Terrovisión

Carlos López-Keller

La hipocresía emplea la palabra para ocultar lo que todo el mundo sabe. El cinismo, por el contrario, no oculta nada y utiliza la palabra en exhibicionismo de la mentira; retuerce conscientemente la realidad, pero no para sustituirla por otra verdad alternativa, sino más bien para proclamar que la verdad es irrelevante. ¿Qué más da? Si ya nos dijo el filósofo que no está claro que existir sea preferible a no existir. Y la mentira se nos exhibe, camuflada en palabras militantes, palabras huecas que no significan nada, nacidas para no tener contenido material; pero sí para tener destinatario. 

Nuestros gobernantes siguen bailando el agua a Israel, traficando con ellos pistolas y cohetes, olvidando que, puestos en el mismo cesto que ellos, todos terminamos podridos.

Pienso en ‘adoctrinar”, en ‘nacionalismo’, también en palabras más gruesas, ‘terrorismo’, ‘genocidio’. Palabras concebidas para arrojar al otro, pero difíciles de encapsular en una definición objetiva; tan pronto lo hagamos, las palabras apuntarán contra nosotros. (No se vayan muy lejos: Star Wars es la historia de un atentado terrorista). El cinismo nos inunda de vacuidad, porque insistimos en hacer depender nuestra valoración moral sobre un acto de la identidad de su autor, amigo o enemigo, proveedor o cliente; pero entonces nuestro juicio no vale nada. Después de Gaza y Cisjordania, la palabra ‘genocidio’ carece de contenido; si el exterminio del pueblo palestino no es un genocidio, ¿qué cosa lo será?

Los israelíes llevan ochenta años atropellando la humanidad de los palestinos, el pueblo no elegido, el pueblo despreciable. El gigantesco crédito moral que los judíos obtuvieron tras la Segunda Guerra Mundial, el inmenso respeto con el que el planeta quiso expiar la atrocidad del Holocausto, sigue pesando hoy como una patente de corso que atenaza protestas y acalla las voces discrepantes bajo amenaza de represalias. El crédito y el respeto lo han malbaratado; ya no son más que un pobre pueblo violento que ha colocado su Estrella de la Muerte sobre la cabeza de unos árabes que, en fin, no tienen dinero para contratar a Han Solo.

Aun así, nuestros gobernantes siguen bailando el agua a Israel, traficando con ellos pistolas y cohetes, olvidando que, puestos en el mismo cesto que ellos, todos terminamos podridos. Sentados a la mesa de un terrorista, todos lo somos. Pero la sociedad, colapsada en sus propias redes, guarda silencio “pues vemos que por callar, a nadie se hizo proceso”. Respetemos el silencio del durmiente mientras caen las bombas y terminan con el pueblo palestino. Más tarde o más temprano, pagaremos nuestro silencio. Pido, al menos, que se tenga piedad de esta sociedad abotargada de capitalismo y no se nos fuerce al trágala cruel de soportar la miseria moral de participar en un concurso de música, lleno de luces, alharacas y confetis, junto a la sonriente representante del país que ha asesinado a decenas de miles de personas sin más culpa que tener otra nacionalidad o creer en otro dios; sin más culpa que estar desamparadas.

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Carlos López-Keller es socio de infoLibre

Carlos López-Keller

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