En conversación con Guillermo Arriaga: "Ser mexicano es hallarse impregnado de heridas históricas"

El escritor Guillermo Arriaga.

Guillermo Arriaga ha vuelto a hacerlo. El pasado mes de junio las librerías se iluminaron con su nueva novela, El Hombre (Alfaguara, 2025). Y después, en nuestras casas, el libro invadió nuestro tiempo y nuestro espacio. Ya en las primeras páginas nos preguntamos: "¿Pero esta maravilla qué es?". Y afirmamos con admiración: "Esto es una obra maestra".

Una confesión. Compré dos agujas y un ovillo de lana. Me bajé un tutorial para aprender a tejer. Voy a confeccionar una bufanda para mi hija mayor. "¿Por qué?", me preguntaron asombrados en casa. Porque necesito dejar de leer todo el tiempo la nueva novela de Arriaga. Y esto es la purita verdad.

La novela comienza con una aliteración maravillosa. "El metálico chirriar de las chicharras". Y con un asesinato en la tercera línea. "Hacía calor", adujo Jack Barley para justificar frente a su madre el asesinato de Louis Vincent". Nada se escapa al cuidado de la forma y de la trama. Sé que relee muchas veces sus novelas, aunque tengan casi 700 páginas como El Hombre. Y que cada palabra está medida, pensada y pesada. Ni un minuto de respiro, ni un punto y aparte. Incluso empezamos en la página izquierda. Como digo, la manera de contar esta historia hace que la lectura sea adictiva, frenética, obsesiva. No sé si es consciente de las sensaciones que despierta en el lector.

Claro que no soy consciente de qué sensaciones despierto. Escribir es un acto que se realiza a ciegas, sin certeza de qué podrá ocurrir después de que llega a librerías. Mi cuñada Angélica me preguntaba cuál era mi relación con mi obra, y le dije que esta relación se divide en dos momentos: cuando la escribo y cuando otros la leen. Son diferentes por completo, los lectores me hacen ver cosas que no me son aparentes cuando escribo. Me descubren temas, emociones, sentimientos de los que yo no tenía idea cuando escribía. Yo al escribir me enfoco en contar la historia lo mejor posible y reescribo y corrijo con obsesión. Al decir que reescribo, significa que transcribo, palabra por palabra, la novela completa y al hacerlo voy haciendo cambios, elimino cacofonías, busco sinónimos. Ese proceso lo hago entre 6 y 10 veces. Corrijo luego, que significa releer la novela completa y de nuevo, hacer cambios. Eso lo hago unas doce veces. Como puedes ver, es un trabajo de horas y horas.

1815, 1887, 1881, 2024, 1892, 1878. Jack Barley, Henry Lloyd, Virginia Wilde, Jeremiah, Elena y Rodrigo Sánchez, James (mi favorito), Chuy… Guillermo Arriaga nos tiene acostumbrados a novelas corales, con distintos narradores y distintas voces. Pero esta vez se ha superado. ¿Cómo se construye una novela donde todo se anticipa, pero progresa sin desvelos?

No tengo respuesta porque la novela no la planeo, la voy descubriendo sobre la marcha. Es un proceso constante de improvisación, de insertar lo que me sucede en el día a día, de dejar que la vida cotidiana se trasplante a la novela. Mantengo a mi lado listas de palabras y las ojeo para ver si alguna despierta una frase, un camino, un personaje. Es un caos que disfruto mucho y que se va ordenando a solas, como si yo tuviera poco que ver con el proceso.

Si alguien nos pregunta de qué trata esta novela, todas las respuestas serían tan pobres. Pero lo cito a usted a través de uno de sus personajes, Henry Lloyd VI, acerca de su trastatarabuelo: "Enfrentó el momento histórico más complejo, y quizás más deplorable de los Estados Unidos, aquel donde convergieron los tres pecados capitales de su fundación: la esclavitud, el exterminio de los pueblos originarios y el robo de sus tierras, y el descarado despojo de más de la mitad del territorio mexicano". He leído por ahí que esta novela es el relato de cómo se construyó el sistema capitalista en el que se sustenta Estados Unidos. Pero no me conformo.

Como son varias historias, hay temas diversos. Al releerla descubrí, por ejemplo, que es una historia de hijos con padres ausentes que a trompicones avanzan en su vida. Es también un relato de injusticias, tanto para hombres como para mujeres. Es una historia de ambiciones, de muerte, de desolación. De paternidad, de amor, de lealtades, de traiciones. Son narraciones de esclavos, de apaches, de guerras, de despojos territoriales, de disputas, de identidad. Sí, es también una aproximación al desarrollo del capitalismo americano. Y en todo ello, el parto de dos países que son cruzados por la larga cicatriz que es la frontera entre México y Estados Unidos.

¿Es El Hombre una novela política? "El éxodo incontrolable de ilegales hizo virar a los electores más y más hacia la derecha intolerante". Pura actualidad no sólo en Estados Unidos, sino también aquí en Europa. Los discursos de odio se han focalizado en los inmigrantes indocumentados. "Las termitas de la desmemoria", lo llama usted. La paradoja de los descendientes.

No puedo hablar de la relación entre Estados Unidos y México sin hablar de los migrantes. Los países del Primer Mundo, encabezados por los mismos EEUU de América e Inglaterra empujaron por la imposición de un modelo neoliberal, globalizador, por integrar las economías del mundo para poder justificar políticas extractivistas, para abrir mercado a sus productos. Quizá lo hicieron de manera inocente, pero abrir las fronteras a los mercados supone también abrir las fronteras al flujo laboral cuyo eslabón más débil son los migrantes indocumentados. Es curioso como EEUU de América e Inglaterra, los países que más empujaron por este modelo corporativista y globalizador ahora parecen arrepentirse y desean dar marcha atrás: el trumpismo y Brexit, dos movimientos que quieren devolver la economía a un proceso anterior, más cerrado y que permitía a las clases blancas trabajadoras el control de las manufacturas y las labores industriales.

Volvamos a la novela y a cómo está escrita. Capítulos con una puntuación exquisita. Capítulos sin puntuación, sin reglas sintácticas. Lejos de crear conflicto para el lector, creo estas decisiones nos acercan a los personajes. Por ejemplo, desde el primer momento me sentí muy cerca de Virginia Wilde por cómo me hablaba. En mi opinión, que cada personaje tenga su propia voz, como ocurre también con Jeremiah, es un acierto para meterte de lleno en una historia aparentemente fragmentada. El lector sabe en cada momento a quién está escuchando, por cómo nos está hablando. Me parece un gran hallazgo. 

Creo que la obligación de todo autor es escuchar a la historia y a los personajes. No imponerles nada, dejar que sean ellos quienes determinen su propio lenguaje. Sé que puede sonar esquizofrénico, pero la verdad es que es necesario que los personajes broten desde el inconsciente y no intentemos controlarlos con un sobre exceso de lo racional. Yo escribo en un estado parecido al trance, dejo que haya un libre flujo y no es sino hasta la primera reescritura (que hago cuando creo que voy a la mitad) que trato un poco de poner orden en el lenguaje que ha surgido sin pasar por la aduana de la conciencia. Quizá lo más difícil de esta novela fue hallar el tono correcto, la sintaxis, el ritmo, la puntuación y el vocabulario de cada personaje, además de que cada uno tuviera una historia personal interesante. No quería personajes "rémora" que sólo sirvieran como altavoz del protagonista, sino que cada uno tuviera un periplo único.

En Extrañas ya existió "un juego léxico". No se usaron palabras que no existieran en la época en la que transcurre esta novela. En El Hombre, todos los esclavos de Emerson y de Henry Lloyd tienen un nombre que comienza con la letra "J". Incluso sus hijos bastardos. 

Fue algo que surgió de botepronto. La idea de que sus nombres empezaran por J, como un homenaje a Jesús (debemos recordar que el Sur de los Estados Unidos está impregnado por un espíritu religioso muy acendrado) y el apellido Adams en honor de Adán. La mayor parte de los nombres de los esclavos provienen de la Biblia: Jonas, Jeremiah, James, Japheth, Jade, Jezaniah, etc. La investigación de lenguaje que hice en Extrañas me ayudó mucho para saber qué tipo de vocablos se usaban en el siglo XIX. Traté de no usar palabras "modernas" en los personajes que narran en ese siglo.

Volvemos a México. El salvaje, Salvar el fuego y ahora El Hombre. Personalmente le diré cuánto disfruto de escuchar frases como: "Los comanches eran más de echarle coco", "Nomás vinieron a batir el pulque", "Está un poquito más allá que en casa de la chingada", "Te dejé a ver si te despendejabas. Pero ni madres". Pienso: "Este Arriaga tiene en su cabeza todas las palabras de todos los idiomas españoles". Aprovecho para que le dé un abrazo a Rodrigo y a Chuy. ¿Es usted sobre todo un escritor mexicano?

Soy un escritor mexicano sin importar si escribo de Inglaterra en el siglo XVIII o Estados Unidos en 1848. Ser mexicano es más que una nacionalidad, es una aproximación cultural a ciertos temas, es hallarse impregnado por paisajes, por maneras de hablar, por gestos, por heridas históricas. Imposible desprenderse de una influencia tan poderosa, menos en mi caso en que he vivido una existencia anfibia y he podido crecer en diversos ambientes y clases sociales. Me precio de tener calle y monte.

¿Qué o quién es El Hombre?

El Hombre es Henry Lloyd, un hombre cuyo origen desconocen todos los personajes de la novela, una incógnita incluso para su biógrafo, pero que las lectoras y los lectores descubrirán cuando se enfrente a su némesis: Jack Barley.

Tres palabras latentes en El Hombre: los animales, la caza, las mujeres. Dígame otras tres palabras para cada una de ellas.

Solo puedo decir que en esas tres palabras se hallan los mayores misterios de la existencia y las claves para entender la complejidad de la naturaleza humana.

 Usted me enseñó a mirarme las manos y a saber que son las manos de una muerta. Pero mientras esté viva aprovecharé para leer sus novelas y para cumplir mi sueño de viajar a México. Espero que mientras tanto podamos abrazarnos y tener la oportunidad de presentar en Toledo su novela. Póngame una fecha.

La fecha no la conozco, pero la espero ansioso. Amo Toledo y mi última vez allá, gracias a ti, fue una gozada. Ojalá sea pronto, muy pronto.

Una pregunta de sangre. La tierra, así en minúscula, es lo único que tenemos. Y necesitamos sólo un poco cada uno. ¿Por qué nos empeñamos en regarla de desgracia? ¿Por qué seguimos creyendo en el delirio de unos pocos locos? ¿Por qué el hombre progresa, pero no evoluciona? ¿Por qué nos seguimos matando por un trozo de tierra?

Cuando cazas con arco y flecha y aguardas durante horas por días, por semanas, empiezas a descubrir cuán importante es la territorialidad para el mundo animal. Cruzar territorios que son dominio de una manada a la cual no perteneces, te puede costar, literalmente la vida. Lo he visto en los pavos salvajes, atacar sin piedad al individuo que aparece de pronto en los límites de lo que consideran su territorio. Esa territorialidad, por lo visto, se trasmina en el ser humano.

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Escribir con tres dedos

Sí: Gracias de corazón, querida Sonia, por lo que has hecho a favor de mi obra. Con todo mi cariño y mi amistad.

Fin

Hay una frase en la novela que me pausó: "Una mañana, de las muchas que tiene la vida…".  Dice Carlos Marzal: "Conviene contemplar la luz con más paciencia, brindarle una atención encandilada". Imagino a millones de lectores encandilados cada día con la lectura de El Hombre. Le doy las gracias y la enhorabuena por esta lectura enloquecida, por las 500.000 palabras impresas, de las que no sobra ninguna. Por las horas regaladas, buscadas, entregadas a esta historia. Y la envidia hacia todas las personas que aún no la han empezado.

Y como todo está en el comienzo y en la nueva luz, permítame un abrazo a Rafaela.

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