La izquierda quema los últimos cartuchos para pasar a la segunda vuelta de las presidenciales francesas

Un cartel muestra al candidato presidencial del partido La France Insoumise, Jean-Luc Melenchon.

Mathieu Dejean | Fabien Escalona | Pauline Graulle (Mediapart)

El último fin de semana de movilización antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas de este 10 de abril, los candidatos de la izquierda participaron en mítines en varias grandes ciudades del país, para instar a los ciudadanos a votar, hacer balance del camino recorrido y mirar, pese a todo, al futuro, en un momento en que solo un candidato parece en condiciones de pasar a la segunda vuelta. 

Se trata de Jean-Luc Mélenchon, que se desplazó a Toulouse [sur del país] tan solo un día después del mitin en la región parisina del presidente saliente. Además, su nombre aparecía espontáneamente en boca de todas las personas entrevistadas en el resto de mítines celebrados el sábado o el domingo, y a los que acudió Mediapart (socio editorial de infoLibre): los de Philippe Poutou (Nuevo Partido Anticapitalista - NPA) y Anne Hidalgo (Partido Socialista - PS) en el Cirque d'Hiver, con un día de diferencia, en París, y el de Fabien Roussel (Partido Comunista Francés - PCF) en Villeurbanne [este de Francia]. 

Mélenchon arremete contra Macron

Guitarra acústica, acordeón, batería y contrabajo. En Toulouse, el domingo por la tarde, Mouss y Hakim, los cantantes de Les Motivés, calentaron al público con su Chant des partisans, cantada en el escenario instalado en la plaza del Capitolio. “No tenemos que estar de acuerdo en todo, pero contra el fascismo no hay arreglo posible”, dijo Mouss ante una gran ovación. 

En el escenario, el activista de los barrios populares Salah Amokrane quiso despertar la esperanza: “¡Podemos conseguir que Jean-Luc Mélenchon esté en la segunda vuelta y que sea presidente de la República!”. La diputada, Bénédicte Taurine, veía ya a los suyos en el Gobierno: “¡El gobierno de Unión Popular cambiará el modelo agrícola y garantizará una alimentación de calidad para todos!”.

Minutos después, Jean-Luc Mélenchon subía al escenario entre vítores, sonriente y un poco emocionado. 

Hace diez años, estaba exactamente en el mismo lugar, delante del ayuntamiento de ladrillo rosa. Sus adversarios se llamaban entonces Nicolas Sarkozy y François Hollande y él llevaba los colores del Frente de Izquierda. Esta vez, en vísperas de la primera vuelta, son la derecha de Emmanuel Macron y la extrema derecha de Marine Le Pen las favoritas.

Para contradecir los pronósticos, el insumiso pronunció un discurso sin florituras y muy concreto, sin duda uno de los más llamativos de estas “elecciones decisivas” en las que ha conseguido, contra todo pronóstico, imponerse como tercer hombre. Comenzó con una oda a esta Francia “incorregible en su amor a la libertad”, que ha inscrito en su lema “el deber de la fraternidad y el desprecio eterno al racismo, al antisemitismo y al odio a los musulmanes”. Esta Francia “que no es nada sin su pueblo” y donde “¡el pueblo lo es todo!”.

Irónicamente, se refirió al mitin de Emmanuel Macron organizado en Nanterre [proximidades de París] la víspera: “La última vez que fui al Arena, fue para ver a Pink Floyd. Les diré que ¡estaba más lleno y había menos sintetizadores!”, bromeó ante las risas de los presentes; desmontó metódicamente el balance del candidato a la reelección y de su “empresa de mentiras y humo”. 

“Dijo que ‘hemos acabado con la desindustrialización’, lo que no es cierto, ¡hay 30.000 puestos de trabajo menos desde que se hizo cargo del país! Dijo: ‘El poder adquisitivo ha aumentado de forma histórica”, pero ¡12 millones de personas pasaron frío este invierno porque no podían calentarse! Este hombre ha cerrado 17.000 camas de hospital desde que es presidente”. Y la última: “¿Cómo se le ocurre a Macron que un niño de 12 años pueda hacer prácticas en empresas? Pase lo que pase, no va a ir porque los convenios internacionales prohíben que un joven empiece a trabajar antes de que termine la escolaridad obligatoria, que es a los 16 años”. 

Solemne, el candidato de Unión Popular quiso “advertir” a los franceses: en caso de una segunda vuelta entre la derecha macronista y la extrema derecha lepenista, “existe el peligro de que el debate se vea muy eclipsado”. Nada de confrontación en los temas sociales, ni en la energía nuclear, en la que “todos están de acuerdo”. Nada tampoco sobre los pesticidas, ya que “Macron autorizó la reintroducción de los neonicotinoides y la señora Le Pen estuvo allí para votar a favor”. Por último, ni palabra sobre “la transición a la Sexta República”.

Jean-Luc Mélenchon desgranó de forma exhaustiva sus propuestas: amnistía para los “chalecos amarillos”, un plan de mil millones de euros para “reducir los feminicidios”, la prohibición de las residencias de mayores con fines lucrativos, la planificación ecológica y la suspensión “de todos los contratos con las consultoras”, añadió, en referencia al caso McKinsey.

Pero también el restablecimiento “a todos los niveles” del estatuto de la función pública para “detener la execrable descomposición del Estado”, así como la fijación de un precio único de la gasolina en todo el continente europeo ya que, de llegar al Elíseo, asumiría, tras Emmanuel Macron, el papel de presidente del semestre europeo.

En su último mitin al aire libre de su última campaña presidencial, Mélenchon, por una vez, se permitió mirar por el retrovisor. Primero sobre estas elecciones “complicadas y peligrosas”, en las que reconoció haber fracasado al imponer el tema del agua y de la comida basura. A continuación, a largo plazo, como si hubiera llegado el momento de que el exsocialista, de 70 años, hiciera balance de su vida política. 

“Recuerdo el momento en que decidí dejar el Partido Socialista, hice bien”, aseguró. “Lo que más temía era que la tradición francesa del humanismo radical desapareciera. Tenía el temor de que Francia, la patria de la gran Revolución de 1789, hecha no para un pueblo, sino para la humanidad universal, fuera borrada de la faz de la tierra, de las memorias, como la izquierda magnífica y brillante, la izquierda creadora del pueblo italiano hermano, que ha sido arrasada hasta la extinción”. 

El dirigente insumiso manifestó su sensación de trabajo realizado: “La tarea está hecha, la fuerza está ahí, ustedes son testigos. Son miles en este momento, aunque eso signifique no cenar en familia este domingo. A partir de ahora, pase lo que pase, la nueva generación tendrá una brújula para distinguir a los mentirosos y a los charlatanes”.

Sin salirse de lo que viene siendo habitual, concluyó citando a Víctor Hugo, con motivo del 170º aniversario de la publicación de Los Miserables: “Ustedes quieren que se asista a los miserables, nosotros queremos que se acabe con la miseria”. Mientras tanto, “se trabaja activamente en la segunda vuelta”, se dice en su entorno. Como una forma de forzar un poco el destino.

Anne Hidalgo no tranquiliza a los socialistas en su último mitin

Paralelamente, el ambiente era muy diferente en el Cirque d'Hiver, que acogía el último mitin de la candidata del Partido Socialista. “Siempre hemos encontrado obstáculos, sufrido derrotas, sufrido reveses, experimentado decepciones. Pero siempre hemos seguido nuestro camino, constantes, tenaces y confiados, como lo haremos en el futuro, ¡pase lo que pase!”, dijo Anne Hidalgo.

Esta referencia al futuro no era una coincidencia. A pesar del fervor de los 1.600 asistentes, los socialistas están preocupados por el destino de la “vieja casa”. La candidata por más que ataque con fuerza al presidente saliente (“¡Emmanuel Macron quería adelantar a la izquierda y a la derecha, pero practica el adelantamiento de la derecha por la derecha!”), y al candidato de izquierdas mejor posicionado en los sondeos, Jean-Luc Mélenchon (“un candidato que trata con deferencia a Putin y apoya a Maduro”), su voz no cala.

En primera fila, el exministro del Interior, Bernard Cazeneuve, y la alcaldesa de Lille [norte], Martine Aubry, aplaudieron pero guardaban silencio; Lionel Jospin, que recientemente declaró que votaría a la alcaldesa de París, no acudió; François Hollande, que estuvo presente en Limoges [sur] el 22 de marzo, cerca de su ciudad natal, Correze, tampoco fue. Bajo la apariencia de un mitin exitoso, aunque de dimensiones modestas, la candidata socialista daba la impresión de estar tocando una marcha fúnebre.

Nicole Richard, militante socialista desde hace 15 años, lo lamenta. En su opinión, el Partido Socialista “se ha suicidado” al criticar sistemáticamente la trayectoria de François Hollande. El previsible fracaso del Partido Socialista hace que esta militante desee incluso un “gran reseteo”: “Hablo por mí, pero espero que podamos realmente replegarnos y empezar de nuevo de una manera diferente. Hoy en día, el Partido Socialista está formado por personas que tienen miedo de perder su poltrona. Nunca han consultado a la militancia, cuando es eso lo que hay que hacer”.

Kevin Bagdady, que trabaja en el sector de la educación en Fréjus [sur], fue militante del PS de 2012 a 2017 y también apoya el balance de François Hollande. Esta vez, sin embargo, cree que votará a Mélenchon, porque “nada del mundo un duelo Macron-Le Pen”: “Me conformo con que pase el candidato de izquierdas mejor situado [en los sondeos]”. En cuanto al futuro del PS, según él, habrá que contar con “los cabezas de cartel, los que tienen la experiencia del poder”. ¿A riesgo de repetirse? “El problema es que el relevo no está en el PS”, afirma este simpatizante.

Abraham, que militó en el Partido Socialista durante 25 años y hasta hace 10, acude por curiosidad y se va, lejos de estar convencido: “[Anne] Está fallando en sus inútiles ataques contra Mélenchon, que realmente defiende las ideas de la izquierda. Su comunicación es muy mala. Parece que estemos en un mitin de LO [Lucha Obrera]. Hace que el Partido Socialista parezca antipático”.

Las promesas de la candidata -subida del 15% del salario mínimo, mantenimiento de la edad de jubilación en los 62 años, tasa verde a las mayores fortunas, transporte diario gratuito para los menores de 26 años...- no hacen nada. Es como si se hubiera perdido la ocasión hace mucho tiempo a la hora de hace que la campaña despegue.

Fabien Roussel se presenta como candidato de la “satisfacción” y de los “días felices”

La víspera, el sábado 2 de abril, en Villeurbanne, los comunistas anunciaron la presencia de 4.000 personas en el mitin de Fabien Roussel, “sin contar los autobuses retenidos por la nieve”. Supera el aforo de una sala en cuyas últimas filas se ven huecos, pero el candidato entusiasmó sin duda a los presentes.

Un día después de un acto frente a la Autoridad de los mercados financieros, durante el cual su equipo jugó con los códigos de la serie de Netflix La Casa de Papel, el líder del PCF dedicó su discurso a denunciar la evasión fiscal. Presumiendo de haber obligado, como diputado, al multimillonario Bernard Arnault a publicar sus cuentas, Fabien Roussel arengó a la multitud: “¡Imagínense como presidente de la República!”.

“El dinero que [los evasores fiscales] no pagan, lo sacan de sus bolsillos”, exclamó, presentándose como defensor de los “pequeños” frente a los “grandes”, pero manteniéndose evasivo sobre las formas de transformar en profundidad la actual lógica de producción y consumo. Huyendo de los conceptos abstractos, el candidato comunista jugó con la proximidad a la gente corriente, se burló de sus propias dificultades a la hora de pronunciar “Delaware” (el nombre de un estado estadounidense conocido por ser un paraíso fiscal), aconsejando “pensar en el Tupperware”.

Fabien Roussel, que prefirió no aludir la presión del “voto útil” a Mélenchon que sufre su potencial electorado, se esforzó por convencerles de que la papeleta comunista era un voto para “darse fuerzas” y “hacerse respetar”. Proclamó su rechazo a que las clases trabajadoras paguen la transición ecológica, y quiso “cambiar la vida a mejor” y querer “la satisfacción [...] para todos, no sólo para la élite”.

Entre las personas con las que pudo hablar Mediapart, el nombre de Mélenchon termina por salir de forma espontánea. A veces para mostrar dudas, incluso entre la militancia que admite ser una minoría, y más a menudo para justificar que no le voten.

Si bien la militancia le reprocha que se haya ido solo demasiado pronto, surgen razones de fondo de inmediato. Raphaël es estudiante de derecho simpatizante, y señala que la energía nuclear -de la que el candidato insumiso quiere prescindir a largo plazo- es también “una fuente de empleo” en su departamento. Él y otros, como Audrey, trabajadora social en los barrios obreros, también le reprochan su “falso laicismo” y el haberse “dejado ver con los radicales”.

Fabien Roussel, que evita cualquier ataque, insiste en el nuevo orgullo que supondría que le voten. “Sois preciosos, sois hermosos y os quiero”, dijo a la multitud, prometiendo a modo de conclusión: “Nunca os dejaré caer”.

Para Philippe Poutou, “la bandera roja y negra es la mejor garantía para luchar contra la extrema derecha”

Ese mismo día, el Nuevo Partido Anticapitalista hacía el máximo ruido posible en su último mitin de campaña. A falta de haber podido debatir con los otros candidatos como en 2017, cuando dejó huella al poner “a François Fillon y Marine Le Pen en modo avión” (según Olivier Besancenot), Philippe Poutou movilizó a sus partidarios en un Cirque d'Hiver casi lleno (1.600 personas), en París.

“El límite de los 500 patrocinadores fue una locura, y al final los espacios políticos de debate son prácticamente nulos. Todos estamos un poco nostálgicos del 4 de abril de 2017 [fecha del “gran debate” en CNews y BFMTV]”, dijo con una amargura no fingida.

El exobrero de la fábrica Ford de Blanquefort [sur] no lo oculta: su objetivo no es llegar en primer lugar a la segunda vuelta, sino utilizar la campaña como caja de resonancia del discurso anticapitalista, como hizo Alain Krivine, el primer candidato presidencial trotskista en 1969, al que se rindió homenaje tras su reciente fallecimiento.

Sin embargo, la campaña no sólo no ha dado lugar a los habituales enfrentamientos en directo, sino que la lógica del voto útil a favor de Jean-Luc Mélenchon está influyendo a algunos de sus votantes. La tercera campaña consecutiva de Philippe Poutou tiene, por tanto, el aspecto de una chapuza.

Laëtitia (nombre supuesto), de unos 50 años, formadora en Corbeil-Essonnes y votante de Poutou en 2017, sigue dudando sobre su voto el 10 de abril. “Incluso en mi entorno de extrema izquierda, hay gente que se ha inscrito para votar a ‘quien sabemos”, dice, refiriéndose al líder insumiso. “Algunos dicen que hay que votarle, para salvar lo que queda de la izquierda. Por mi parte, veremos que pasa en la cabina de voto”.

Su hijo de 18 años, que le acompaña, votará sin embargo a Poutou: “Es útil pedir el voto para Mélenchon porque su presencia en la segunda vuelta cambiaría el clima actual, pero al ser la primera vez que puedo votar, prefiero hacerlo por mis ideas, que son anticapitalistas”, argumenta.

Pierre Bouché, dibujante militante y antiguo miembro de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR, antecesora del NPA), también eligió a Poutou porque, según él, “Mélenchon necesita una fuerza a su izquierda. No puede estar al borde del precipicio, necesitamos gente más alejada que él”.

Además de su oposición al presidencialismo y su defensa de la democracia real, Poutou defendió un programa radical: ningún ingreso inferior a 1.800 euros netos, jubilación a los 60 años, reducción de la jornada laboral a 32 horas de cara a llegar a 28 horas, gravámenes a los más ricos... También mencionó la necesidad de construir una “movilización antifascista unitaria”.

“No estamos prediciendo lo peor, pero entra dentro de lo posible”, dijo, pensando en la posibilidad de que Marine Le Pen llegue al Elíseo. “La bandera roja y negra es la mejor garantía para luchar contra la extrema derecha. La verdadera lucha será en la calle”, advirtía, en un ambiente más crepuscular que festivo.

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Traducción: Mariola Moreno

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