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Extrema derecha

Por qué triunfa el discurso xenófobo en la Europa menos expuesta a las migraciones

Decenas de personas participan en una manifestación ultraderechista en Chemnitz (Alemania) este domingo.

La ultraderecha se hizo el pasado domingo 9 de septiembre con un hueco en otro país europeo. Jimmie Akesson, líder de Demócratas Suecos, un partido de origen neonazi y abiertamente antieuropeísta tiene la llave para gobernar el país con 63 diputados –14 más– en una Cámara que ha perdido 13 parlamentarios socialdemócratas y 14 moderados. “Ganaremos una gran influencia sobre lo que suceda en Suecia durante la próxima semana, los próximos meses y los próximos años”, celebró el propio Akesson, que confía en que su partido juegue un papel decisivo en el marco de las negociaciones para formar Gobierno.

Pero antes que en Suecia, la extrema derecha ya estaba apuntalada en otros países. Es el caso de Hungría, donde las elecciones celebradas el pasado mes de abril dieron la victoria a Viktor Orbán, líder del partido ultraconservador Fidesz (Unión Cívica Húngara), que logró de esta forma su tercer mandato consecutivo. O el caso de Austria, donde las elecciones legislativas celebradas el pasado año abrieron las puertas de la Cancillería a Sebastian Kurz, del Partido Popular Austriaco (ÖVP), en coalición con la ultraderecha. O Polonia, que cumple este 2018 tres años de Gobierno ultraconservador del partido Ley y Justicia (PiS), con Andrzej Duda al frente. O Italia, con Matteo Salvini, de la Liga Norte, al frente del Ministerio del Interior desde el mes de marzo.

Todos estos triunfos tienen algo en común: se han cosechado tras campañas electorales en las que el discurso antimigratorio ha jugado un papel central. “Ahora mismo en la Unión Europea hay dos bloques: uno liderado por Macron [el presidente francés], (...) que es el jefe de los partidos que apoyan la inmigración; y luego estamos nosotros, que queremos frenar la inmigración ilegal. Esta es la situación actual”, dijo Orbán el pasado 29 de agosto tras reunirse, precisamente, con Salvini, al que calificó como su “héroe”. “Hungría ha demostrado que la inmigración se puede frenar por tierra”, añadió Orban, que dijo admirar al ministro italiano porque “está demostrando que la inmigración también puede ser frenada por mar”.

El objetivo de todos estos partidos ultraderechistas es este: construir una Europa fortaleza que impida la llegada de migrantes y en la que no se obligue a los Estados miembros a acoger a los refugiados que llegan a sus fronteras. Sin embargo, resulta llamativo que sea precisamente en los países con menor presión migratoria –salvo el caso de Italia– en los que está triunfando este tipo de discurso.

Hungría, por ejemplo, no ha acogido a una sola persona desde que en el año 2015 todos los países de la Unión Europea se comprometieran a dar asilo a un número determinado de refugiados. Los de Orbán recibieron, por ello, un dictamen del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en el que instaban al país a acatar la política de reparto de cuotas de los llegados a las costas griegas e italianas. “Hungría no está dispuesta a aceptar ni a un inmigrante, de ningún estatus”, dijo entonces el ministro de Exteriores del país, Péter Szijjártó. 

Austria, por su parte, si bien al principio acató las órdenes europeas, terminó uniéndose a este discurso. “Ya hemos hecho suficiente”, dijo el ministro del Interior, Wolfang Sobotka, que aseguró que su país fue uno de los países más perjudicados por la crisis migratoria que estalló en 2015. El país preside desde el pasado 1 de julio el Consejo de la Unión Europea, y su objetivo es claro. Lo dijeron antes de comenzar el periodo y Kurz insistió en una reciente entrevista concedida al diario ABC. “Debe quedar claro que las fronteras de Europa se cierran a la inmigración ilegal”, dijo el canciller. “Queremos crear una Europa segura”, mantiene. Y es precisamente esa idea, la que vincula el aumento de la inmigración con el riesgo para la seguridad, la que ha dado la victoria a estos partidos de extrema derecha. Pero, ¿por qué triunfa entre el electorado de los países que no tienen una puerta de entrada al continente? 

Tres situaciones, tres discursos

Jordi Vaquer, director para Europa de la Open Society Foundation, distingue tres situaciones asociadas a tres discursos distintos que, sin embargo, han llevado a la antimigración al éxito electoral. En primer lugar, explica en conversación con infoLibre, se encuentran los países que tienen una población inmigrante muy grande, como Francia o Alemania, donde el discurso contrario a la población inmigrante se centra en la supuesta falta de integración. “En estos casos se habla del mantenimiento o no de las costumbres de su país de origen, por ejemplo”, explica.

En segundo lugar, hay otros países como Italia, Grecia y España que son los principales receptores de las llegadas al continente. En este caso, en cambio, “el discurso se basa más en la llegada que en la presencia de estas personas”. El “problema”, por tanto, está en la misma recepción. Salvini es un ejemplo claro; su discurso, también. El ministro del Interior italiano ha asegurado en varias ocasiones que ningún barco de ninguna ONG podrá desembarcar a la tripulación en los puertos italianos porque, según afirmó, el país no puede hacerse cargo de ella. 

“Por último, encontramos países que ni tienen inmigración ni son un punto de llegada. Por ejemplo, Hungría o Polonia”, añade. En estos casos, explica, “el discurso reacio a la inmigración se basa en temores hipotéticos, pero no en la realidad migratoria”. Pone como ejemplo a Polonia: la poca inmigración que tiene procede de países como Ucrania pero, en cambio, su discurso está claramente orientado hacia la supuesta islamización del país. Estos países, además, sufren una pérdida de población que, “paradójicamente”, les hace rechazar la inmigración porque, explica Vaquer, aparece el “miedo a desaparecer”.

No obstante, por muy distintos que sean estos discursos, los vectores y el argumentario que emplean es el mismo: el miedo. “Azuzan, por un lado, el temor económico”, afirma. ¿Cómo lo hacen? “Aprovechando los resentimientos de las clases obreras que se sienten perdedoras o que temen perder su estatus”. Es la idea clásica que sostiene que la inmigración tiene una relación directa con el aumento del desempleo de la población nacional.

Apuntan, también, al temor por la supuesta falta de seguridad asociada al aumento de la inmigración. “Se hizo en Alemania con los tocamientos a mujeres durante la celebración de fin de año”, recuerda. Esta idea, además, es la que vincula a los inmigrantes con los atentados terroristas.

Por último, es importante señalar el “temor demográfico identitario”. Es lo que ocurre en Polonia. La población desciende y, en lugar de reclamar la llegada de inmigrantes para suplir a todas esas personas, los nacionales optan por rechazar al de fuera por miedo “a ser minoría en su propio país”.

Un discurso barato para el electorado descontento

Gemma Pinyol, directora de políticas migratorias y diversidad en Instrategies e investigadora asociada del GRITIM-UPF, por su parte, explica que el repunte podría explicarse a través de “los desencantos de la población con la globalización y con la gente que cree que los partidos tradicionales ya no son capaces de resolver sus problemas”. La ultraderecha, sostiene, “nunca ha desaparecido de Europa, pero ahora se visualiza con más fuerza”.

¿Cuál es el motivo? La concepción de que estos partidos radicales son una voz alternativa al “establishment”establishment. “La gente está normalizando este discurso pensando que es igual de bueno que los demás, pero obviando lo peligroso que es”, critica. Porque ese discurso, añade, “vulnera los Derechos Humanos”.

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A pesar de ello, los argumentarios antiinmigratorios, por “baratos”, son eficientes. En este sentido, Pinyol compara la situación europea actual con la crisis de los años treinta. “Tras la crisis del 29, hubo un repliegue nacionalista. Lo que ocurrió entonces y ocurre ahora, a mi juicio, es que cuando los problemas parecen muy complejos, las soluciones más identitarias son las que parecen la mejor solución”, explica. “Los problemas complejos deben tener soluciones complejas. Pero si aparece una que parece simple –como que los problemas vienen con la persona de fuera–, triunfa”.

Ruth Ferrero, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, rechaza la correlación entre la inmigración y el auge del ultraderechismo europeo. “En Hungría no hay inmigrantes y, sin embargo, triunfa el discurso contra ellos”, explica. Y lo explica en la misma línea que lo hacía Pinyol: “Lo que ocurre es que estos países emplean este tipo de narrativa para captar a parte del electorado descontento porque se considera perdedor de la globalización”.

La crisis de refugiados del año 2015 mostró el viraje ideológico de gran parte de los países europeos. Del compromiso en la acogida pasaron al rechazo absoluto a permitir la llegada de estas personas a sus países. Las ONG han repetido en numerosas ocasiones que los movimientos migratorios no van a cesar, pues los motivos que les empujan a salir de sus países continuarán existiendo. Lo único que cambia, por tanto, es la política de la UE: apertura de fronteras o construcción de la Europa fortaleza. Por el momento, los dos bloques continúan presentes.

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