Cultura
Paul Mason: "El infocapitalismo es una nueva forma de feudalismo"
¿En qué se diferencia el británico Paul Mason (Leigh, Reino Unido, 1960), ex periodista de la BBC y comentarista político, de otros analistas que hablan del colapso del capitalismo y del futuro de la izquierda? Una divergencia elocuente podría ser que Mason combina las tertulias radiofónicas con su participación en congresos sobre tecnología y, como ahora, con charlas en museos. El Reina Sofía le acoge durante el martes y el miércoles para un combo de conferencia, taller y presentación de un documental en torno al postcapitalismo. Ese era el centro de su último libro, Postcapitalismo, publicado en español en 2016 por Paidós. El mensaje estaba claro: el capitalismo tal y como se ha definido históricamente se ha acabado, y estamos contemplando el nacimiento de un mundo nuevo. El contenido de ese mundo nuevo, defendía Mason, está por definir (y por batallar).
Y de ahí sale quizás la diferencia fundamental entre el periodista y otros intelectuales que tratan de abrirse paso entre las brumas del futuro. Aquí, junto a los ventanales del Museo Reina Sofía, iluminados por un sol invernal, Mason pronuncia varias veces la palabra "utopía" y no lo hace de manera despectiva. De hecho, en Postcapitalismo no faltaban los referentes a socialistas utópicos como Charles Fourier, y el título del libro que publicará el próximo mayo da una idea de su línea de pensamiento: Clear bright futureClear bright future, algo así como Un futuro claro y brillante. De la misma forma, allí donde algunos ven una tecnología que distrae a los ciudadanos mientras les pone al servicio de las grandes corporaciones, él sigue viendo una herramienta empoderadora que posibilita la horizontalidad y el intercambio de conocimiento.
Tres años después de la publicación de su libro, su entusiasmo no ha disminuido. "A largo plazo, sigo siendo igual de optimista con respecto a la tecnología", dice. El futuro que anunció, construido sobre las empresas tecnológicas y basado en una nueva relación con el trabajo se puede ver, dice, "en lugares donde no hay crisis, como Corea del Sur": "Allí es como ver nacer el siglo XXI. Muchísima gente joven, todos metidos en la Inteligencia Artificial o el diseño de microprocesadores… Cuando hablo de mi tesis con gente en países como esos, lo ven claro". Pero en Occidente, con el Brexit, los ataques de Trump a los migrantes latinoamericanos o la victoria de Bolsonaro, las cosas no parecen moverse hacia el futuro, sino hacia el pasado.
Abrazar el pasado
Mason pone cara de te lo dije. "En 2015 escribí: si no rompemos con el neoliberalismo, el neoliberalismo acabará con la globalización". Es lo que ve en la ruptura entre el presidente de Estados Unidos y México —"vendrá el turno de Europa o China", advierte—, en el Brexit o en la salida de médicos cubanos de Brasil. "También dije que si las élites no pueden ver un futuro, lo que harán es abrazar su pasado. Y el pasado de la élite polaca es el autoritarismo de derechas, el pasado de la élite española es el falangismo. Pues, ¡hola! Es lo que está pasando", reivindica. En 2015, asegura, ya escuchaba a ciertos ponentes defender, en las universidades, que "China es el futuro" porque "la democracia no es tan importante como el crecimiento": "Eso es nacionalismo económico, y es lo que defienden Bolsonaro y Trump".
Esa deriva es una muestra, defiende, de "lo que pasa en la sociedad si no se reforma". Porque los Estados, critica, no han reaccionado aún al hecho de que el sistema económico ha cambiado. Mason, que ha trabajado como redactor jede de Negocios y Economía en distintos programas —antes de hacerse freelance para poder significarse políticamente, algo que no está permitido a los periodistas de la radiotelevisión pública en Reino Unido—, insiste en que el capitalismo actual no es tal cosa, sino un postcapitalismo. "Vemos el auge de unos monopolios digitales en una escala que habría sorprendido a los monopolistas estadounidenses de la era Roosevelt", señala.
Las compañías chinas Tencent y Alibaba, explica, no compiten entre sí, porque el Gobierno les asigna sectores distintos. Si los más jóvenes eligen abandonar Facebook para irse a Instagram, se mueven dentro del mismo conglomerado. "La competición, por supuesto, siempre crea grandes compañías, por las fusiones y adquisiciones, pero el diseño de monopolios sustentados por los Estados –porque eso es lo que es Facebook— suprime la innovación y la capacidad de elección del ciudadano". El mismo funcionamiento de esta red social, defiende, va más allá del capitalismo: "La compañía ha fallado tanto que, si fuera una verdadera empresa capitalista, los accionistas echarían a Zuckerberg. Pero no pueden. El infocapitalismo es una nueva forma de feudalismo, donde nadie puede derrocar al rey".
El nuevo "calamar vampiro"
¿De verdad es esto una nueva forma de capitalismo? ¿No es un capitalismo más salvaje? Mason no lo cree. Ve dos diferencias esenciales. Primero: una gran parte de estas compañías no ofrecen un nuevo producto o servicio, sino que "extrae las rentas económicas" de una actividad preexistente. Es el caso, explica, de empresas como Airbnb o Uber —pero también sitúa cerca a Facebook, que crea negocio de "la industria de la amistad"—. "El infocapitalismo me resulta repugnante, no es innovador", critica. "El periodista Matt Taibbi llamó a Goldman Sachs un 'calamar vampiro'. De algún modo, compañías como estas son iguales". La segunda diferencia esencial es que buena parte de estas compañías buscan sacar rédito de la "identidad digital", de la propia existencia de sus usuarios y la información que generan.
Frente a lo que Mason ve como nuevos enemigos, propone soluciones que algunos consideraran radicales —él se define, por cierto, como un "socialdemócrata radical"— pero que él ve completamente posibles. Primero, "fragmentar los monopolios digitales siguiendo las leyes de cada Estado": "Podría haber una sola interfaz de Facebook, pero diez empresas detrás para darte ese servicio", reivindica, igual que alguien puede elegir entre guardar su dinero en uno u otro banco. Segundo, nacionalizar parte de estas empresas: "Podríamos nacionalizar una capa de Facebook. La gente dice que estoy loco, pero se podría hacer fácilmente. Y va a haber que subir las apuestas sobre esto". Tercero, conservar la identidad digital fuera del alcance de las compañías, pero también de los Estados. ¿Cómo? "Barcelona se mueve hacia eso", explica. "Francesca Bria [comisionada de Tecnología e Innovación Digital del consistorio] lo ha entendido: la respuesta es crear un registro público de identidad digital que no pueda ser poseído por nadie, cosa que se logra con el blockchain".
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¿Pero no sonará esto lejano para la mayor parte de la gente, ocupada en tener acceso a la vivienda y encontrar un trabajo que le aleje de la precariedad? Mason coge aire y saca a relucir todas sus dotes de comunicador para conquistar a los hastiados: "Estamos viviendo en un periodo de colapso. La razón por la que tienes que tener tres trabajos para ganar 500 euros al mes es porque el sistema no funciona. La respuesta tiene que encontrarse de manera sistémica, colectiva, con arreglos sociales. Pero no podemos volver atrás, sino avanzar hacia otra cosa. Lo que le digo a la gente es que vivimos en una sociedad con una euforia tecnológica y una condena económica. Las compañías tecnológicas pueden decirte lo que sus industrias harán en los próximos 10 años, pero no lo que pasará en su país en los próximos 12 meses". Ante eso, Mason propone una economía de cooperativas y, sobre todo, unas administraciones que apuesten por esta "forma de capitalismo diversa y socialmente justa". ¿Y es eso posible? "Solo necesitamos un Gobierno que diga no a los monopolios".
Entonces habla de cómo Podemos, Barcelona en Comú, Ahora Madrid y Adelante Andalucía han logrado "ir de la calle a la política sin perder la calle", y que lo siguiente es "convencer al centro", con una referencia a la hegemonía gramsciana. Un momento: ¿ahora habla del futuro, del presente o del pasado, con esos pronósticos de junio 2016 que daban el sorpasso a Podemos en las elecciones? "Incluso si muchos en la izquierda española son negativos, han dado el primer paso", insiste. Habrá que revisar sus pronósticos de nuevo dentro de tres años.