Crisis en la eurozona

Encuentro con Varufakis: “Es hora de abrir las cajas negras”

Varoufakis: “Es hora de abrir las cajas negras”

Irrumpe en las televisiones de todo el mundo con la cabeza afeitada, la chaqueta de cuero y sus camisas azul eléctrico, como si se tratase del personaje de una serie de TV, carismático, una especie de House of Cards a la europea en la que los medios de comunicación han sacrificado las formas y las exigencias de la deliberación democrática, en beneficio de la dramaturgia de los hechos y las exigencias puramente narrativas de la intriga. En esta nueva temporada de la crisis griega, “it's the romance not the finance” (el romance y no las finanzas) han acaparado los mejores momentos y las audiencias de la mediaesfera. No obstante, por encima del personaje narcisista y provocador, que los medios de comunicación han construido, ¿quién es Yanis Varufakis?

En un primer momento, los medios de comunicación lo adoraban. La cadena pública alemana ZDF lo comparaba con Bruce Willis; Stern destacaba su “virilidad clásica”; el diario Die Welt –próximo al entorno conservador de Angela Merkel– lo calificaba de “icono sexual”. Varufakis concitaba así la unanimidad de los medios de comunicación que vieron en él a un “interesante personaje”, una story. La palma se la llevó la revista Stylebook, que llegó a escribir: “Su look desenfadado es algo que no se pueden perder”look y, todo ello, bajo el título de: “¡Pobre pero sexy!”sexy. Sin embargo, a medida que las negociaciones se iban haciendo más tensas, los comentarios también cambiaban, su look había dejado de ser desenfadado y a menudo se hablaba de sus semejanzas con un “portero de discoteca”. “Los looks desenfadados de Varufakis no son solo una cuestión de estilo”, decía The Financial Times. “Simbolizan el mensaje de Syriza, el partido de la izquierda radical que gobierna en Atenas, que representa un movimiento antiestablishment que pretende desafiar la ortodoxia que lidera Alemania”. La responsable de la sección de Fashion [Moda] de The Guardian señalaba que el estilo de Varufakis había chocado en Londres. “Una chaqueta de cuero y una camisa informal no es un atuendo habitual para una reunión internacional de finanzas”.

Con el paso de las semanas, los editorialistas no tardaron en ser conscientes de los peligros de la Varoufmania nacienteVaroufmania. El nuevo ministro de Finanzas griego se estaba convirtiéndo en un héroe popular. En el duelo Varufakis-Schäuble (el ministro alemán de Economía), el primero amenazaba con sacar ventaja. Porque los dos representantes de Finanzas se diferenciaban en todo: generación, estilo, la cultura política. El heredero de Helmut Kohl era el superviviente de una generación política desaparecida, mientras que su colega griego encarnaba el futuro y se dejaba ver con Barack Obama. El inflexible Dr. Schäuble defendía los intereses nacionales de Alemania cuando Varufakis hablaba en nombre de Europa. Uno, rugoso y mineral, pertenecía a la galaxia Gutenberg, integrado en el mármol de la experiencia vivida. El otro, en el planeta internet, era móvil, dúctil, maleable.

Y así podríamos seguir hasta el infinito este juego de antónimos, un contraste entre dos universos narrativos, una caracterización ideal para un guionista. Cuanto más se imponían las necesidades de la trama, más se alejaba la perspectiva de un compromiso. El arbitraje entre los intereses contradictorios se borraban en beneficio de un enfrentamiento ficticio que escapaba a las leyes de la negociación para obedecer a las leyes de una intriga cuya resolución solo podía suponer el triunfo del vencedor y la humillación del vencido.

El tono cambió de forma brusca. Lo que antes sorprendía ahora estaba fuera de lugar. El aspecto radical chic dio lugar al “impacto Varufakis”, el “estilo desenfadado” pasó a ser una falta de gusto en el muy “refinado” escenario de las “instituciones”. En una importante cadena alemana, incluso se llegó a emitir un vídeo en el que hacía una peineta a los alemanes. ¡Varufakis en el país del fake! fake“No son los mismos códigos, no son los mismos referentes, no son las mismas maneras de comportarse”, apunta la corresponsal de Le Monde en Bruselas. “El look rockero de Varufakis, su lado Bruce Willis –cabeza rapada, complexión atlética, camisa abierta y cuello de la chaqueta alzado– con el aspecto de ir a subir al ring cada vez que acude a las reuniones del Eurogrupo, el postre”.

¿Cómo es posible que este hombre que había hecho su irrupción en el panorama política hacía menos de un mes despertase tanto odio entre los dirigentes europeos y los medios de comunicación hegemónicos? ¿Qué tipo de homo politicus es? ¿Estamos ante un brillante economista perdido en la política? ¿Un pobre negociador que ha fracasado en su intento por convencer a sus socios europeos? ¿Está dando lecciones? ¿Es un provocador, tal y como han apuntado en largos artículos los medios de comunicación hegemónicos? ¿Cómo se puede distinguir el hombre real del hombre ficticio, Varufakis de su fake? ¿Es un excelente economista, pero un mal político según las propias palabras de Alexis Tsipras, de quien la historia dirá si fue mejor político? ¿Es un marxista heterodoxo, como se definió él mismo en un ensayo autobiográfico escrito mucho antes de su nombramiento y publicado por The Guardian en febrero pasado? ¿Por qué este hombre que ha hecho su irrupción en el panorama mediático hace menos de un año ha despertado tanto odio entre los dirigentes europeos y los medios de comunicación hegemónicos? ¿Quién teme a Yanis Varufakis?

En este artículo pretendo intentar dar respuesta a estas preguntas. Para ello, por supuesto hay que dar caza a los fantasmas, desconectar las pantallas y poner fin a las imágenes mediáticas y a los falsos rumores que han manchado su acción durante los cinco largos meses de la guerrilla mediática que le ha enfrentado a los representantes actuales de la Unión Europea. Pero ¿por qué entrar en honduras? Los lectores de Mediapart están bien informados y saben lo que valen estas figuras impuestas. Para comprender qué tipo de hombre político es Yanis Varufakis, no basta con darle la espalda al personaje público construido por los medios de comunicación, hay que tratar de comprender su relación con la política por encima de la función ministerial que ha ejercido durante cinco meses.

Denunciante

“Estoy aquí porque lo que nos ha sucedido está sucediéndoles también a ustedes. Grecia es un campo de batalla en el que se ha ensayado una guerra contra la democracia europea, contra la democracia francesa... estoy aquí porque nuestra primavera de Atenas ha sido aplastada, como lo fue la de Praga en su día. Por supuesto, no con tanques, sino con los bancos. Tal y como apuntó Bertolt Brecht en una ocasión: '¿Por qué enviar a asesinos cuando podemos recurrir a agentes judiciales'. Por qué dar un golpe de Estado cuando se puede enviar al presidente del Eurogrupo a decirle, al nuevo ministro de Finanzas de un Gobierno que acababa de ser elegido, tres días después de su toma de posesión, que tenía la opción de decantarse por el programa de austeridad previo, que sumió al país en una enorme depresión, o por el cierre de sus bancos nacionales? ¿Por qué enviar tropas cuando las visitas mensuales de la troika pueden controlar las diferentes áreas del Gobierno y escribir todas y cada una de las leyes del país?”.

Para Varufakis, Grecia ha sido el laboratorio de esta estrategia de choque de la que hablaba Naomi Klein y que se aplicará, si nada lo remedia, en toda Europa. “A los que piden “más Europa” y abogan por una “unión política”, les digo: '¡Desconfíen! La Unión Soviética también era una unión política'. La cuestión es, qué tipo de unión política? Un reino democrático de prosperidad compartida o una jaula de hierro para los pueblos de Europa?”.

Podemos referirnos a su estrategia de negociación, salvo que se piense como él mismo demostró en numerosas ocasiones que no ha habido tales negociaciones y que ha hecho lo único que podía, lanzar un llamamiento a la opinión pública, arrojando luz, informando, poniendo punto y final al carácter secreto de las deliberaciones, mientras se esforzaba por crear una opinión pública europea. “Nuestras largas negociaciones de cinco meses fueron un conflicto entre el derecho de los acreedores a gobernar un país deudor y el derecho democrático de los ciudadanos de esta nación a ser autogobernados. Nunca ha existido negociación alguna entre la UE y Grecia como Estados miembro de la UE. (Véase Cómo Europa ha estrangulado a Grecia.)

Con sus declaraciones y sus artículos, Varufakis ha arrojado una luz descarnada sobre el funcionamiento de la casa Europa. Aunque no ha podido doblegar a la troika, ha desmontado el engranaje de su poder como nadie antes lo había hecho. Arrojó luz en el escenario de la “deuda”, un escenario confuso en el que se mezclan los rostros impotentes de los gobernantes y el poder sin rostro de la troika, los acreedores voraces, los funcionarios de Bruselas, instancias anónimas, los “mercados” a los que se invocan como divinidades. Destapó las contradicciones existentes entre el FMI y la Unión Europea bajo influencia alemana, un conflicto entre el neoliberalismo anglosajón (desregulación, intervención del Estado, financiarización) y el ordoliberalismo alemán (imperio de la “norma”, de la falta de endeudamiento, el rigor presupuestario reparador...). Desmitificó la creencia colectiva de las élites burocráticas en la performatividad de las normas jurídicas contenidas en los tratados europeos. El imperio de la “cifra” y de la “norma” que sustituye a las lecciones de la historia económica de los rituales de obediencia y de sacrificios. Una gramática del vilipendio y del castigo que estructura el lenguaje de las élites burocráticas y mediáticas. “Una de las grandes ironías de esta negociación es la inexistencia de discusiones macroeconómicas en el seno del Eurogrupo. Todo se basa en reglas, como si las reglas fuesen un don de Dios y como si las reglas pudiesen imponerse a las reglas de la macroeconomía. ¡Insistí en hablar de macroeconomía!”.

Si Yanis Varufakis martirizó a los profesionales de la política, estamos ante el primer líder político en entender que la política europea no puede sobrevivir a la opacidad de sus deliberaciones, y asumió las consecuencias. El modelo de los partidos nacionales representados en Bruselas se ha quedado obsoleto. El Eurogrupo es una institución sin existencia legal, un grupo informal que pilota la Eurozona sin control democrático. La institución encargada de hacer aplicar las sacrosantas reglas ordoliberales funciona sin reglas.

En el curso de una reunión del Eurogrupo, cuenta Varufakis, el Dr. Schäuble declaró: “Las elecciones no pueden cambiar nada. Si cada vez que se celebran elecciones cambiasen las reglas, la Eurozona no podría funcionar”. Al volver a tomar la palabra, Varufakis respondió: “Si es verdad que las elecciones no pueden cambiar nada, deberíamos ser honestos y decírselo a los ciudadanos. Quizás tendríamos que introducir enmiendas en los tratados europeos e incluir una cláusula que suspenda el proceso democrático en los países obligados a recurrir a la troika. Pero, ¿está de acuerdo con esto Europa?, inquirió a sus colegas ministros. “Nuestros pueblos han votado para eso?” ¡Una réplica digna del agrimensor de Kafka! Varufakis sería el agrimensor de un imperio hechizado, gobernado por sortilegios y por el pensamiento mágico, que tampoco es el encargado de medir las distancias reales en un mundo real, sino de especular en un mundo hechizado. “Subraya una argumentación que usted ha trabajado muy bien –para asegurarse de que es lógica y coherente–, y se encuentra frente a miradas vacías”. Una mecánica particularmente perturbadora “para alguien que está acostumbrado a los debates académicos”, confiesa el economista.

A medida que iban pasando los días, fuimos siendo conscientes de que Yanis Varufakis no solo ha sido el efímero ministro de Finanzas del primer Gobierno de Tsipras, sino un fantástico explorador del panorama político europeo. Se trata de un heredero de la tradición de las Luces convencido de las virtudes de la deliberación democrática y del debate racional. Altera los códigos de la política europea con su forma inédita de negociar, aludiendo a la opinión pública, poniendo el acento en la racionalidad en las negociaciones. Economista por accidente, marxista heterodoxo, político muy a su pesar, Varufakis pertenece a esta nueva generación política de denunciantes que sustituyen a los militantes ambiguos de la acción humanitaria y del derecho de injerencia. Los Julien Assange y los Edward Snowden, acusados como él de alta traición, porque están dispuestos a trasgredir las reglas del secreto en nombre de un interés más elevado, el de la democracia.

Varufakis, parresiasta

Para Varufakis, ha llegado el momento de reinventar una nueva “ágora” europea, una red cuyo objetivo explícito sea el de la democratización de Europa. “No tengo otra pasión que la de contribuir a reinventar la democracia en Europa”. No un nuevo político, sino una coalición paneuropea de ciudadanos, de Helsinki a Lisboa y de Dublín a Atenas, dispuestos a pasar de una Europa que significa 'Nosotros, los Gobiernos', a la Europa del 'Nosotros, el pueblo'. “De ahí la importancia de evitar empezar las frases por 'los alemanes esto' o 'Los franceses lo otro' o 'los griegos'. De ahí la necesidad de que comprendamos que 'los alemanes, los griegos o los franceses' no existen. Que somos todos europeos frente a una crisis eminentemente europea”.

Pero ¿cómo se puede crear una nueva ágora democrática en Europa?

Esto plantea enormes problemas aún cuando estos problemas no son nuevos. Michel Foucault elaboró la genealogía de los mismos, de las postrimerías del siglo V y principios del siglo IV, precisamente en Atenas. Describe la crisis de la democracia ateniense como un problema discursivo, la paradoja del “hablar claro” en democracia (la parresia) y cómo un desplazamiento del “escenario” del político, del “ágora” a la “ecclesía”, es decir, de la ciudad de los ciudadanos al patio de los soberanos. (Ahora diríamos de la plaza pública a las torres de cristal de Bruselas).

Reinventar un ágora democrática plantea un doble problema, un problema escenográfico –el cambio del escenario democrático– y un problema discursivo, si la palabra pública puede ejercerse democráticamente.

1. El problema del escenario democrático. Desde el ágora de los griegos hasta las redes sociales de nuestros días, pasando por las cámaras parlamentarias y sus reglamentos, la democracia depende de dispositivos concretos de enunciación, de transmisión, de recepción, de la palabra. ¿En qué orden van a expresarse los oradores? ¿Cómo se retransmite su palabra, gracias a la acústica de la sala o mediante medios de retransmisión como la radio, la televisión o internet? ¿A qué derecho de respuesta tienen los ciudadanos; esta se produce en directo, en formato de preguntas escritas, utilizando a los periodistas como intermediarios, o por la vía de la interpelación directa a la tribuna o como sucede actualmente en los debates televisados, con Twitter. Nos hallamos ante el asunto de la acústica democrática. Queda la cuestión del tiempo. ¿Quién decide el orden del día? ¿Quién dicta la agenda de los retos democráticos? ¿Quién del Gobierno y de los medios de comunicación condicionan la agenda del otro? Los tiempos de los medios de comunicación sustituye a la larga deliberación. La agenda política cede el paso a la agenda mediática. Tal es el papel que desempeña la nueva “ágora” de los internautas que puede imponer otra agenda política y a veces incluso derribar el régimen y su mala “parresia”, reuniéndose en las plazas públicas manifestando su enfado...

2. Las condiciones de un hablar franco. Varufakis es un adepto al “hablar franco” en el sentido que le dio Michel Foucault en el seminario que impartió en el Collège de France sobre la “parresia”, una pragmática y una ética del discurso de la verdad (El Gobierno de sí y de los otros, curso en el Collège de France, 1982-1983). La parresia según Foucault supone condiciones jurídicas, formales –el derecho para todos los ciudadanos de hablar, de opinar–, pero también competencias particulares por parte de los que se manifiestan y destacan sobre los demás. “Condición formal: la democracia. Condición de hecho: el ascendente y la superioridad de algunos”. Foucault destaca otras dos condiciones. “Una condición de verdad: la necesidad de un logos razonable. Es necesario que el discurso sea un “discurso de verdad” o al menos inspirado por la búsqueda de la verdad y no solo por el deseo de gustar o de adular al auditorio. Por esa razón, el discurso de verdad solo es posible en una democracia en forma de lucha, de rivalidad, de enfrentamiento, lo que exige como última condición, coraje por parte de los individuos que toman la palabra, el coraje en la lucha”.

“Es hora de abrir las cajas negras”

La mejor manera de comprender la relación de Varufakis con la política y su concepción del compromiso público es leyendo un texto poco conocido que data de abril de 2012, tres antes de su nombramiento como ministro de Economía, en el Gobierno de Alexis Tsipras. Este texto, que lleva por título “Es hora de abrir las cajas negras”, lo escribió con motivo de la exposición de su esposa, la artista Danae Stratou (véase la Caja negra). Se trata de una metáfora de la necesaria reinvención de la democracia. Es un texto político no en un sentido estricto, el de un programa electoral o de un análisis político; su título lo dice, es un “gesto” político que dibuja otra manera de hacer de la política.

“Vivimos rodeados de cajas negras”, me dice Varufakis. “Nuestros teléfonos móviles son cajas negras y no necesitamos conocer su funcionamiento exacto para utilizarlos. Las personas que nos rodean también son cajas negras, incluso las que conocemos mejor, lo ignoramos todo de los metabolismos que actúan en nuestro cuerpo, de la actividad de las neuronas cuando nos hablan o nos escuchan. Y esto no impide comprenderlas y quererlas”. Pero hay otras cajas negras, “las empresas, los mercados, los Estados, los bancos, las instituciones supranacionales son súpercajas negras. Redes interconectadas de poderes que funcionan de forma opaca, pero que controlan nuestras vidas. Nadie comprende cómo funcionan, ni siquiera las personas que las dirigen. Tienen el poder de escribir el orden del día, de determinar la conversación, de implantar deseos en nuestras almas, de canalizar los flujos de información para atraernos en la red. La apertura de estas súpercajas negras se ha convertido en una condición previa indispensable para la supervivencia de la población y del planeta. Porque estas cajas negras no funcionan desde 2008. Ya no tenemos excusas. Es hora de abrir estas cajas negras”.

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La obra de Danae Stratou es un proyecto participativo. La artista propuso a diferentes personas, a las que contactó a través de las redes sociales, que expresaran en una sola palabra sus preocupaciones, su temor ante el futuro o su necesidad de protección. Entre el millar de respuestas recibidas, eligió un centenar de palabras que depositó en 100 “cajas negras” de aluminio, alineadas en el suelo, equidistantes entre sí, hasta formar una rejilla rectangular.

La instalación constituye una suerte de damero de los temores contemporáneos. Al entrar en el espacio de la exposición, el espectador se ve confrontado a una mezcla de sonidos, de pitidos, de latidos cardiacos, de explosiones y de líneas planas. Cada caja contiene una pantalla sobre la que se leen las palabras seleccionadas por el artista y una cuenta atrás que dramatiza el paso de los segundos como en una bomba con temporizador. Cuando la cuenta atrás transcurre, cada caja emite el sonido de una explosión, de modo que se intensifica la sensación de tensión, de crisis y de alarma...

Traducción: Mariola Moreno

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