Inmortalidad digital: la promesa de no desaparecer del todo que está transformando el duelo
La tecnología nos ha obligado a repensar muchos aspectos de nuestra vida: el trabajo, la educación, las relaciones personales, la forma en la que buscamos y compartimos información... Pero su alcance va más allá. Actualmente, también media nuestra relación con la muerte.
Hoy en día, nuestro legado no se reduce a las posesiones ni al recuerdo que sobreviva en quienes nos quisieron: si hemos tenido una mínima presencia en internet, el día en que muramos dejaremos también una huella digital. ¿Podemos entonces decir que no morimos del todo? ¿Es esta persistencia virtual una forma de inmortalidad digital?
Las tecnologías digitales están siendo diseñadas para reforzar una negación cultural de la muerte, que por lo menos en Europa comienza en el siglo XIX
La búsqueda de la inmortalidad es probablemente tan antigua como la propia humanidad. Raquel Ferrández, profesora de filosofía en la UNED y experta en filosofía india clásica y contemporánea, habla en Inmortalidad Digital. Colonizar el Planeta Muerte (Editorial Herder, 2025) del concepto que da nombre a su obra. La inmortalidad digital se refiere a la persistencia de nuestra identidad en el entorno virtual tras la muerte, a través de los contenidos que dejamos en redes sociales, aplicaciones, plataformas y bases de datos. Imágenes, pensamientos, mensajes o interacciones que, aunque hayamos desaparecido físicamente, siguen circulando y conformando una presencia digital.
Hemos derrotado al olvido
Suele decirse que la tecnología nos trae desafíos nuevos, pero para Ferrández muchos de los problemas que nos plantea son muy viejos. “Las tecnologías digitales están siendo diseñadas para reforzar una negación cultural de la muerte, que por lo menos en Europa comienza en el siglo XIX”. Para la filósofa, se pasó de una “exaltación romántica de la muerte” a su completa negación: “La muerte está cada vez menos presente en nuestras vidas; está lejos de las casas, es algo que transcurre en la periferia, y las herramientas digitales refuerzan esta negación”. Denuncia, además, cómo la industria digital de la inmortalidad busca “reemplazar lo irremplazable”: “Impedir la ausencia, suprimir el duelo, satisfacer el horror a la desaparición propia y ajena”.
En un tiempo en el que se proyectan utopías tecnológicas que apuestan por la inmortalidad digital, Cristina Consuegra, gestora, programadora y comisaria cultural, recuerda que la muerte es precisamente lo que dota de sentido a la experiencia vital: la finitud nos hace responsables ante la vida y ante los otros. Sin embargo, en la era digital, empieza a insinuarse una idea inquietante: la posibilidad de derrotar al olvido.
Cuando un ser querido nos deja, ya no son solo los recuerdos y sus pertenencias lo que quedan tras él. Fotos, vídeos o publicaciones en redes sociales le sobreviven. "Esa acumulación pervierte nuestra relación con la memoria", advierte Consuegra. Ya no se trata de recordar desde la ausencia, sino de acumular contenido. Y esa lógica, basada en guardar sin límite, transforma también nuestra forma de vivir el duelo y de enfrentar la pérdida.
Un cambio en la experiencia del duelo
Grandes compañías tecnológicas han convertido el miedo a la pérdida en un modelo de negocio. Aprovechando nuestra dificultad para aceptar la falta definitiva, ofrecen —a menudo a precios desorbitados— servicios que prometen mantener “presentes” a nuestros seres queridos tras su muerte. Mediante inteligencia artificial, crean avatares o chatbots entrenados con datos personales, mensajes, audios y fotos del fallecido, capaces de simular su voz, su forma de escribir e incluso ciertos gestos. Todo ello para que no necesitemos despedirnos del todo.
Esto pone en jaque al duelo al que estamos acostumbrados
Ferrández habla de una “forma activa de mortalidad” que va más allá de una simple permanencia pasiva en el entorno digital. En este nuevo escenario, el difunto “permanece de forma bidireccional”: no solo está presente, sino que puede simular conversaciones, emitir opiniones o responder como lo hacía en vida. “Esto pone en jaque al duelo al que estamos acostumbrados”, advierte la autora. Todo proceso de duelo parte de la aceptación de una pérdida irreemplazable. Pero si existe un chat que reproduce su voz o sus palabras, la ausencia se difumina. No hay silencio, ni vacío. En palabras de Ferrández, se trata de una “negación muy sofisticada de la muerte”: una tecnología que nos permite, con apariencia de consuelo, “negar al muerto en tanto muerto”.
El duelo está altamente vinculado a la ceremonia y a lo ritual, y es capaz de reforzar lazos entre la comunidad, según explica Consuegra. Este proceso va acompañado de una presencia inevitable del dolor, un dolor “con el que hay que relacionarse, dejar que escueza, que penetre… para después superarlo”. Las tecnologías están dinamitando este dolor, no dejando que transitemos la experiencia y el dolor de la ausencia.
La humanidad siempre ha encontrado formas para recordar a nuestros muertos, el problema que ve Ferrández es que a día de hoy el recuerdo que nos puede ofrecer la tecnología está basado en la “datificación extractiva de experiencias humanas”. Para la filósofa no es lo mismo “que tu madre te haya dejado unas cartas por escrito a que tus datos estén en redes sociales o en una aplicación”. El problema es que no tenemos el control de los datos que están en manos de las compañías tecnológicas, los usuarios no conocen el tratamiento que se les da, no hay transparencia. “Los difuntos están sirviendo como cebo para seguir datificando vidas humanas, para seguir atrayendo tráfico”, defiende.
La inmortalidad digital está dirigida desde el actual tecnocapitalismo, que se apoya en procesos deshumanizadores
Para Cristina Consuegra, la diferencia entre las antiguas formas de trascender al tiempo y la llamada inmortalidad digital reside, sobre todo, en la intención. Mientras que los monumentos funerarios o las construcciones dedicadas a honrar un hecho histórico nacen de un impulso profundamente humano —el de recordar, rendir homenaje—, la inmortalidad digital responde a lógicas muy distintas. “Está dirigida desde el actual tecnocapitalismo —afirma—, que se apoya en procesos deshumanizadores y trata de echar abajo todo lo humano y toda su actividad”. No busca preservar la memoria, sino “seguir alimentando la máquina” de los datos, seguir acumulando y formando parte de esta economía que beneficia a las empresas.
Lo que queda de nosotros
El transhumanismo —con su promesa de trascender los límites biológicos del cuerpo humano— encuentra un eco inquietante en la idea de inmortalidad digital. Pero, como advierte Consuegra, lo que permanece de nosotros tras la muerte en plataformas digitales no es exactamente “nosotros”, sino una versión intervenida y adornada de lo que fuimos. Una memoria filtrada por algoritmos que premian el agrado y castigan la ambigüedad. “Me parece aterrador porque al final nos podemos encontrar con unos restos de una falsa humanidad”, señala.
Me parece aterrador porque al final nos podemos encontrar con unos restos de una falsa humanidad
Esta “construcción del yo para las redes” se ve constantemente moldeada por lo que Remedios Zafra ha llamado “ojos-pantalla”: una mirada digital que nos observa, nos mide y condiciona nuestras decisiones más íntimas. Incluso la forma en que deseamos ser recordados queda atrapada en esa lógica. Consuegra insiste en la necesidad de tomar conciencia de la finitud, de asumir la existencia de una muerte física que hoy convive con una inmortalidad digital, profundamente intervenida por las corporaciones tecnológicas. Cree que si fuéramos realmente conscientes de la huella que dejamos en el entorno digital, actuaríamos de forma distinta en las redes sociales. Porque, a diferencia de la memoria real, la memoria digital es intervenible, editable y fácilmente manipulable. Lo que permanece no siempre es fiel a lo vivido: puede convertirse en un relato distorsionado.
La inmortalidad digital en el ‘Festival de las Ideas’
Ambas profesionales consideran necesario un debate reflexivo sobre cómo usamos las tecnologías digitales, no para demonizarlas o posicionarse en contra de ellas, sino para pensar en conjunto en qué circunstancias, para qué usos, en qué medida las necesitamos o las estamos sobreutilizando. En este marco, mantendrán una conversación titulada Muertos en la vida y vivos tras la muerte: paradojas de la digitalidad incluida en el Festival de las Ideas, que se celebrará entre el 18 y el 21 de septiembre en Madrid.
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Estos debates no son negativos, ni para la sociedad ni para la tecnología, según explican, al contrario, son necesarios. En la conversación sobre la inmortalidad digital se unen dos necesidades: reflexionar sobre la muerte y el sentido de la vida, y sobre el peso de las tecnologías en estos procesos.
Este es solo uno de los temas que abordará el Festival de las Ideas, organizado por el Círculo de Bellas Artes y La Fábrica. Esta segunda edición apuesta de nuevo por sacar el pensamiento a la calle, acercando la filosofía, el arte y las ciencias sociales al público general. Bajo el lema Laberintos, el festival propone reflexionar sobre los extravíos y las encrucijadas de nuestro tiempo: desde los laberintos geopolíticos y digitales hasta los de la ética, el deseo, la identidad o el lenguaje.
“Queremos explorar no solo los espacios en los que nos perdemos, sino también los que nos ofrecen refugio”, explica Marcela Vélez, directora ejecutiva y de contenidos del Festival de las Ideas. A través de más de 80 actividades gratuitas en distintos espacios culturales de Madrid (Museo del Prado, CaixaForum, La Casa Encendida, Thyssen o CentroCentro, entre otros), el festival se define como un lugar para pensar en común.