Los diablos azules

La poesía lenta de Antonio Deltoro

El poeta mexicano Antonio Deltoro. NO USAR

Fabio Morábito

En una luminosa soledad indagadora se inscribe la poesía de Antonio Deltoro (México, 1947), que ahora por fin tenemos recopilada en este volumen de Visor [Poesía reunida (1979-2014)], con penetrante introducción del poeta granadino Juan Carlos Abril. ¿Indagadora de qué? De la confrontación del hombre con lo que lo rodea, una confrontación a menudo en el sentido más físico y elemental, donde los objetos, los animales y las plantas alcanzan una complejidad casi humana. Bien dice Juan Carlos Abril en su introducción que estamos ante una poesía que intenta “atrapar fenomenológicamente el mundo”, esto es, que empareja los distintos reinos de la creación, en un regreso a ese estupor de cuño presocrático ante la intuición de una unidad soterrada en todo lo existente.

Deltoro es un poeta tardío. Debuta a los 32 años con un volumen delgadísimo de poesía que pasó prácticamente inadvertido. No fue hasta cinco años después, con su primer libro formal, ¿Hacia dónde es aquí?, a la edad de 37 años, cuando se colocó en el centro de la atención del panorama lírico mexicano. Desde entonces la admiración por su poesía ha crecido tanto en México como en todo el ámbito de la poesía escrita en castellano, junto con el adelgazamiento progresivo de sus versos, que a partir de la extensión whitmaniana de su primer libro se han ido haciendo cada vez más breves, sin adoptar, sin embargo, ningún metro tradicional. Lo que ha permanecido sin cambios es la vigencia en su poesía de esa pregunta con la que tituló su primer libro formal: ¿hacia dónde es aquí?

Es la pregunta de un indagador, pero también de un despistado, o mejor aún, de un hombre tardío, tardío a la manera de Montale, “hombre tardío en sus actos”, y sobre esa tardanza, o lentitud, ha insistido el propio Deltoro, que ha visto en ella un rasgo fundamental de la poesía, aquello que hace de ella un asidero de coherencia frente a esta época “fragmentaria, rápida, promiscua, ruidosa”.

Lenta, pero escueta, gracias a esa velocidad oculta que le otorga su sustancia moral, la poesía se salta trancas y va directo al meollo del asunto. Es la tortuga que derrota a Aquiles, la morosidad que no es rezago sino virtud de discernimiento.

Por eso, el poeta es para Deltoro aquel que percibe más sensiblemente que los demás las limitaciones físico-espaciales de ser hombre. Como el Caeiro de Pessoa, otro poeta tardío y tal vez el faro espiritual más persistente en su obra, sus poemas elaboran una lúcida aceptación de nuestros límites y dificultades. Dificultades, no desdicha. Su poesía está libre de ese crepuscularismo tan en boga en la poesía que se escribe hoy en España, y aun cuando toca el tema autobiográfico, lo hace de una manera que lo aleja del tono confesional y le permite mirarse con maleabilidad e ironía. La suya es una poesía sobriamente entusiasta, cálida de inmediatez y circunspecta ante los sentimientos. La tardanza congénita que la anima se convierte, por virtud de contención, en paciencia de escritura. Se llega tarde a todo porque sólo así se recogen los frutos de aquello que sabe esperar; sólo el tardío llega puntual a la cita con aquello que cae. Lo dice Deltoro en este breve poema que resume magníficamente su poética y su visión del mundo:

Un árbol

Un árbol ancho,

donde no cante el pájaro,

ni las ardillas suban,

ni se esconda inquietud.

Un árbol que vaya ganando calma

como los otros altura y espesor.

Quiero plantar un árbol de silencio

El funeral de Thatcher costó a los británicos 4,1 millones

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y sentarme a esperar

a que sus frutos caigan.

*Fabio Morábito es escritor. Su último libro es 'Delante de un prado una vaca' (Visor, 2014). Fabio Morábito

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