola de inflación y recesión en las economías del mundo.

Pero lo cierto es que la duplicación del precio no fue capaz de frenar la recuperación acelerada de la demanda y eso (más el estímulo de veinte céntimos) está siendo aprovechado por todos los que nos colocaron en un precio de cien dólares el barril.

En este desequilibrio por exceso de demanda global, ha entrado en juego un enorme protagonista en los últimos años: China. Pues entre el año 2000 e 2020 pasó de importar 10 millones de toneladas a 540 millones para cubrir su galopante consumo. China ya superó a Estados Unidos como el mayor importador diario de barriles del mundo. Contando con un emergente operador propio (Zhuhai Zhenrong) que le permite tener una autonomía estratégica de las petroleras de Wall Street. Desde Arabia, Nigeria, Kenia, Rusia, Ecuador, Perú, Canadá, Zambia, Angola, Sudáfrica, Zimbabue o Irán. Siendo de cajón que lo que va a China ya no puede ir, y mucho menos a los mismos precios, a otros mercados importadores (como España).

La mayoría de la población en España, en este juego de casino global con el petróleo, poco podemos esperar de una transición energética bajo la batuta de Naturgy, Repsol, Iberdrola o Endesa. Pues el complejo fósil-nuclear hará sus negocios hasta las últimas consecuencias y hasta el último barril de crudo. Y mientras hace caja con el barril y sus derivados, abrirá camino a puntos de recarga, o cambio de baterías, con energía eléctrica-nuclear. Colapso fósil por nuclear.

No veo mejor manera de resumir esta estafa que contrastar las emisiones actuales de CO2 de China y los Estados Unidos. Actualmente China, que tiene cinco veces la población de los EE. UU., ni siquiera duplica sus emisiones totales. Aunque si convergiera con el modelo (de éxito) norteamericano de consumo de energía y sus emisiones derivadas, esa senda de consumo cuadruplicaría las emisiones de CO2 con un impacto climático inimaginable. Incluso si hubiera petróleo (y nada barato) para alimentar a ese mundo del Pacífico (Chimericano) -que no lo hay- el colapso climático estaría asegurado.

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Es lo que tiene el no romper con el actual modelo de consumo y el diseño de sus redes de abastecimiento (por ejemplo en el tráfico marítimo actual de portacontenedores, el tráfico aéreo-queroseno libre de impuestos- tan low cost, o el de automóviles con dos coches por casa) a la medida del complejo fósil-nuclear. No les importa que nos dirijamos hacia un colapso climático o un invierno nuclear o, de hecho, a una disputa de bloques globales a cara de perro entre EE. UU. y China por el petróleo del mundo (el de Rusia incluido).

Resulta así que nuestro imparable crecimiento económico estaba dopado por un petróleo abundante y barato. Y fue así como refutamos al Malthus de las hambrunas… metiendo por la puerta de atrás el colapso climático.

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Albino Prada es ensayista y socio de infoLibre.

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