Cultura
Bruno Bimbi: "Lo que ocurrió en Brasil fue un ensayo para la ultraderecha"
Bruno Bimbi (Avellaneda, Argentina, 1978), periodista e investigador en Estudios del Lenguaje, comenzó a escribir El fin del armario con cierta esperanza. El libro, publicado ahora por Anaconda Ediciones, tres años después de la edición argentina, refleja en sus crónicas un camino victorioso, el de la comunidad LGTBI en la lucha por sus derechos. Sin embargo, con el tiempo se fue posando cierto amargor, que se corona en esta reedición con un nuevo capítulo: en él, Bimbi relata el ascenso de Jair Bolsonaro al poder en Brasil, el país que ha tenido que abandonar después de diez años. El mensaje del nuevo presidente, que llegó a decir, entre otras cosas, que preferiría que su hijo muriera "en un accidente" a que apareciera "con un tipo con bigote", era claro: ese ya no era su país, no se le quería más en él. Su llegada a España tiene también un regusto amargo: algo de lo que sucede aquí le recuerda a lo vivido allí. Por eso insiste en que su libro "abre las puertas a la realidad LGTB" a aquellas personas que la sienten lejana. Sabe que las conquistas son frágiles y que hay mucho que perder.
Pregunta. Pensamos que hemos avanzado mucho, pero seguimos hablando de un mundo LGTB apartado del resto.
Respuesta. El título es, por un lado, una constatación de todo lo conseguido, pero también es un deseo que señala todo lo que falta. Si hiciéramos un ejercicio de ciencia ficción como en Regreso al futuro y agarráramos a un joven homosexual del siglo XVII y lo lleváramos a mediados del siglo XIX, notaría cambios en la moda, las costumbres, los avances científicos, pero los modos de vida de las personas homosexuales serían los mismos: la persecución, el armario... En dos siglos, no habría habido grandes cambios. Pero si hacemos el mismo ejercicio trayendo a la época de hoy a alguien de los setenta, en apenas medio siglo se observaría un cambio gigantesco: se encontraría con que hoy en muchos países se puede casar, con que puede presentar a su pareja en el trabajo o con la familia, que hay representantes políticos LGTB, en el cine o en la música… Esto muestra que, por primera vez en siglos, hay algo que está empezando a cambiar. Pero ese cambio que puede verse en España, en buena parte de Europa occidental y en parte de América, todavía está lejos de ocurrir en Medio Oriente, en África, en Rusia y las ex repúblicas soviéticas. En países como Arabia Saudí o Irán hay pena de muerte, y hay otros donde esta entrevista sería ilegal: en Rusia, sería considerado propaganda homosexual.
P. En algunos países no es tan sencillo. Señala, cuando se ocupa de Israel, que es cierta la idea de que es un país abierto a la comunidad LGTB, pero también sus sombras, con la alianza entre la derecha y la ortodoxia religiosa.
R. Por supuesto, incluso en los países donde ha habido avances hay mucho que cambiar aún. El caso de Israel es extraño, porque dentro de una región donde lo que impera es la persecución estatal descarada, con leyes que criminalizan la homosexualidad o donde hay pena de muerte, es el único país democrático y el único que reconoce la mayoría de los derechos civiles a la población LGTB. Sin embargo, todavía hay lagunas, y una de ellas es el matrimonio civil: por acuerdos que se hicieron en 1948, allá por la Declaración de independencia, el matrimonio quedó en manos de las iglesias. Uno solo se puede casar en la católica, en una sinagoga o en una mezquita, y eso dejó afuera el matrimonio civil y por tanto el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero es un tema que está en debate, y hay una encuesta reciente en la que se ve claramente que una gran parte de Israel está a favor del matrimonio igualitario, por lo que es muy probable que en los próximos años acabe sucediendo. En su entorno geográfico, la situación es mucho más difícil.
P. En el capítulo titulado "El odio", hay un epígrafe dedicado a África, seguido de otro sobre Alan Turing, matemático británico procesado por su homosexualidad, y otro sobre Daniel Zamudio, asesinado en Chile por ser gay. ¿Por qué consideraba necesario establecer estas comparaciones implícitas?
R. Ese capítulo llega después de otros sobre Medio Oriente, y la decisión de pasar de ahí a Alan Turing es porque a veces el lector occidental mira esto y piensa: "Ah, es que es África". Es una mirada muy prejuiciosa, y hay que decir que esto pasaba en Europa hace poquito, la semana pasada en términos históricos. Todo esto que mostramos que sucede en una parte del mundo, hace muy poquito que dejó de suceder en el resto. En Estados Unidos hubo Estados donde el crimen de sodomía existió hasta los años noventa; doy datos del Reino Unido [en Inglaterra y Gales, las relaciones entre hombres mayores de 21 se legalizaron en 1967] o de Alemania, donde la criminalización de la homosexualidad continuó tras la caída de Hitler, tanto en el lado socialista como en el capitalista, y sobrevivió incluso a la caída del muro.
P. Además de los casos de violencia supuestamente perseguida por el Estado.
R. Claro, y eso demuestra que además de aprobar leyes, que es importantísimo, un gran avance civilizatorio —y lo fue en el caso de España durante el Gobierno de Zapatero, con la ley contra la violencia machista, la ley de identidad de género…—, hacen falta también casos sociales. Hay una agenda pendiente. El caso de España es interesante, porque si uno mira las encuestas ve que la sociedad española está bastante por delante de buena parte de Europa, con altísimos porcentajes de aprobación de temas como el matrimonio igualitario o los derechos de la población LGTB, y está mucho más cerca de países como Holanda, Noruega o Bélgica que de países como Italia o Grecia. En gran medida, los avances que se produjeron en el Gobierno de Zapatero marcaron un antes y un después, no solo por los avances legales, sino por lo más importante, el efecto cultural y simbólico que esto produce en la sociedad civil. Hoy, en España, el PP, que se opuso hasta el último minuto al matrimonio igualitario después terminó entendiendo el cambio. Ahora se le olvidó de vuelta porque le entregaron el partido a Vox, pero hasta este viraje ultraderechista parecía que estaban intentando a entenderlo.
P. ¿Qué cuenta pendiente tiene España y otros países con legislaciones similares?
R. Vemos que falta una agenda de trabajo en materia de educación, cómo trabajar desde la escuela para desterrar el bullying y los prejuicios que le joden la adolescencia a muchos jóvenes. Y hay una agenda pendiente con respecto a los derechos de la población trans. Lo mismo pasa en Argentina, donde se aprobó una ley de identidad de género incluso más avanzada que la española, pero seguimos teniendo un grave problema de empleabilidad, de acceso a la educación, a la salud. La población trans en Argentina tiene una vida promedio de poco más de 30 años, y esto tiene que ver con la violencia, con la falta de acceso a la sanidad, con los crímenes de odio, con que muchas veces, a las mujeres trans especialmente, las echan de casa de chiquitas y terminan en la calle, muchas dedicándose a la prostitución, porque es el único camino a la subsistencia… Hay todo un trabajo para desnaturalizar esto: ¿cómo se ha naturalizado que una mujer trans tiene que ser prostituta, y no abogada, periodista, cajera de supermercado?
Países como España o como Argentina, que han avanzado internamente, deberían también colaborar en el escenario internacional, porque no es admisible en el siglo XXI que la comunidad internacional se calle la boca y haga como que no ve mientras en países como Irán o Arabia Saudita ejecutan a personas homosexuales, mientras se abren campos de concentración en Chechenia o mientras Putin en Rusia promueve leyes contra lo que él llama propaganda homosexual. Hay un trabajo que hacer, por ejemplo, para que el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas deje de hacer ese mamarracho que hace hoy.
P. Aunque el libro trata de celebrar los logros conseguidos por la comunidad LGTB, hay un capítulo dedicado a lo que llama "República de Gilead", en referencia a El cuento de la criada, que completa la edición española y habla de la reacción conservadora, desde Bolsonaro a Vox. ¿Cree que la comunidad internacional está entendiendo la regresión que está sufriendo Brasil, en este y otros sentidos?El cuento de la criada
R. No. Creo que hay una enorme falta de comprensión, o veo incluso en Argentina, que está al lado. Esa falta de comprensión no viene de ahora, sino que viene de 2016, cuando hubo un golpe de Estado en Brasil, se derrocó a una presidenta electa democráticamente, Dilma Rousseff, y el mundo siguió para adelante como si no hubiera pasado nada, y todos recibieron a [Michel] Temer como presidente legítimo, cuando era un golpista. Esto siguió cuando un juez corrupto llamado Sergio Moro decidió mandar a la cárcel al mayor líder político del país [Lula da Silva], el mejor presidente de la historia de Brasil, que sacó a más de 20 millones de personas de la pobreza, y que fue encarcelado en una causa que un estudiante de Derecho de segundo año se habría dado cuenta de que era una causa armada. Como corresponsal, conozco el expediente, leí los autos, y puedo decir que Lula fue un preso político. Fue encarcelado porque, durante un año entero, todas las encuestas de todas las empresas mostraban que Lula ganaba a Bolsonaro por más de 20 puntos de diferencia. Este juez, cuando encarcela a Lula y gana Bolsonaro, renuncia a su cargo y asume como ministro. Es decir, hubo un camino previo a la elección de Bolsonaro en el que pasaron cosas terribles.
P. Ha vivido ese proceso e cambio, notablemente con la llegada de Bolsonaro al poder. ¿Qué influencia ha tenido en la vida de una persona LGTB? ¿Qué ha ocurrido para que usted decidiera irse?
R. Yo decidí irme porque la situación estaba cada vez peor. Viví 10 años allá, viaje para hacer mi doctorado, luego trabajé como corresponsal y por último como asesor para un diputado, Jean Wyllys, un diputado de izquierdas, representante de la comunidad LGTB en el Congreso. Durante ese tiempo, Bolsonaro era diputado, y tenía un odio patológico contra Jean, es la persona que más odia en el mundo, de manera obsesiva. Bolsonaro, junto a otros líderes de la ultraderecha, pastores evangélicos y toda esta mafia fundamentalista organizaron una campaña de destrucción de reputación contra Jean, utilizando bulos, las más absurdas mentiras que te puedas imaginar, desde acusarle de pedófilo hasta decir que había presentado un proyecto de ley para obligar a las escuelas a enseñar la religión islámica. Esta campaña usaba redes sociales, Facebook, Twitter, Whatsapp, y era un esquema de corrupción vinculado al uso de fake news. Jean empezó a recibir amenazas de muerte cada vez más pesadas, que lo llevaron en determinado momento a llevar un auto blindado —yo era su asesor, por lo que a veces viajaba con él—.
P. Y luego llegó el asesinato de Marielle Franco...
R. Marielle era una compañera del mismo partido, concejal de Río de Janeiro, mujer, feminista, lesbiana, que tenía una agenda muy parecida a la de Jean. Cuando la matan, Jean comienza a darse cuenta de que estas amenazas de muerte había que tomárselas en serio. El clima de odio que se fue originando en el país era cada vez más fuerte, y Bolsonaro gana las elecciones en una campaña marcada por las amenazas: en el último discurso de campaña y dice que quiere un país "sin Folha de S. Paulo" —imagina que aquí un candidato dijera que quiere una España sin el diario El País—, que los "rojos" van a tener que elegir entre la cárcel y el exilio. En Brasil se vota electrónicamente, y el día de las elecciones veíamos videos de seguidores de Bolsonaro que iban armados y que apretaban los botones de la urna electrónica con un revólver. En ese contexto, no había forma de quedarse en el país. Las amenazas contra Jean eran cada vez peores, y yo no recibí personalmente, pero siendo su mano derecha, me sentía amenazado. Y además había un clima de odio, era un país en el que Bolsonaro decía las barbaridades más atroces. Fue muy triste, porque viví 10 años allá, tengo la nacionalidad brasileña, es mi país también. Cuando yo llegué, el presidente era Lula, las cosas estaban mejorando, la gente tenía optimismo. Todo eso lo están destruyendo.
P. En ese mismo capítulo habla también de Vox. ¿Qué tiene España que aprender de la lección brasileña?
R. Decidí incluir ese capítulo en la edición española justamente por eso. Lo que ocurrió en Brasil fue un ensayo para la ultraderecha, y en todos los lugares donde está haciendo pie hay que mirar a Brasil para impedir que se repita. Y algunas cosas vemos que de hecho se repiten: el famoso veto parental de Vox es una copia de lo que hizo Bolsonaro hace diez años. Bolsonaro, los pastores evangélicos fundamentalistas, la ultraderecha brasileña, utilizó entonces los mismos argumentos y hasta los mismos bulos: hubo fotos que vi por redes y que ya circularon en Brasil. Veo que la derecha española está cometiendo el mismo error que la derecha brasileña. Le diría a Pablo Casado que se mire en el espejo de Aécio Neves, porque si hace lo mismo que Aécio Neves [exlíder y candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña], y hasta ahora lo está haciendo, va a terminar igual que Aécio Neves.
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P. ¿Dónde ve las similitudes?
R. En las elecciones de 2014, cuando perdió contra Dilma, Aécio Neves no aceptó el resultado, y a partir de ese momento se dedicó a polarizar la política brasileña a niveles que hasta entonces no se habían visto, a transformar cualquier debate en algo que partía Brasil por la mitad, y en ese camino empezó a tratar al Gobierno de Dilma, que había ganado las elecciones en buena ley, como si fuera un Gobierno ilegítimo, algo que está empezando a suceder aquí. Neves buscó aliarse con sectores de la ultraderecha que hasta entonces eran marginales —porque Bolsonaro era ese diputado loco que decía pavadas y nadie se tomaba en serio—, comenzó a llevarlos a sus mítines, a adoptar su discurso, a copiar su estética… hasta que llegó un momento que de tanto copiar era muy difícil distinguirlos. Cuando pasó esto, los electores, que habían sido convencidos por esta retórica extremista, empezaron a pensar que entre el original y la copia, se quedaban con el original. El original era Bolsonaro.
El partido de la Social Democracia Brasileña, que aunque se llame socialdemócrata es un partido de derecha y en el sistema político brasileño ocupaba el lugar del Partido Popular, gobernó dos veces y perdió cuatro elecciones en las que pasó al segundo turno; era el principal partido de la derecha brasileña. En las últimas elecciones, el PSDB sacó el 4,8% de los votos y hoy es un partido en vías de extinción. ¿Por qué? Porque se aliaron con la ultraderecha, porque se corrieron del centro, porque naturalizaron a líderes como Bosonaro y a ideas que estaban fuera del cordón sanitario. Le diría a Pablo Casado que tomara nota porque le puede pasar lo mismo. De hecho, a Albert Rivera ya le pasó.