Lo que le dijeron a Ullán
Qué me dices. Entrevistas - José-Miguel Ullán
Libros de la Resistencia (Madrid, 2024). Edición de Manuel Ferro
No es la primera vez que destaco aquí el interés y el gran valor que tienen las entrevistas, para la mejor comprensión de la persona y de su literatura, de las artes en general. Pero qué buscamos o qué puede interesarnos en un libro de entrevistas: pues, ante todo, una aclaración, un dato biográfico desconocido o curioso, la confesión de un propósito, y la opinión del autor sobre su obra o sobre algún aspecto del funcionamiento del sistema literario. Se viene repitiendo que este tipo de libros no se vende, pero teniendo en cuenta su utilidad y el placer que su lectura puede proporcionarnos, cuesta trabajo entender por qué. Por fortuna, siguen publicándose algunos excelentes, como Las voces de Quimera. Las mejores entrevistas literarias de la década de los 80 (Montesinos, 2024. Ed. de Jofre Casanovas).
En esta ocasión, aunque la mayoría de los entrevistados son escritores, no olvidemos que buena parte de los autores de ficción ha cultivado con lucidez el artículo o el ensayo (Borges, Cortázar, Octavio Paz y Valente pueden valer como claros ejemplos de esa duplicidad); o artistas (Chillida, Antonio López, Gregorio Prieto, Sempere y Tàpies). Tienen también presencia actores y cantantes, de eso que viene llamándose cultura popular, entre ellos el gran Sisa, mi preferido, por su Qualsevol nit pot sortir el sol. Tampoco faltan algunos que podríamos tachar de inclasificables, como la francesa Monique Langue, editora y autora de novelas que hoy serían tachadas de autoficción; o Borja Casani, en su momento, gestor de revistas que despertaron interés, como La luna de Madrid, con quien mantiene una interesante conversación. De alguno de ellos nos encontramos con más de una entrevista: Marguerite Duras, Octavio Paz, Gregorio Prieto, Eusebio Sempere, Tàpies y María Zambrano. Podríamos señalar los que le son afines a Ullán, bien sea por amistad personal, bien por pensamiento estético, como ocurre en los casos de Juan Goytisolo, Severo Sarduy, Octavio Paz, Valente y María Zambrano.
La conversación más antigua es la que mantiene en 1973 con Severo Sarduy, el escritor cubano afincado en París, mientras que la más reciente data de 1998, con el peruano Emilio Adolfo Westphalen, al que apenas consigue sacarle nada. La mayoría se publicó en El País, pero también hay otras destinadas a la televisión o a otros diarios o revistas.
José-Miguel Ullán (1944-2009) nació en un pueblo de Salamanca y estudió en su universidad y en París. Destacó como poeta (pueden verse las dos recopilaciones de sus versos que hizo Miguel Casado en Catedra, 1994, y Galaxia Gutenberg, 2008), periodista, crítico de arte (Los nombres y las manchas. Escritos sobre arte, Galaxia Gutenberg, 2015) y gestor cultural, mostrando un gran interés por la literatura, la pintura y la cultura popular, en un momento en que a ésta se le tenía en muy escasa consideración.
A este respecto, en la primera conversación que mantiene con Octavio Paz, comenta Ullán que tanto en México como en España "sonaría a blasfemia meter en el mismo frasco a sor Juana Inés de la Cruz y a María Félix, a Cernuda y a Jorge Mistral" (página 212). Y, en efecto, esa es la blasfemia que comete Ullán, de la que son buena prueba algunas de las entrevistas que aparecen en este libro, con El Fary, María Jiménez, Rocío Jurado (le confiesa que su trauma más grande fue no haber estudiado, página 165) o Lina Morgan, quien se muestra orgullosa de haber cambiado la estructura de la revista, género mal considerado (página 199). En México, también cayeron en esa clase de blasfemias Carlos Monsiváis y José de la Colina, por solo recordar un par de ejemplos. Por último, fue el fundador del suplemento Culturas (denominación casi copiada por el posterior de La Vanguardia), de Diario 16, dirigido por César Antonio Molina, uno de los mejores que recuerdo.
La mera elección de los entrevistados resulta muy significativa, pero, además, he tenido la impresión de que las conversaciones a la contra son más interesantes que las que mantiene con sus afines, como ocurre con Juan Goytisolo y Valente. En cambio, se muestra más incisivo con Raphael o Miguel Bosé.
Asimismo, en este libro de entrevistas encontramos comentarios reveladores o meramente curiosos, como los que formula Barthes sobre las reglas del arte (páginas 28 y 29); el repaso que le da Borges a los poetas españoles, tan caprichoso como siempre que se refiere a la literatura española, una arbitrariedad que ha creado escuela y que perdura todavía hoy (páginas 52 y 53); la opinión de M. Duras sobre lo que son poemas y sobre los textos que son o no novelas, la comparación entre Madrid y Barcelona, o cuando elige la palabra nada, como la que pudiera perdurar engrandeciendo el título de Carmen Laforet (páginas 95, 114 y 115); la crítica de Octavio Paz, siento decir que algo simple e injusta, a las galerías de arte ("el mercado no tiene ideas. Tiene intereses únicamente", páginas 231 y 232), aunque el final de la entrevista de 1985, cuando le pregunta al escritor mexicano qué vida ha llevado, resulta extraordinario (página 235); así como el comienzo de la conversación que mantiene con Francisco Umbral, a quien tacha de "amigo invariable", y en donde confiesa que habla con el "personaje novelesco" que tanto exhibió el propio autor, aunque quizás hubiera sido más interesante hablar con la persona, menos conocida, quien unas páginas más adelante, sea la persona o el personaje, cuestiona la novela novelesca (página 359); por último, en la entrevista que le hace a Valente (a quien define, con acierto, como "figura robinsoniana", amigo cercano, cuya relación se enfrió tras la andanada que Valente le dedicó a María Zambrano en el momento de su muerte), se muestra entregado, estamos en 1981, pero lo más interesante es la reflexión muy crítica, que lleva a cabo, sobre las antologías, en especial con la de Castellet y con la que Juan García Hortelano le dedicó a los poetas del 50, pues incumplían una premisa imprescindible para Valente, a saber: que "lo único que puede interesarle a un antólogo es la aventura individual del escritor", pues "el escritor nace cuando el grupo fenece", nos dice (páginas 367 y 368). Hay más opiniones de interés, pero creo que bastaría con estas.
Muchas de estas entrevistas las leí en su momento, la mayoría apareció en el diario El País, cuando las recorté y guardé. Pero el paso del tiempo, al volver a leerlas ahora, parece proporcionarles una perspectiva distinta, otro valor a cuanto se dice en estas páginas. Así, han envejecido mucho, por ejemplo, las opiniones políticas. Quizás el caso más relevante sea el de Cortázar, quien se muestra muy crítico con las ideas políticas de Borges, con razón; aunque las suyas sobre "la vía socialista", Rusia y Cuba, estamos en 1977, sean de una ceguera semejante. En un momento de lucidez, Cortázar le confiesa a Ullán: "en el plano de los esquemas políticos, soy bastante nulo" (página 85). Llama también la atención que las respuestas del autor de Rayuela casi parezcan conferencias. Otro caso, semejante y distinto, sería el de Tàpies, que comenta, con sensatez, que "el arte, en cuanto lo ponemos al servicio de una ideología (...), se vuelve mortalmente retórico" (página 337), si bien parece olvidarse de que él cayó en lo mismo, con sus carteles y cuadros al servicio del nacionalismo catalán, fiebre que él reconoce.
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Un buen libro de entrevistas, y este lo es, resulta siempre una caja de sorpresas. Abrir esa caja nos proporciona enseñanzas y placer a partes iguales.
* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.