Tras larga noche

Mundo que abre lejanías. Antología

José Hierro (edición, selección y prólogo de Carlos Alcorta - epílogo de Javier González de Durana)

Fundación Ortega Muñoz (Badajoz, 2022)

Antes de abordar la antología Mundo que abre lejanías que ha preparado el poeta, crítico y editor Carlos Alcorta con motivo del centenario, conviene recordar que pocos escritores han encarnado en su obra, con trazo tan hondo y desgarrado, la brutal contingencia de la guerra civil como José Hierro (Madrid, 1922-2002). Así lo entienden casi todos los estudiosos del poeta.

El prefacio de Carlos Alcorta en Mundo que abre lejanías rememora el trayecto biográfico desde el nacimiento en Madrid y el temprano traslado familiar por motivos laborales a Santander. La ciudad norteña marcará la sensibilidad contemplativa del escritor y hará del mar una presencia nuclear en su poesía. Pero es el viento ártico de la guerra civil el que tiñe la realidad circundante. En agosto de 1937 el ejército franquista entra en Santander y José Hierro, que apenas ha abandonado la adolescencia, comienza la inmersión forzada en el mundo del trabajo. En la frugal economía del hogar toma el relevo de su padre, el telegrafista Joaquín Hierro, azañista y republicano, que ha sido detenido. Bajo la acusación de pertenencia a una célula clandestina, desde septiembre de 1939 a enero de 1944, José Hierro es encarcelado igualmente. Inicia su periplo de cautivo en Santander, pasa por Madrid y Palencia y tras su estancia en otras poblaciones es trasladado a Alcalá de Henares. Allí queda en libertad, pero la sombría experiencia abre en el corpus creativo una imborrable marca.

Como ratifica Carlos Alcorta, la literatura de José Hierro es un manifiesto de concordancia entre existencia y vocación poética. El primer libro, Tierra sin nosotros (1947), no soslaya los años de encierro y mantiene un epitelio de tristeza y soledad surcada. Convoca vivencias de una realidad de pasillos largos, rejas y angostos patios, como se percibe en la amplia selección de esta antología. Pero también afloran impresiones, sentimientos y paisajes; la conciencia de un regreso distinto de quien ha hecho del sufrimiento una fe de vida. El segundo libro Alegría recuerda una afirmación vital, como la evocación de un ritmo nuevo y auroral que parece un epílogo del dolor. Los ojos se abren para que los sentidos suelten amarras y perciban la luz virginal de la hermosura. La lejanía está ahí, auroral y diáfana; al alcance de la mano, dispuesta al prodigio.

Con las piedras, con el viento… (1950) mantiene una fuerte relación con el mundo natural, desde la contemplación y la interiorización del paisaje como ámbitos reflexivos. Se trata de guardar en los repliegues de lo perdurable un mundo encendido para que adquiera pleno significado y sentido. Se gesta un dualismo entre la realidad del entorno y el espacio subjetivo. La evocación trascendida marcará después abundantes composiciones de Quinta del 42 (1952), entrega que pulsa el latido de los signos mudables del tiempo. Resuena fuerte en los poemas elegidos por Carlos Alcorta la conciencia de lo transitorio, esa dicción limpia de la rememoración como mano necesaria para deshojar el pasado.

Cuanto sé de mí  (1957) suma cuatro composiciones al balance, algunas de tono celebratorio como Episodio de primavera, un poema fragmentado que aglutina existencia y cantar. En la amanecida, el instante permite capturar la belleza, habitar secuencias que apagan la penumbra y dictan pensamientos de mediodía con episodios de luz. Pero habita siempre la herida de la memoria; está en el paisaje de lugares de paso como una llaga de sombras y está en la voz sombría y crepuscular de las ausencias. Imaginación y recuerdos se superponen en Libro de las Alucinaciones (1964) que a juicio de Alcorta, marca en el ideario estético una transformación sustancial en torno al sonambulismo lírico. En él caben los mitos  y presagios que hibernaron en el devenir del hablante lírico. Agenda (1991) es un libro marcado por la diversidad; aunque sus primeros poemas comienzan a escribirse en 1975, la redacción del poemario no concluye hasta principios de los años noventa, cuando el poeta es una de las voces mayores de nuestro idioma, reconocida con numerosos premios como el Príncipe de Asturias, otorgado en 1981. En las composiciones escogidas perdura la sensibilidad existencial y el lenguaje descarnado y preciso de la introspección. Se añaden como poemas finales de la antología tres conocidos textos de Cuaderno de Nueva York (1998), una ventana postrera y melancólica, no exenta de pesimismo, como recuerdan aquellos versos inolvidables: "Después de todo, todo ha sido nada/ a pesar de que un día lo fue todo. / Después de nada, o después de todo/ supe que todo no era más que nada". Y sirve de cierre Pinos, composición no recogida en libro, un texto de 1974.

Tras el umbral

El epílogo Pasaje entre José Hierro y Godofredo Ortega Muñoz traza puentes, con la firma de Javier González de Durana, entre el artista extremeño y el poeta. La falta de conexión inicial entre el pensamiento de crítico de arte y el legado artístico provoca el arrepentimiento posterior. El merecido elogio final enaltece la comunicación emocional de los cuadros y el largo trayecto de una inteligencia creadora, personal y sensible, entre la plástica figurativa y la abstracción.

El balance Mundo que abre lejanías muestra una mirada parcial de la arquitectura lírica de José Hierro. Sondea el empeño del poeta en restablecer la quebrada armonía, más allá del dolor, y ofrecer una senda propicia a la esperanza. Entre las alucinaciones y reportajes emana la voluntad de amanecida, el suelo firme de lo diario, el laborar de sueños y pasos cumplidos.

José Luis Morante es poeta, aforista y crítico. Autor de 'Nadar en seco' (Crátera / Isla Negra, 2022).

Más sobre este tema
stats