‘Fallen Leaves’ es la nueva joya militante y ‘chaplinesca’ de Aki Kaurismäki

Fotograma de 'Fallen Leaves', la última película de Aki Kaurismäki.

Al ver el póster de Fallen Leaves es lícito echarse a temblar. Alma Pöysti y Jussi Vatanen están sentados en las butacas de una sala de cine, frente a la gran pantalla, y recordamos varios planos similares que se han ido sucediendo en los últimos años. Siempre en las así llamadas y temidas “cartas de amor al cine”, y suscribiendo en particular toda una corriente de cineastas haciendo autoficción, rebuscando en la memoria sentimental para esclarecer su vínculo con el medio. Spielberg, Cuarón, Kenneth Branagh. En las elegías de Damien Chazelle y Víctor Erice también había planos de estos. Pero Aki Kaurismäki nos sorprende. La película que ven sus protagonistas solo está ahí para hacer un guiño cómplice, y dar pie a un par de diálogos descacharrantes al abandonar la sala.

Como por ahora no conviene desvelar el título de esa película, habría que remontarse a una jugada similar en una obra que sí suscribía la moda de los directores ombliguistas —Fallen Leaves, obviamente, no lo hace—, y que se titulaba Armageddon Time. En efecto James Gray se ponía nostálgico con su última película, pero el obligatorio paso por el patio de butacas  hallaba disfrutando a su álter ego infantil de La recluta Benjamín, comedia ochentera protagonizada por Goldie Hawn. El talante anecdótico de esta elección despojaba de gravedad al acto de descubrir el cine, pues el director consideraba que había cosas más importantes. Como realizar un fresco histórico, reflexionar sobre los diversos condicionantes que llevaron a EE.UU. a una encrucijada de miseria material e ideológica.

Kaurismäki también considera que hay cosas más importantes que el cine. El director finlandés es partícipe del grado en que nuestras vidas están determinadas por el peso de la historia —así como por la letal fusión de política y economía—, con lo que Fallen Leaves (su película nº20) viene marcada por dos circunstancias ineludibles. En primer lugar, la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin, cuyos primeros compases son omnipresentes en el film a través de emisoras de radio informando sobre el conflicto. En segundo lugar, que Kaurismäki haya definido Fallen Leaves como una extensión tardía de la llamada “Trilogía del Proletariado”, compuesta por Sombras en el paraíso, Ariel y La chica de la fábrica de cerillas entre 1986 y 1990, y algo antes de que madurara su prestigio internacional.

Lo de “Proletariado”, sin embargo y en el caso particular de Kaurismäki, quizá sea un pleonasmo. Su filmografía siempre ha sido inseparable de una mirada específica a la clase trabajadora, que marcada por la empatía y el poso cinéfilo —entre Robert Bresson y Charles Chaplin, a quien Fallen Leaves cita directamente—, ha modulado un estilo propio e intransferible. El estilo de Kaurismäki, a caballo entre la retranca y la compasión, cuyos rasgos más célebres nos retrotraen al espacio urbano de Helsinki, a perdedores de pocas palabras, a pasajes musicales de géneros diversos y a perros monísimos. Todo eso está en Fallen Leaves, de forma escrupulosamente continuista, y a un nivel de depuración tal que podría recordarnos a aquel alcanzado por Yasujiro Ozu a mediados de los años 50.

Fallen Leaves, en ese sentido, no es una película tan relevante para la trayectoria de Kaurismäki como podrían haberlo sido previamente Contraté a un asesino a sueldo —por su consolidación del gag kaurismäkiano— o Le Havre —por su voluntariosa apertura a injusticias extraeuropeas—, conformándose con suponer un plácido asentamiento dentro de unas claves reconocibles. Aún así, los elementos habituales del director finlandés pocas veces han brillado con fuerza semejante, arrojados a la pantalla con serena convicción, permitiendo que respiren, y que de este modo podamos percatarnos del cine tan prodigioso y conmovedor que Kaurismäki ha ido puliendo durante más de tres coherentes décadas.

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El autor de Nubes pasajeras se muestra tan cómodo como suele en los diálogos cortantes que perfilan caracteres excéntricos, toda vez que entrañables. Resulta especialmente feliz en ese sentido la recuperación de Janne Hyytiäinen (actor de Un hombre sin pasado y Luces al atardecer) como amigo del protagonista, galán frustrado estrella de los karaokes, que asimismo simboliza la firme adscripción de Fallen Leaves a los dominios de la comedia romántica. En las comedias románticas son tan importantes los personajes secundarios como las dificultades absurdas para consumar el segundo encuentro, la arrogancia de los enamorados estando a punto de estropearlo todo, y los gestos heroicos para rematar el idilio. Todo eso está, también y ordenadamente, en Fallen Leaves.

Con un matiz importante. Ella es una cajera a la que acaban de despedir de un contrato leonino en un supermercado, él es un albañil alcohólico, y los problemas por tanto son más graves que la resignada soledad de ella o el analfabetismo emocional de él —en contra de la la alegre extroversión karaokera de Hyytiäinen, este asegura que “los tipos duros no cantan”— para poseer una escala colectiva, a la que sumar los típicos giros de destino de la comedia romántica. Todo está en contra de que Anda y Holappa encuentren la felicidad juntos, y a favor para que sus rostros hieráticos, que acusan cada una de sus derrotas, no abandonen jamás el mutismo. Y sin embargo…

Y sin embargo, las mismas condiciones materiales que los separan se acaban conjurando para que el amor tenga un hueco donde prosperar. Los amigos ayudan, las mascotas ayudan, la melancólica música de las bandas finlandesas también pone de su parte —increíble descubrimiento el del dúo Maystetytöt, tocando Syntynt Suruun Ja Puettu Pettymyksiin en la secuencia cumbre del film—, y se obra un milagro caracterizado militantemente como posible. Sin magia, ni condescendencia, solo seres humanos lidiando con su día a día y su necesidad de amar colectivamente. Porque tal es el milagro del cine de Kaurismäki: haber convertido la conciencia de clase en algo parecido a un lugar feliz. 

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