Festival de Almagro

Lluís Homar y Ana Belén, unos caprichosos Antonio y Cleopatra en el Shakespeare más ambiguo

Lluís Homar y Ana Belén en 'Antonio y Cleopatra', de William Shakespeare, con dirección de José Carlos Plaza.

Antonio y Cleopatra es una obra rara. Aunque clasificada a menudo entre las obras históricas de William Shakespeare, algunos la han situado más cerca de sus “problem plays”problem plays, como Troilo y Crésida, obras deliberadamente ambiguas en su tono y su género. La acción, tomada de las Vidas paralelas de Plutarco, se desarrolla 42 escenas que suponen más de tres obras de representación, y salta de Roma a Egipto, siguiendo a mensajeros y ejércitos, a lo largo de varios años. Las virtudes heroicas brillan por su ausencia, opacadas por el capricho y la traición. El amor entre los protagonistas, lejos de ser puro a lo Romeo y Julieta (aunque su final se le asemeje), está marcado por el enfrentamiento y el engaño. La obra salta desde la comedia a los parlamentos más rimbombantes, oscilando estos últimos también entre la grandeza y el ridículo. No es considerada ni una obra fácil ni la mejor de las piezas de Shakespeare, y quizás por ello no ha sido tan representada como otras. Y sin embargo es la que ha elegido el Festival de Almagro (junto a la responsable de la producción, la Compañía Nacional de Teatro Clásico) para inaugurar el certamen. Y es la que han elegido el director José Carlos Plaza, y el responsable de la versión, Vicente Molina-Foix, para llevar a escena con Lluís Homar (director de la CNTC) y Ana Belén (actriz de referencia de Plaza). Todos sabían el reto de altura al que se enfrentaban.

“Este texto se ha ido normalizando dentro de las programaciones de los teatros, pero en su día se dudaba de su naturaleza, o incluso si era un texto bueno o malo”, decía Homar en la presentación de la obra, que abría el día 1 y hasta el 4 de julio la programación de Almagro. Y la discusión continuaba incluso dentro de la compañía. “Es una obra tan difícil y tan rica”, decía Ana Belén, “que todos sabemos que el último día de función no conoceremos ni la décima parte de la profundidad y de todo lo que estos personajes son”. El escritor Vicente Molina-Foix objetaba: “La obra me parece una de las que menos dificultad tienen de Shakespeare: una cosa es su enorme riqueza verbal, que a veces el actor tiene que luchar para escenificarla, pero, antes de la tragedia, que llega, es una gran comedia”. Y Homar ponía de nuevo una objeción: “Si los géneros tienen razón de ser, la tragicomedia es lo más difícil y lo más atractivo. Llevarlo al teatro es lo más apasionante, pero no es sencillo”. Sencillo no parece. Pero lo que no quieren los creadores de ninguna manera es asustar al público, que tiene por delante 190 minutos de función (con un descanso de 15 minutos) a partir de las 22h45 de la noche. La obra viajará luego al Festival de Mérida, del 8 al 11 de julio, a la misma hora.

El alma de Antonio y Cleopatra reside en las contradicciones de sus personajes. Marco Antonio, parte del triunvirato que gobierna Roma tras el asesinato de Julio César, junto a Lépido y César Octaviano (luego Augusto), disfruta de las mieles de Oriente junto a Cleopatra. Las malas lenguas dicen que el héroe ha sido hechizado por la reina, que descuida sus labores. Y algo de razón tienen: Antonio se debate entre los deberes de Roma y los placeres de Egipto. Mientras, Cleopatra trata de mantener a Antonio en su corte, conquistándole con tretas amorosas (ahora halagos, ahora desprecios), segura de amarle más de lo que amó a César pero consciente también de las relaciones de poder que están en juego: en su cama duerme uno de los tres hombres más poderosos de Roma, y por lo tanto del mundo, y quizás el más admirado por los soldados. Lluís Homar y Ana Belén encarnan aquí a personajes que “ya no son adolescentes”, en palabras de Vicente Molina-Foix, que “se conocen cuando ya han vivido y amado”. Antonio ha dejado en Roma a su mujer Fulvia, Cleopatra ha visto de cerca la muerte de Julio César. Tanto Lluís Homar como Ana Belén, a los 64 y 70 años, pueden compartir ese momento vital, aunque los intérpretes que han dado vida a los amantes hayan sido, en otros montajes, ligeramente más jóvenes. Pese a eso, los protagonistas tienen una voluntad voluble y un humor cambiante, y parecen en ocasiones más movidos por el orgullo o la vergüenza que por cualidades más nobles.

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Por eso se ha hecho también de esta obra una lectura política. Primero, como una crítica de William Shakespeare a los gobernantes, que pierden aquí toda su altura moral. Se les describe como “grandes estrellas”, dice José Carlos Plaza, pero sus decisiones son tan mezquinas o erradas como las de cualquiera. Pero además está la dicotomía que propone el inglés: de un lado Roma, tierra de la razón, de la guerra y del deber, asociada con lo masculino; de otro lado Egipto, tierra de la pasión, el amor y el placer, asociada con lo femenino. En una crece César Octaviano, en la otra reina Cleopatra, mientras que Marco Antonio trata de decidir, con un pie en cada una, con cuál quedarse. Estas dos maneras de entender la vida quedan subrayadas por la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, que elige formas rectas y agudas para las escenas que atañen a Roma y formas curvas para las que suceden en Egipto. Lluís Homar reformula así este combate entre dos formas de ver el mundo: “¿Estamos aquí en el mundo para producir o estamos en el mundo para ser? Eso es algo que está en el fondo de esta obra”. Shakespeare no reserva un buen final para los amantes. “Creo que al final acaba triunfando que estamos aquí para producir”, dice el actor, “la razón, la determinación, el poder. Pero la humanidad somos mente y somos cuerpo. Y Egipto, ese mundo capitaneado por la emperatriz Cleopatra, es el cuerpo; cuando el cuerpo entra, entra la vida. Si no hay un encuentro entre la mente y el cuerpo, no puede aparecer el espíritu”.

Lluís Homar y Ana Belén en Antonio y Cleopatra, de William Shakespeare, con dirección de José Carlos Plaza. / PABLO LORENTE (FESTIVAL DE ALMAGRO)

Hay otro desafío en el texto al que tenía que enfrentarse la compañía: la supuesta misoginia, o no, del personaje de Cleopatra. Desde los años sesenta y setenta, la crítica feminista se ha acercado al personaje, a la que constantemente se le compara con una serpiente (símbolo inevitable del pecado original), cuando no se la trata de “puta”. “Cleopatra es manipuladora, mezquina, pero también divertida, con mucho sentido del humor, porque sabe que puede manejar a todo el mundo”, dice Ana Belén de su personaje. “Cleopatra no es solo una mujer que está pensando en la cama y el sexo, que sí, pero es una mujer con una vertiente política muy importante”. Cleopatra se dibuja como una mujer irascible, de humor cambiante e incomprensible para quienes la rodean, mentirosa y traicionera. El motivo por el que Marco Antonio pierde su batalla contra César es porque la reina, en un capricho, retira su flota en medio de la lucha... y porque Antonio decide seguirla, “hechizado”, algo de lo que luego la culpará a ella y de lo que se avergonzará. La razón por la que Antonio pierde la vida es porque su amada, en uno de sus engaños, decide fingirse muerta. Hay quienes han destacado que, en este amor, Shakespeare subvierte también los roles de género: la entrega femenina de Marco Antonio contra la manipulación y el poder masculinos de Cleopatra, que además juegan eróticamente, se nos cuenta, a intercambiar sus ropas. Por otra parte, el escritor brinda a la reina un quinto acto ya sin la presencia del héroe, en la que ella misma decide su suerte. ¿Es suficiente para el espectador de 2021? Será él, o ella, quien lo decida.

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