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Los diablos azules

Felipe Benítez Reyes por Felipe Benítez Reyes

El escritor Felipe Bení­tez Reyes.

Felipe Benítez Reyes

Felipe Benítez Reyes regresa en este 2018 de dos maneras distintas. Primero, con la reedición de reedición de El novio del mundo, novela de culto protagonizada por el pícaro Walter Arias, con motivo de su 20º aniversario. Pero también vuelve a la poesía cuando le separan varios años ya de la publicación de Las identidades (Visor, 2012). Ya la sombra (también en Visor) contiene nuevos versos sobre cuyo origen se interroga el escritor en esta autoentrevista. Continuamos así con esta serie, en la que han participado autores como Eduardo Mendicutti, Andrés Neuman o Teresa Gómez. Eduardo MendicuttiAndrés NeumanTeresa Gómez

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Pregunta. En más de una ocasión le he oído decir que, a su modo de ver, la poesía es un arte de juventud. Sin embargo, a sus 58 años publica un nuevo libro de poemas. ¿Le importaría explicarse?

Respuesta. No. No me importaría explicarme si tuviese una explicación, pero el caso es que no la tengo. Por lo general, uno empieza a escribir poemas en serio –es decir, con un propósito estético y no como un arrebato emocional— cuando ha dejado atrás la adolescencia. Más o menos, porque algunos se pasan toda la vida en una adolescencia lírica. La intensidad con que uno escribía esos poemas, la fe que ponía en ellos, va decayendo, lo que no deja de ser un alivio. Con el tiempo, vas aprendiendo trucos, pero es posible que la literatura no sea una cuestión de trucos, sino de magia. Los trucos se elaboran, se calculan, pero la magia es en gran medida casual. Esa magia puede simularse, aunque el experimento casi nunca sale bien.

A menos que seas muy torpe, la experiencia te hace escribir poemas impecables, pero curiosamente eso, en poesía, vale poco por sí mismo. Hay un factor imprevisible e imprecisable en el hecho de que un poema funcione. Y en esas, en fin, nos movemos: entre la impericia afortunada y despreocupada del joven y los resabios artificiosos y cautelosos del viejo. La vida es un asunto complicado.

P. ¿Tiene miedo a repetirse?

 

R. Hasta cierto punto. En esto de la escritura, cuantos más miedos se tengan, mejor, porque te hace cauteloso. Pero creo que los procedimientos retóricos permiten combinaciones prácticamente infinitas. Se han escrito millones y millones de poemas a lo largo de la historia y, salvo casos de plagio, nunca se han escrito dos poemas idénticos, al menos que yo sepa. Ese es el consuelo. Y también el vértigo, ya que sabes que las variaciones estilísticas y temáticas que podría admitir un mismo poema son infinitas, y sin embargo tienes que elegir una sola versión… A menos que decidas pasarte la vida haciendo variaciones sobre un mismo asunto, lo que no sólo es legítimo, sino también muy prudente.

P. ¿Cuándo da por acabado un poema?

R. Cuando intuyo que ya no acepta más manipulaciones y cuando noto que ha dejado de gustarme. La veteranía te susurra que resulta conveniente aburrirte cuanto antes de lo que estás escribiendo.

P. ¿Y un libro?

R. Cuando se llena la carpeta de los inéditos y hay que poner un poco de orden en todo aquello, a la búsqueda de un espejismo no de unidad, pero sí de armonía. No me gustan los libros unitarios. Prefiero los conjuntos calidoscópicos.

Un espejo en forma de diccionario

Un espejo en forma de diccionario

P. Si tuviera que elegir un verso suyo que resumiese toda su obra poética, ¿cuál sería?

R. “El tiempo es lo que el tiempo nos destruye”.

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