Por qué Járkov es en este momento el objetivo prioritario de Putin

Mathilde Goanec (Mediapart)

Vladímir Putin quizá pensó que repetiría lo que había conseguido en Crimea en 2014: tomar Járkov sin luchar. Error. Desde el jueves 24 de febrero, la segunda mayor ciudad de Ucrania se está viendo asaltada regularmente por el Ejército ruso, pero resiste. Los bombardeos de zonas residenciales y de varios edificios administrativos del centro de la ciudad han terminado de convencer a la población, mayoritariamente rusófona, de que “no quiere ser liberada por las bombas de Putin”, cuenta Sergei, vecino con el que ha podido contactar Mediapart (socio editorial de infoLibre).

Járkov, con 1,4 millones de habitantes, está situada en el Norte de Ucrania, a tiro de piedra de Rusia, y concentra toda la complejidad del joven Estado ucraniano. Por un lado, grandilocuentes edificios soviéticos que hicieron la gloria de esta antigua capital, de economía fuertemente industrial (aviones, tanques, tractores, etc.), con los ojos puestos hace tiempo en Moscú. En 2014, mientras el Kremlin encendía la mecha en el extremo oriental de Ucrania, separatistas incluso intentaron izar la bandera rusa sobre el edificio de la administración regional en Járkov.

Por otro lado, Járkov ciudad universitaria –en la que estudian miles de estudiantes, sobre todo africanos y árabes­–, que cultiva desde la independencia de Ucrania una vibrante tradición intelectual, cultural y política, incluso en lengua ucraniana. La ciudad, lejos de ser próspera, también ha dado un verdadero giro económico al invertir masivamente en nuevas tecnologías, “que podemos vender a todo el mundo y no sólo a Rusia”, dice Serguei. Lenin, cuya enorme estatua presidía la plaza central, desapareció de aquí, como en otros lugares, en 2014.

Pero desde hace una semana, la guerra, la guerra de verdad, la que golpea indiscriminadamente y mata, se cierne sobre la ciudad. “Los militares rusos están haciendo todo lo posible” para “garantizar la seguridad de los civiles” en Ucrania, declaraba el lunes el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov. “No hay ninguna instalación militar donde están bombardeando”, jura Anastasia (nombre supuesto), que reside a las afueras de Járkov.

Esta traductora, que vive con su marido y su hija y está terriblemente preocupada por su madre, que se ha quedado en el centro de la ciudad con el metro como único refugio, describe el juego del gato y el ratón que se ha montado con los soldados rusos. “El lunes fue un día de locos porque mucha gente se percató de las marcas en los postes eléctricos o en los transformadores. En las calles se pidió que se tapara todo con barro. Para que no se utilizase como objetivo de los disparos o de los bombardeos”. 

Tras un avance de las fuerzas rusas el domingo, Járkov volvía a estar bajo control ucraniano, pero se tambalea. Más de un centenar de edificios han sido destruidos y los disparos han causado heridos y víctimas civiles. Sólo el lunes 28 de febrero murieron 11 personas, y otras diez desde el martes por la mañana, según las autoridades locales. La población lo sabe, su ciudad parece ser, junto con Kiev, uno de los objetivos prioritarios de Vladimir Putin.

“Nuestro barrio está muy a menudo bajo el fuego”, cuenta Anna, que vive en uno de los suburbios dormitorio atacados por el Ejército ruso. Esta psicóloga dejó su Dombás natal en 2014, huyendo de la guerra por primera vez para refugiarse en Járkov. Ocho años después, la pesadilla comienza de nuevo. “Durante los dos primeros días, las explosiones duraron de cinco a siete horas sin interrupción. Hoy [por el martes 1 de marzo de 2022], la noche ha sido tranquila”, dice Anna. “El metro está lejos y el sótano de la casa no es muy seguro, así que pasamos la mayor parte del tiempo en el piso. Todas las ventanas están cerradas con persianas y mantas, está oscuro y perdemos la noción del tiempo”.

“Es un infierno”, confirma Iryna Minkovska, otra residente de Járkov. El balcón de uno de sus amigos quedó destruido por los bombardeos. Siguiendo las noticias día y noche con ansiedad, Iryna Minkovska, directora en el ámbito de la educación, optó por quedarse en la ciudad con su marido y sus hijos. “Nací aquí, toda mi vida está aquí. Y ahora los rusos están por todos lados, así que es difícil salir”.

La pareja se ofreció como voluntaria; ella, en las cocinas de los grupos de defensa territorial creados apresuradamente en cada ciudad del país; su marido, en tareas logísticas debido a su falta de experiencia militar. El principal problema de su barrio sigue siendo el suministro de agua y medicamentos. En otros lugares, es la calefacción la que deja de funcionar, mientras que la temperatura roza los cero grados.

“Hay enormes colas delante de las tiendas y los maleantes han saqueado a veces algunos comercios”, explica Anastasia, desde su pueblo. “En algunos barrios muy densamente poblados, no hay agua ni electricidad”. La vida diaria es más o menos difícil, dependiendo de la eficacia de las autoridades locales, continúa: “Puedes tener luz en una casa y no en la del vecino... En mi pueblo, aunque está situada en una zona tranquila, las tiendas están vacías y las farmacias también. Estamos preocupados porque mi marido tiene la tensión muy alta y sólo nos quedan medicamentos para diez días”.

Anna se esfuerza por describir sus sentimientos desde el inicio del conflicto. Habla del “cansancio de una guerra interminable”, de su rabia contra “los que la empezaron”, espera que la segunda ronda de negociaciones prevista en la frontera bielorrusa reduzca los ataques. “Supongo que la resistencia y la defensa de la ciudad están bien organizadas, pero todavía no estoy implicada. Necesitaba tiempo para experimentar el shock extremo de la guerra por segunda vez”.

Desde 2014, considera la ucraniana, mucha gente, tanto en el Este como en el Oeste del país, ha hecho oídos sordos a la brecha abierta por la anexión de Crimea, así como al conflicto enquistado en torno a las dos repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk, que por sí solas se han cobrado un elevado número de muertos y 730.000 desplazados.

“Pocas personas trabajan para organizaciones humanitarias internacionales, las últimas que han visto de primera mano lo que está ocurriendo en las repúblicas de Donetsk y Lugansk”, dice Anna. “Los demás nos centramos en nuestras cosas… Y, en ambos lados, todo el mundo se ha acostumbrado a la situación y la gente cambia por la propaganda de los medios de comunicación. Pero en Járkov no es así. En siete años, todo ha cambiado, la ciudad se ha transformado, se ha consolidado como ucraniana”.

“No niego que algunos sigan soñando con Rusia”, precisa Anastasia. “Pero lo que más tememos es que nos convirtamos a su vez en una especie de república autonómica, un territorio sin ley ni orden. Este es el escenario más aterrador”.

El fantasma del separatismo y, sobre todo, la abierta intervención militar rusa de los últimos días, han acabado con la unidad del pueblo ucraniano. Sergei explica que forma parte de esos rusoparlantes que apoyaron “la primera y la segunda Maidán” (en 2004 y 2014, se produjeron meses de protestas en Ucrania, que terminaron con la salida del presidente prorruso de turno). “La cuestión étnica, ya seas ruso, ucraniano o judío, no es importante aquí”, explica Sergei. “Aunque, para mí, el tema del idioma es más complicado. Considero que los dirigentes de este país han hecho de mí un ciudadano de tercera clase en los últimos años, pero, a decir verdad, no importa ahora que estamos en guerra”.

Al igual que en Kiev, el presidente Volodymyr Zelensky parece contar con la confianza plena de la población, que le agradece que se quede a luchar, cuando tantos dirigentes ucranianos han huido al menor sobresalto (Leonid Kuchma a Moscú en 2005, Víktor Yanukóvich tras sus pasos en 2014). “La impresión común es que el Ejército ucraniano resistirá hasta el final”, confirma Anastasia. “Y aunque el Gobierno deje entrar a los rusos, los habitantes no aceptarán esa ocupación. Lo sé porque ¿quién iba a imaginar que profesores universitarios, médicos, dentistas, mujeres y hombres se apuntarían y harían cola para defender su ciudad?”.

La caja negra

Los testimonios se han recabado por teléfono o por escrito, en inglés, francés y ruso. Conozco bien la ciudad de Járkov porque, entre 2008 y 2011, hice varios reportajes allí.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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