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La maldad sí que existe

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Juan Priego Romero

La maldad no tiene cuernos ni rabo, ni se llama Lucifer. Está en las personas a nivel individual y también a veces a nivel colectivo, como si fuera un virus, que con los siglos se fue generando y contagiando poco a poco y se ha convertido en pandemia mundial que aumenta progresivamente, sin que nadie se preocupe de poner rastreadores ni de inventar vacunas para inocularlo.

Viendo las imágenes de esos jóvenes pillados in fraganti en fiestas prohibidas, escondidos en armarios o debajo de las camas y colchones, por un tema tan sensible y tan doloroso como es esta pandemia, con sus miles y miles de muertos que no paran, no puedo remediar hacerme algunas preguntas cuanto menos curiosas:

¿Qué sentimientos tienen esos jóvenes para con los afectados por esta desgracia? ¿Qué papel tendrán esos individuos en nuestra sociedad, en qué trabajarán o con qué opción política simpatizarán?

No quisiera ser drástico, pero estoy firmemente convencido de que sin ninguna duda simpatizarán con Vox, si son españoles; con Trump, si son americanos y con Marine Le Pen, si son franceses.

Existe una relación inequívoca entre la forma de ser y de comportarse con las opciones políticas con las que se simpatiza, por mucho que queramos no ser mal pensados y también existe entre las maldades extremas, que vemos en los crímenes que aparecen continuamente en las noticias y en las que no vemos, pero que subyacen en las conductas de tantos personajes visibles e invisibles.

Las maldades de estos personajes anónimos son más peligrosas si cabe, porque generan el virus y lo propagan para que se convierta en pandemia invisible, que a la larga pueden causar una mortalidad difícil de ver y de relacionar con sus orígenes artificiales y estos sí que son engendrados en laboratorios del mal.

Esos hechos criminales que aparecen en las noticias perpetrados en una proporción escandalosa por parte de hombres, como en el caso de la violencia de género y que quedan al descubierto, tienen su castigo, aunque no sea siempre el que se merecen, pero los que generan ese virus fatídico, no suelen descubrirse fácilmente y cuando lo son, no suelen sufrir castigo alguno.

Cuando uno acomete escritos sencillos y posiblemente salpicados de obviedades, lo hace pensando en que los lean personas sencillas e inteligentes y sabiendo que nada nuevo les va a enseñar, pero en el fondo sueña con que este artículo en concreto, si lo leyeran los jóvenes citados al principio y que son los que lo han motivado, posiblemente alguno pudiera sentirse avergonzado por su comportamiento a la vez que ridículo, malvado y le hiciera reflexionar y enmendar un camino infeliz y claramente equivocado.

Corren malos tiempos para las buenas personas, porque el virus de la maldad campa a sus anchas, sin rastreadores y sin vacunas y en la mayoría de los casos ni los mismos infectados son conscientes de estarlo, o lo son y no les importa contagiar a los demás, o incluso lo desean, en un delirio oculto de odio al prójimo.

¡La maldad oculta es mucho más peligrosa que la que está al descubierto!

El silencio cómplice nos mata

El silencio cómplice nos mata

Para terminar este artículo con un leve soplo de esperanza, daré mi humilde opinión de que la bondad también existe y es más fuerte y poderosa que la maldad, pero está difuminada entre la humanidad de este planeta y le falta esa fuerza de unión que tiene la fiera corrupta y dominante, que sabe ejercer la tiranía además de que está incrustada en las instituciones de poder, llámense Institucional, Judicial o Elitista, que manejan bien el timón del barco en el que los marineros reman y se dejan llevar.

Algunos, que se manifiestan por el derecho de expresión, con un equivocado icono representativo y con delincuentes infiltrados, que finalmente terminan el acto convirtiéndolo en vandálico y perdiendo su legitimidad y otros, que reflexionamos, protestamos o incluso nos atrevemos a expresarlo en artículos y publicarlos en esta sección. Esto no es que sirva para mucho, pero al menos ponemos nuestro granito de arena, pacíficamente y sin grandes aspavientos.

Juan Priego Romero es socio de infoLibre

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