Cómic

Retorno al tebeo

Retorno al tebeo

Una de las cosas buenas que tiene esto de escribir reportajes es que te permite reconstruirte. Me explico.

Buscando un tema para el texto de hoy, caí sobre un libro, Raf. El 'gentleman' de Bruguera. Y me acordé de Sir Tim O'Theo, un fijo de mi infancia lectora. Por supuesto, en aquel entonces la personalidad de su creador no me interesaba lo más mínimo, pero ahora… ¿Quién diablos era ese tal Raf?

"Es uno de los grandes de la llamada 'Escuela Bruguera', como Francisco Ibáñez, Vázquez, Escobar y tantos otros. Creó personajes todavía hoy recordados como Sir Tim O'Theo, su mejor creación en esa editorial", me explica Canyissá, autor de la obra –publicada por Amaníaco Ediciones—. Esto ya basta para interesarse por él. Pero en lo poco que se había escrito sobre la vida de Raf había algo que me impulsó a investigar: al poco de empezar su carrera entró a formar parte de Bruguera, la mayor editorial del país, y cuando empieza su trayectoria, les abandona al cabo de tres años y arranca su aventura internacional. Me intrigaba averiguar los motivos de esa salida…".

Como todas las biografías con fundamento, la de Raf, en la vida civil Joan Rafart, no es un mero recuento de sus avatares personales: aquí se retrata a toda una generación.

"Aunque me centre en Raf, me interesaba contar otras historias que están alrededor. Por ejemplo, explicar la forma de trabajar en Bruguera, las reivindicaciones salariales de los dibujantes y la poca comprensión que en aquella época se tenía con los dibujantes. La exigencia era producir y producir, pero ellos eran artistas, aunque en la mentalidad de la época era imposible reconocerlo. Otra historia que he querido retratar es el de las agencias de distribución de cómics, que fueron muy importantes en nuestro país porque permitieron a los dibujantes trabajar para el extranjero a través de estas empresas intermediarias. Y también se habla por supuesto de la lucha de estos autores por el reconocimiento de su obra, de sus derechos sobre los personajes que habían creado, para que les pagaran por las reediciones, que les devolvieran sus originales… Cosas que hoy nos parecen evidentes y antes no eran así".

"Las condiciones de trabajo y los contratos eran los que eran, lo cual motivaba que hubiera autores que, descontentos, marcharan de una editorial a otra o montaran la suya propia —me dice otro Jordi, Coll, el editor—. Es lo que había, pero como mínimo, creo que había más oportunidades para trabajar como dibujante que ahora. Lo que los hacía únicos es que eran unos autores todoterreno, con una imaginación y una capacidad creativa sorprendente. Se adaptaban a lo que fuera y podían estar publicando a la vez en varias revistas con distintas series y personajes."

Cuéntame...

Le pido a Manuel Barrero, presidente de la Asociación Cultural Tebeosfera (ACyT), que me cuente la aportación de la “Escuela Bruguera”.

"Paradójicamente, fue la construcción de una identidad desde el exterior, porque no hubo una escuela estilística con matices y características singulares que impusiera el propio sello, o sea, los editores. Las cualidades estilísticas las fueron incorporando los autores, primero siguiendo una estética heredada de los dibujos animados de Disney (bajo la batuta artística de Cifré) y luego del slapstick (de lo que participó Cifré pero sobre todo Vázquez). Otros grandes autores del periodo, como Jorge o Peñarroya, que eran excepcionales, nada tenían que ver estilísticamente con los primeros, y no digamos ya Giner". 

Señala Barrero que el concepto de "escuela" fue adoptado por consenso entre los lectores y coleccionistas que ven en los productos de Bruguera "un modelo diferente de tebeo al conocido antes de los años cuarenta: más desinhibido, más cercano al pueblo llano, más abierto a reconocer las asperezas de la cotidianidad y por supuesto abierto a emociones en absoluto ligadas a la infancia, como el suspense, el terror o la sátira. En definitiva, tanto Pulgarcito como El DDT o Tío Vivo fueron tebeos que querían dirigirse a todo el espectro social, no solo a los niños, como equivocadamente se ha considerado durante muchos años".

Sigue Barrero contándome que en los años treinta varios editores habían intentado abrir las páginas de sus tebeos a públicos diferentes del niño, "no fue el caso de TBO pero sí fue el caso de La Risa, del sello Marco. Y hubo más. La guerra truncó todo aquello". La que evoca es una historia de dibujantes y editoriales que es la nuestra como país, no siempre bonita. Con un colofón: "¿Su gran aportación? El convencimiento de que con historietas se podía transmitir la desafección por un statu quo, que se podían liberar tensiones carcajeándose de uno mismo, y también que se podía construir un dramatis personae variopinto que sintetizaba el pueblo español, de un bando o del otro, en prototipos aún válidos, como el tiempo ha demostrado".

"Utilizaban personajes fijos que ridiculizaban estereotipos sociales a partir de los cuales estaban atacando al sistema de valores del régimen", completa Pablo Vicente Damas, periodista estudioso del cómic. "Gente como Escobar, Jorge, Peñarroya... se burlaban de la estructura familiar que ensalzaba la propaganda del Movimiento, de la hipocresía y la violencia que regulaban las relaciones humanas (en la familia, el trabajo, el ocio...), hablaban de pobreza, de estraperlo, de la frustración sexual...".

El legado

Me recomienda Borja Crespo, director, productor cinematográfico, escritor, ilustrador e historietista, que para conocer la manera de trabajar en Bruguera, lea El invierno del dibujante, de Paco Roca, "que retrata y reflexiona sobre un pasaje importante en la historia del cómic español". El propio Canyissá colaboró en otra obra de recuperación fundamental, El gran Vázquez, la reivindicación de un enorme talento acosado por su personalidad y las estrecheces de la época. "Ibáñez ha tenido un gran reconocimiento del público porque sigue siendo el autor que más libros vende en este país gracias a Mortadelo y Filemón —me dice—. Pero hay muchos otros autores que, en otro país habrían sido clásicos indiscutibles del noveno arte y hoy tendríamos varios libros recogiendo su obra. Aquí no". Si acaso, su obra vive en quienes siguen sus pasos. "Abrieron puertas hoy transitables. Muchos autores de nuevas generaciones los citan, porque son parte de nuestra memoria como lectores y su influencia se puede confesar con orgullo".

Se encuentra, dice Pablo Vicente, en revistas y fanzines de humor, en El Jueves, Orgullo y Satisfacción, Malavida, Amaníaco... "Seguimos viendo los personajes estereotipados y la intención de que sean un reflejo exagerado y crítico de nuestra sociedad. Por ejemplo, donde antes teníamos a una Petra, criada para todo, con la que podíamos identificar a una joven de provincias que tenía que buscar trabajo de chacha en las ciudades, ahora tenemos (o teníamos) a Bernardo Vergara dibujando Los ilegales, una serie sobre inmigrantes sin papeles que tenían que sobrevivir lejos de su país de origen. Manel Fontdevila ha continuado esa tradición de hacer historietas protagonizadas por familias con La parejita".

Perdonen, caballeros que les interrumpa, pero...

Será que tras lo sucedido en Angulema está una con la susceptibilidad subida, pero resulta curioso que en toda esta conversación no salga ningún nombre femenino. Jordi Canyissá lo explica: "El modelo de historietas de Bruguera arranca en plena postguerra franquista. Eso quiere decir que es fiel a su tiempo. En la década de 1950 no hay autoras de cómic simplemente porque el franquismo presentó a la mujer como alguien con vocación de madre y de ama de casa servil".

Sin embargo, los años pasaron y las cosas cambiaron. "Hubo muchas dignas de mención. Pero esa mención apenas se hizo entonces, apenas se hizo después y apenas se hace ahora", nos dice Manuel Barrero, con la seguridad que da el haber echado cuentas. "Según la base de datos de Tebeosfera.com ha habido 1.077 mujeres nacidas en España y dedicadas a la ilustración infantil o la historieta. Posiblemente haya más, pero ¿quién se acuerda de la mayoría? Por ejemplo, de las 260 guionistas que tenemos localizadas, ¿quién recuerda a Regina Opisso, Ana María Rodríguez –Anita–, María Sabatés, Carmina Verdejo y todo un ejército de guionistas de tebeos de cuentos de hadas o de romance utópico? Gracias a que los tiempos cambian y ha sido homenajeada la labor de algunas, como Rosa Galcerán o Purita Campos, pero queda mucho trabajo por hacer".

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¿Por amor al arte?

Precisamente la ACyT tiene algún proyecto al respecto, pero como casi siempre, la reivindicación del papel de la mujer la han tenido que hacer las mujeres.

"En línea con una de las principales cuestiones que trabajamos desde el Colectivo de Autoras, la herstory del cómic español, creemos importante que se debata e investigue en torno a la labor de esas mujeres invisibilizadas —afirma Elisa McCausland, periodista que divulga, delira y critica sobre cómic, cine y feminismo—. Mujeres que no lograron ese mismo espacio en el imaginario colectivo porque su labor tenía que ver con trabajos menos visibles, como el guión o la edición". Y cita a Montse Vives, guionista y editora, o a la directora editorial Ana María Palé. A Trini Tinturé, "que entró en Bruguera en los sesenta, lo que le permitió acceder al mercado europeo", y a Montse Clavé, "una de las autoras de cómic clave de la Transición por su compromiso feminista".

No son las únicas. Y lo aquí relatado no es todo lo que mis interlocutores me contaron, quedan muchas cosas en el tintero. Así que Continuará…

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