FESTIVAL DE LAS IDEAS
Este artículo pertenece a la serie Festival de las ideas, en la que reflexionamos sobre las distintas formas de cohabitar en el mundo y relacionarnos. Otras entregas:
Las emociones son constantes en nuestras vidas, aunque no siempre son recibidas de la misma manera. En algunos espacios, como el trabajo, se espera que las dejemos de lado. En otros, como la crianza o las relaciones personales, se consideran esenciales.
La expresión “giro afectivo” hace referencia al impulso que han tomado las emociones tanto en la vida cotidiana como en el ámbito académico. Este interés por los sentimientos deriva, para pensadores como Javier Moscoso o Fernando Broncano, de la comprensión de que las conductas humanas, tanto individuales como colectivas, no pueden explicarse sin atender a factores emocionales.
Como explica Broncano, catedrático de filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid y futuro ponente en el Festival de las Ideas, desde el feminismo se ha cuestionado la exclusividad de la razón, dando valor a lo corporal, los afectos y los cuidados. A esto se suma el trabajo de la psicología y la neurociencia, que ya no ven las emociones como un obstáculo para pensar, sino como una base esencial para procesos como la memoria, el juicio o la empatía: “Las emociones son muy sabias, también se equivocan, pero permiten todas las demás facultades psicológicas”.
Las emociones se han convertido en una herramienta clave tanto para movilizar a la ciudadanía como para polarizarla
Este protagonismo de lo emocional ha alcanzado también el ámbito político, donde sentimientos como el odio, la ira, la compasión o la solidaridad tiñen continuamente los discursos. Las emociones se han convertido en una herramienta clave tanto para movilizar a la ciudadanía como para polarizarla. ¿Qué lugar deben ocupar los afectos en la esfera pública?, ¿Son una vía legítima para conectar con las demandas sociales o un recurso fácil para manipular? ¿Pueden ser motor de justicia y al mismo tiempo justificar el autoritarismo?.
En las últimas décadas, el modo en que se construye y se comunica la política ha experimentado una transformación profunda. El debate público, antes centrado en la argumentación y la deliberación racional, ha ido dejando espacio a lo emocional.
La política actual es consciente del poder que tienen las emociones, pues, como explica Broncano, “las reacciones de malestar son muy importantes”. Ese malestar ha influido mucho en el siglo XX y en muchos movimientos posteriores como la crisis económica de 2008 o el 15M. “Parecía que la democracia no admitía la expresión del malestar, y ha sido muy positivo que se empezara a pensar que la política tiene también un nivel conflictivo en el que la gente tiene que expresarse”, explica el filósofo.
Frente a lo positivo de reconocer y dar espacio a las emociones de la ciudadanía en política, surge la problemática de su instrumentalización. Autoras como Eva Illouz han reflexionado ampliamente sobre cómo los líderes explotan sistemáticamente emociones para consolidar su poder. En el caso de Israel, en La vida emocional del populismo (2023), la socióloga habla de cómo el discurso político está guiado por emociones como el miedo, el asco, el resentimiento o el amor a la patria. Estas sirven para justificar medidas autoritarias y llenas de violencia.
En una línea similar, Sara Ahmed ha analizado cómo las emociones circulan en el espacio público para reforzar vínculos de pertenencia y exclusión. En La política cultural de las emociones (2004) muestra cómo afectos como el miedo o el odio no son reacciones individuales, sino herramientas que construyen identidades colectivas y legitiman prácticas de poder.
Cuando no se pueden aportar razones suficientes, se recurre a los sentimientos
Javier Moscoso, filósofo y director de contenidos del Festival de las Ideas, relaciona este protagonismo emocional con “el resurgir de nuevos populismos de cualquier signo político, donde la decisión o la forma de control social no se establece en función de criterios racionales, sino que puede haber incluso chantajes emocionales, ya sea a través de políticas del miedo, de señalamiento, de persuasión…”
Esta instrumentalización y uso de las emociones como herramienta política no es algo nuevo. Ya en la Grecia clásica, las emociones eran estudiadas y tratadas como un componente esencial de la retórica. “Formaban parte del arte de persuadir", explica Moscoso: “Cuando no se pueden aportar razones suficientes, se recurre a los sentimientos, a la convicción individual, a la movilización anímica de quienes nos rodean. La emoción, en ese sentido, es una herramienta para convencer, más que para argumentar”.
“Las emociones son una caja de Pandora: es fácil sacarlas y movilizarlas, pero luego no sabes lo que va a ocurrir”. Así describe Moscoso la peligrosa interacción entre lo afectivo y lo político. Los argumentos o acciones basadas en lo afectivo nacen “de la convicción privada, no desde la evidencia disponible”, por lo que “el despliegue emocional” se convierte en una estrategia muy efectiva si lo que se busca es la “instrumentalización de las emociones públicas”, pero peligroso en cualquier otro caso. Por ello afirma: “Deberían volver al ámbito del que no debieron salir nunca, el de la reflexión privada, el comportamiento privado pausado y guiado por el juicio racional”.
Las emociones han adquirido tal importancia que a veces se anteponen a la reflexión, el análisis o los procesos legales. Los linchamientos mediáticos en prensa y redes sociales son un claro ejemplo de ello, donde la condena emocional llega antes de que se complete el proceso judicial.
Las emociones han adquirido tal importancia que a veces se anteponen a la reflexión, el análisis o los procesos legales
Como recuerda el director de contenidos del Festival de las Ideas, a pesar de que las emociones tienen un gran poder de movilización y de acción en la ciudadanía, estos sentimientos pueden estar motivados por las razones equivocadas. “No es lo mismo tener esperanza en lograr un futuro más igualitario o una sociedad mejor distribuida que tener esperanza en acabar con un grupo social entero”, advierte.
Esta “peligrosidad” se extiende a todos los sentimientos. Moscoso lo ejemplifica con la desvergüenza: una emoción que se ha reivindicado desde el feminismo —perder la vergüenza a denunciar, tratar de cambiar el miedo de bando— y que al mismo tiempo convive con “la desvergüenza de Trump o de la derecha”.
No es posible “meter las emociones de nuevo en la caja (de Pandora)”, como dice el filósofo, “están ahí, es imposible evitarlas”. Con ello no quiere decir que tengamos de rehuir de ellas, pero sí considera crucial que no sean la base de nuestros juicios y nuestras acciones: “No pueden ser el motor de la política”.
Moscoso señala que “las emociones hay que tratarlas con cuidado, sirven para muchas cosas” y reconoce que hay algunas muy positivas, como el sentimiento de justicia o el amor, que es un sentimiento “claramente igualitario”. Sin embargo, advierte que “se salvan las personas y se salvan los fines”, pero no las emociones en sí mismas, pues estas pueden ser usadas para propósitos muy diferentes, incluso contradictorios.
A pesar de los riesgos y aspectos negativos que puede implicar el papel de las emociones en la política, hay quienes aseguran que es imposible separarlas, pues forman parte del comportamiento humano. Para Broncano, este vínculo no solo es inevitable, sino irreversible: “En adelante, todas las líneas políticas, desde los activismos cotidianos hasta los partidos, tendrán que apelar a las emociones”.
“La apelación a las emociones ha venido para quedarse, ahora tenemos que aprender a gestionarlas, a educarlas; convertir la política en hornos educativos de las emociones, que nos permitan transformar el odio en formas de solidaridad y tolerancia”, afirma, y añade: “La política de los próximos años se va a hacer más interesante en la medida en que aprenda a tener una concepción mucho más compleja de las emociones de lo que hay ahora, donde prevalece lo binario”.
Hay que convertir la política en hornos educativos de las emociones, que nos permitan transformar el odio en formas de solidaridad y tolerancia
Y es que para este filósofo, existe un gran “potencial emocional” en nuestra sociedad: formas de solidaridad y cuidado que surgen con fuerza en momentos de crisis. Como señala Broncano, estas emociones positivas —la fraternidad, la empatía, la esperanza— son centrales en la vida social, aunque a menudo quedan fuera del foco público.
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Si bien la presencia de las emociones ha traído consigo aspectos positivos como la expresión del malestar ciudadano, Broncano no quiere olvidar que también ha generado polarización y simplificación del debate político. Por ello, aboga por recuperar cierto nivel de racionalidad y reflexión en la política: “Hay que encontrar medios para introducir de nuevo cierta racionalidad en el debate político”.
En el debate sobre las emociones en política, no todo es blanco o negro, existen múltiples tonos de gris que enriquecen la reflexión. Esta complejidad es lo que busca celebrar el Festival de las Ideas: un espacio donde la discrepancia no sólo es bienvenida, sino fundamental y celebrada. Moscoso, como director de contenidos del festival, afirma que el objetivo de las conversaciones que tendrán lugar entre el 18 y 21 de septiembre no es “convencer al otro”, sino permitir que cada quien aporte sus razones para discutirlas en conjunto.
Valerio Rocco, director del Círculo de Bellas Artes, añade que el festival pretende ser un espacio de confrontación sosegada, civilizada y argumentada, que huye de los extremos y de la lógica del “zasca” o el rifirrafe fácil que domina tanto las redes sociales como algunas sesiones parlamentarias. Rocco subraya que la ausencia de argumentos y la falta de voluntad para entender al otro están cada vez más presentes en la esfera pública, y es precisamente la recuperación de la confrontación respetuosa y el debate plural, lo que el festival busca fomentar.
Las emociones son constantes en nuestras vidas, aunque no siempre son recibidas de la misma manera. En algunos espacios, como el trabajo, se espera que las dejemos de lado. En otros, como la crianza o las relaciones personales, se consideran esenciales.
Este artículo pertenece a la serie Festival de las ideas, en la que reflexionamos sobre las distintas formas de cohabitar en el mundo y relacionarnos. Otras entregas: