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Sin spoilers

'Una joven prometedora', cuando el violador eres tú

Santiago Alonso (Insertos)

Las reformulaciones contemporáneas de las narraciones sobre "violación y venganza", un argumento tan clásico que hasta puede encontrase en la mitología griega (Filomena y Progne), representan, al menos, un signo positivo de unos tiempos en los que se dan otras señales muy poco alentadoras. Huelga decir que dichas reformulaciones solo podían darse gracias a la lucha universal de muchas mujeres contra las prerrogativas masculinas que llevan sufriendo desde que nacieron, como la de que ellos puedan violarlas y que, a continuación, se accione a veces un mecanismo sociocultural que, de una u otra manera, acaba enmascarando los hechos delictivos o difuminando sus consecuencias para implantar un "chicas, vamos, dejadlo estar, porque si miramos a otro lado, a todos, y a vosotras también, nos irá mejor". Así, por ejemplo, se levanta y mantiene el muro macizo de silencio que con denuedo pretende tirar abajo Cassie, la protagonista de Una joven prometedora, la comedia negra dirigida y escrita por Emerald Fennell que se ha colocado en primera línea en la carrera a los Oscar.

Está claro que en las películas donde se cuentan la violación a una mujer y la posterior venganza contra sus responsables, el primero suele aparecer como el más reprobable de los actos, pero es muy revelador echar un vistazo a la evolución de las aproximaciones fílmicas a este tema. Y es que, se trate desde coartadas culturalistas —El manantial de la doncella (1960) de Ingmar Bergman— o desagradable cine de explotación —La última casa a la izquierda (1972) de Wes Craven— no dejan de estar filmadas, ¡quién lo iba a decir!, por hombres. Otra sorpresa: son los padres, hermanos o amados quienes emprendían la segunda parte justiciera. Más tarde —con La violencia del sexo (1978) o Ángel de venganza (1981), entre otras— son las víctimas quienes, tras recuperarse del ataque sufrido, llevan a cabo el violento acto reparador, pero, ¡he aquí una sorpresa más!, tampoco cambia mucho la sensación de rechazo general que pueden llegar a sentir muchas espectadoras ante estas cintas. Es algo que, por ejemplo, subraya la crítica especializada en cine de terror Desirée de Fez en su ensayo Reina del grito, donde, mientras traza su autobiografía como espectadora, habla sobre los miedos que la sociedad impone a las mujeres.

Como cabía esperar, las cosas han cambiado desde el momento en que las cineastas han comenzado a tratar el argumento. En ese sentido, la ópera prima de Emerald Fennell —actriz a quien hemos visto en series como The Crown y que escribió la segunda temporada de Killing Eve— propone con sagacidad darle la vuelta al modelo y, sobre todo, no ahorrar esfuerzos en los señalamientos. Nos va a presentar a la justiciera Cassie y su particular modus operandi contra los hombres que se disponen a saltarse las reglas del consentimiento durante las noches de fiesta en bares o discotecas, donde ella acude a cumplir su misión. Cada noche, ella finge que está demasiado borracha, y siempre suele aparecer ese caballero salvador que se ofrece a acompañarla a casa o a cualquier lugar seguro. Llegados allí, cuando el chico decide propasarse con su "salvada" semiinconsciente, Cassie descubre sus intenciones: poner en evidencia al hombre y hacérselo pagar de alguna manera…

La premisa queda fijada durante el prólogo y, a partir de ahí, se nos explicarán las causas del comportamiento de la protagonista y cómo se desarrolla una de sus acciones vindicatorias en concreto, quizás la que es clave para entenderlo todo. La gran Carey Mulligan (Una educación, Shame) construye una protagonista doliente y atormentada con un dominio de la interpretación digno de aplauso, pues la angustia que trasmite mediante miradas y gestos suministra todo el combustible a la rabia dramática del relato, mientras que el desfile de hombres y "colaboradoras" que sostienen la cultura de la violación es posiblemente lo más certero de la cinta. Entre los hombres destaca Ryan (Bo Burnham), el chico bueno que se acerca a Cassie y seguramente resulta el personaje mejor construido de todos.

Una joven prometedora, que por otro lado es una película escrita de manera bastante irregular (y cuya nominación para la estatuilla dorada a la Mejor dirección apenas tiene justificación) logra de pleno dar consistencia a la incomodidad, desdoblándola y dotándole de sentido. Para ellas el sentido es obvio, aunque también les recuerda que la sociedad, incluso en cuestiones de violencia sexual, sigue dictando qué es lo que se espera de las mujeres. A ellos, por el contrario, les va a resultar imposible substraerse a la idea, lo admitan o no, de que en el retrato de los violadores y consentidores reconocerán pinceladas de abuelos, padres, hermanos, amigos, colegas, conocidos lejanos… y quién sabe si hasta de su yo pasado o presente.

Es una pena, sin embargo, que no se termine de ajustar el tono a la combinación propuesta entre humor negro y drama, además de que en la narración acabe pesando demasiado la deliberada nebulosa explicativa sobre las venganzas de Cassei. Quizás la directora arriesgue un poco menos de lo que nos quiere hacer creer; y quizás la (¿ingeniosa?) resolución de Una joven prometedora no luzca tan moderna como pretende Fennell.

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