El Rocío y la escarcha

Jose María Barrionuevo Gil

El pueblo tiene hambre de fiestas. La pandemia y su graduado o ya licenciado confinamiento le ha obligado a abstenerse de echarse a la calle y a los caminos por mor de un insignificante virus, que, como todos, viene a hacer amigos con aquellos animales que se olieron la jugada y se hicieron dueños de todos los caminos, incluidos los de El Rocío y de los que iban a Roma o a Santiago. Era admirable el ver cómo campeaban, incluso por las calles, como urbanitas libres de ordenanzas, aunque, algunos, como aquella mamá pato que respetaba los pasos de peatones y que se hizo tan viral.

Este año la fiesta ha sido un descoloque y se han estrenado unas andas nuevas que no han resistido el calor y la presión, tan de nuevo enfervorizados, de un pueblo tan creyente.

Las calores y los acaloramientos se han dado la mano y, como es una fiesta que cambia de día, este año ha tenido la gracia de caer y darse de bruces con las calores de comienzo de junio, que ha resultado más caliente de lo esperado hasta por los negativistas del cambio climático. La costumbre de la fiesta de El Rocío es tan singular y cambia de fecha, precisamente, porque se celebra el mismísimo día, que el calendario eclesiástico dedica a la fiesta de Pentecostés. El fervor popular ha conseguido que la virgen haya defenestrado de su fiesta al mismísimo Espíritu Santo, que, como todo dios sabe, no ha dicho ni pío. Ahora ya la Blanca Paloma es la Virgen de El Rocío.

Como a la oportunidad la pintan calva y hay que cogerla por los pelos con las manos de los artistas de la política, no es casualidad que coincidiese el comienzo de la campaña electoral de Andalucía, con la euforia que congrega a tantos andaluces.

Los que ya somos mayores que casi la totalidad de los obispos españoles, ya que “sabe más el diablo por viejo que por diablo”, nos damos cuenta de la corrida y enseguida nos saltan a la vista y nos inundan los oídos las posturas oportunistas que se pliegan a algunas fuerzas políticas que consideran salvaguardas de la moralidad tomada como eterna y como pública. No ha podido faltar la condena a las leyes que amplían derechos para todos y no para unos cuantos, que siempre tendrán la salida fácil por contar con la posibilidad de sus posibles y numerosos recursos económicos para acudir a clínicas abortivas, en el extranjero, como pasaba antes. 

Para nosotros, los derechos que defienden la vida no son defendidos solo por uno o dos partidos políticos. Todos defendemos el derecho a la vida y no como los que hablaban, hace muy poquito tiempo, de fusilar a 26 millones de españoles. No tuvimos la suerte de leer todos los periódicos ni de asistir a todas las tertulias de los defensores de la vida, en aquellos momentos. Tampoco, cuando la pandemia hacía estragos por dejadez de responsables de partidos que ahora son casi canonizados, porque hay intereses más que defensa de derechos. Ya nos referimos en más de diez artículos sobre “Educación y aborto cero”, subrayando la importancia de la educación y no la de la tensión partidista que demoniza cualquier salida o acuerdo democrático y  que ahora “vuelve a resurgir y están” sembrando de dudas el campo ético de la ciudadanía.

Ya en nuestros años jóvenes pudimos escuchar una canción mejicana que nos recordaba que “si los hombres parieran, el aborto sería sacramento”. Como siempre los desmanes machistas se nutren de la traicionera tradición en que la mujer es más un objeto que un sujeto, una servidora que no señora.

Desde siempre, hemos podido asistir al legado tradicional de que las mujeres han aceptado su naturaleza y sus funciones con toda la naturalidad y normalidad del mundo, porque han sabido entender su naturaleza en sus justos y adecuados términos. El patriarcado ni lo ve ni lo comprende.

Si hay verdadera educación de todos y no solo adoctrinamiento discriminante se llegará al aborto cero, pero si hay solo aborto cero, seguiremos sin educación. Es que nos sorprenden los defensores de la vida, porque la han necesitado para la pederastia, para la pediatría, para las guerras...

Siempre hemos optado, con todos nuestros respetos, por que la religión esté aparte, porque trabajo no le va a faltar, y que no tome partido por aquellos oportunistas que la intentan utilizar para sus fines políticos tan partidistas como no cesamos de comprobar, y que nos puede dejar a todos tirados y abandonados en mitad de la escarcha.

José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre                                          

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