Librepensadores

"Venceréis pero no convenceréis"

Ángel Lozano Heras

El 12 de octubre de 1936, se celebró un acto en el paraninfo de la Universidad de Salamanca con motivo del nacionalista Día de la Raza, aniversario del descubrimiento de América. Al final de esta celebración, entre el furor de profesores y militares, franquistas y fascistas, contra el rector Unamuno que presidía el acto, fue la mujer de Franco, Carmen Polo, arropada con los guardias falangistas, quien sacó del brazo a don Miguel,  ante el acoso y la furia de los legionarios del general Millán Astray. Lo trasladaron, bien protegido, en coche oficial a su casa de la calle Bordadores. Aquella misma tarde fue expulsado del casino salmantino. Horas después fue depuesto como rector y como concejal del ayuntamiento salmantino. Y una semana más tarde, el 22 de octubre, Franco lo destituyó como rector vitalicio de la Universidad. Estos son los hechos reales, y no se pueden alterar sin caer en subjetivas y despistadas interpretaciones.

Se ha escrito y hablado mucho sobre los acontecimientos de ese día 12 de octubre de 1936 en el paraninfo universitario. Algunas versiones de los hechos pecan indistintamente de ideología nacionalista o liberal; otras, de falta de memoria, y otras son simples recreaciones literarias sobre datos reales… Posiblemente la versión en el Abc del poeta José Mª Pemán sería la más fiel en los hechos básicos pero no en el contenido, pues contienen varios errores y omisiones. Pemán estaba presente y pronunció uno de los polémicos discursos contra la antiEspaña, democrática y republicana. Después otros oradores hablaron de “festín étnico de la hispanidad, en contra de los separatistas vascos y catalanes, antiespañoles”. Dicen los cronistas que lo que se dijo en los panfletarios discursos de los conferenciantes que le antecedieron fue lo que provocó la ira del escritor vasco-salmantino, y el posterior ataque verbal de Millán Astray contra Unamuno. De ahí, las famosas frases de este “vencer no es convencer y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión”. Pero el viejo rector ya venía preparado para dar réplica a los atropellos de la sublevación militar nacionalista, seguramente ya harto de los fascistas, de sus asesinatos, detenciones, depuraciones y destierros de amigos políticos y académicos, de matanzas indiscriminadas de simples ciudadanos, de brutales represiones, que estaban asolando España.

El general tullido se removió de su asiento incapaz de contenerse para reclamar la palabra interrumpiendo el discurso del rector y gritar una soflama que pasó a la historia: "Muera la intelectualidad traidora". Y sí, algunos militares y sus legionarios, su fiel guardia pretoriana, cargaron armas y se dirigieron hacia el estrado donde estaban Unamuno y el general legionario. Y aquí están todos de acuerdo: fue la mujer de Franco quien le sacó del apuro y de la posible agresión, llevándole del brazo hasta su coche oficial, que estaba a la puerta de la salida trasera del recinto universitario.

Figuran en las hemerotecas varios escritos, versiones y declaraciones, que cuestionan la crudeza del acontecimiento. Algunos textos manifiestan que estas situaciones no fueran “duras” como la leyenda y las ficciones nos han contado, teatralizando este acto del paraninfo.

Dicen estos críticos que en la famosa foto de la salida de la Universidad, Unamuno parece muy tranquilo y nada acorralado como afirman otras versiones. Y en esto se apoyan para corroborar que “el acto académico fue normal, sin grandes alteraciones, nada enconado”.

Pero entonces cómo se explica el rechazo tan intransigente de sus contertulianos en el casino de Salamanca, muchos amigos o conocidos aún, insultándole gravemente y expulsando del casino esa misma tarde a él y a su hijo Rafael. Desde entonces, ningún hijo y nieto de Unamuno volvió a traspasar la puerta del casino hasta el homenaje/desagravio de 1961, auspiciado por el entonces alcalde de la ciudad, Miguel Cruz Hernández, Catedrático y doctor honoris causal por la Universidad de Salamanca.

Cómo se entiende también la dura reacción de sus compañeros del Claustro universitario firmando un acta para destituirle de rector y expulsarle de su cátedra, a los dos días de su enfrentamiento con el general Millán Astray. Y si este hecho no fue más que un simple incidente verbal, por qué los concejales fascistas de la Corporación Municipal presentaron, en secreto, al día siguiente una moción de censura para removerle como concejal y alcalde honorífico de Salamanca. Y por qué los falangistas le protegieron durante tanto tiempo, incluso después de su muerte el 31 diciembre.

Tuvo que ser dialéctica y emocionalmente muy violento y radical el encontronazo que se vivió arriba en la mesa presidencial del paraninfo. Tuvo que ser algo más que una necia provocación para que reaccionara Unamuno como lo hizo contra las ideas fascistas de los anteriores conferenciantes y contra las ignominias del general Millán y sus legionarios. Si no fuera así, a qué también, pocos días después de este suceso, el general Franco jefe del alzamiento militar, firmó el decreto de la destitución de Unamuno como rector, y rector vitalicio, de la universidad salmantina.

Unamuno que fue presidente, contertulio y compañero de tapete en el salmantino Palacio Figueroa fue echado del Casino, aunque la increpación procedió de un pequeño grupo de socios, cumpliéndose aquello de una cobarde mayoría silenciosa. Y esto unido a la decisión del Claustro universitario de cesarle de rector, le dolió más que los fanáticos arrebatos verbales y las amenazas de Millán Astray.

Unamuno, en octubre del 36, anciano ya, era aún un intelectual incómodo y crítico para el régimen de Franco. Y prueba de la gravedad de su situación es la carta -del 13 de octubre- del jefe de las milicias falangistas salmantinas, Francisco Bravo, a su hijo mayor Fernando. El tono de la carta estaba entre la amenaza velada y la amable advertencia, recomendando que su padre se abstuviera de irritar aún más a los militares. “Sería doloroso” –terminaba la carta de Bravo- “que a tu padre… pudiera sucederle algún incidente desagradable”.

Y en esto, todas las versiones de los eruditos unamunianos son unánimes. Unamuno estuvo a punto de morir, trágicamente agredido, ese fatídico y nacionalista Día de la Raza. Y es más, su vida corrió grave peligro en las siguientes semanas. Unamuno se quedó solo hasta su muerte, ni con los “hunos ni con los hotros… Estoy solo; no soy fascista ni bolchevique…”. ________________

Ángel Lozano Heras es socio de infoLibre

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