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Precario 'alto el fuego' en la guerra comercial entre EEUU y Europa

El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, y su homólogo norteamericano, Donald Trump.

El alivio es general. Mientras las relaciones entre Estados Unidos y Europa seguían deteriorándose durante las últimas semanas, muchos temían el resultado de la reunión entre Donald Trump y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, celebrada el 25 de julio. Sobre todo por que el presidente norteamericano, fiel a su política del tuit, volvía a aumentar la presión en los últimos días, amenazando con imponer nuevas subidas arancelarias a los productos europeos. Sin embargo, para sorpresa de todos, el encuentro concluyó entre abrazos de los dos hombres: se había alcanzado el alto el fuego y, con ello, concluido la amenazante guerra comercial entre los dos continentes.

“Este es un gran día para el comercio libre y justo”, se felicitaba Trump en la rueda de prensa conjunta. “Vine a alcanzar un acuerdo [deal]. Alcanzamos un acuerdo”, continuó Jean-Claude Juncker, halagando con ello a un Donald Trump que siempre se ha considerado a sí mismo un “negociador [dealmaker]”.

Este acuerdo, según los dos hombres, debería marcar una “nueva etapa” en las relaciones entre Estados Unidos y Europa. Con este fin, ambos decidieron iniciar conversaciones con miras a acabar con todos los aranceles, hasta reducirlos a cero, todas las barreras reglamentarias y normativas en los intercambios comerciales entre los dos continentes y a acabar con las subvenciones.

A la espera de conocer el resultado de estas negociaciones, el presidente de EEUU se ha comprometido a renunciar a cualquier otra medida aduanera en detrimento de las importaciones europeas. Sin embargo, no ha hablado de eliminar los ya introducidos a las importaciones de acero y aluminio desde junio. Primer resultado concreto: no debería producirse un aumento del 25 % de los aranceles a las importaciones de automóviles europeos a principios de agosto, como amenazó Donald Trump. La noticia fue muy aplaudida por Alemania, el principal país amenazado por estos incrementos aduaneros. El ministro alemán de Economía, Peter Altmaier, saludó de inmediato lo que calificó de “avance que puede evitar la guerra comercial y salvar millones de puestos de trabajo”.

A cambio, Europa se ha comprometido a aumentar inmediatamente las importaciones de soja producida en Estados Unidos. Un gesto dirigido al presidente norteamericano, puesto que, en represalia a los incrementos aduaneros impuestos a los productos chinos, Pekín ha decidido dejar de comprar soja norteamericana. Desde que se conoció la decisión, los agricultores estadounidenses, que integran la base electoral de Trump, están furiosos porque el hundimiento de precios. Por lo tanto, para mitigar el impacto, Europa se propone sustituir a China al menos parcialmente.

La segunda concesión europea es la promesa de que, en el futuro, Europa comprará mucho más gas natural licuado (GNL) –principalmente gas de lutita– de Estados Unidos. De nuevo, estamos ante una de las obsesiones de Donald Trump, que incluso convirtió en un punto de fijación en la cúpula de la OTAN, al reprochar a Alemania que comprara gas ruso y no estadounidense.

Si bien este acuerdo impide temporalmente la escalada de la tensión entre los Estados Unidos y Europa, puede convertirse rápidamente en una farsa, dada la ambigüedad reinante. Porque, el presidente de la Comisión Europea, al mostrar tanta predisposición hacia Donald Trump, no puede ignorar el hecho de que está dando un apoyo significativo al presidente norteamericano, al que se critica duramente por sus políticas comerciales y por haber dañado durante meses la relación privilegiada entre los Estados Unidos y Europa. Y aunque la urgencia mandaba –había que evitar nuevas sanciones comerciales a Europa, anunciadas como inminentes y hacer creer, por un momento, que todo sigue igual que antes en el mundo del libre comercio–, Europa se ha desviado seriamente de sus principios.

Por más que se ha erigido en campeona del multilateralismo, en la práctica ha claudicado por completo totalmente frente a Donald Trump, al aceptar tomar el camino elegido por el presidente norteamericano, el de la negociación bidireccional. En vísperas de su encuentro con Jean-Claude Juncker, el presidente estadounidense no pudo evitar dejar constancia de esta victoria en uno de sus tuits (arte que domina como nadie). “Los países que nos han tratado comercialmente de manera injusta vienen todos a negociar a Washington. Esto debería haberse hecho hace mucho tiempo. Pero como suele decirse, más vale tarde que nunca”.

Donald Trump sabe que tiene ventaja y no parece dispuesto a perderla. Desde su llegada a la Casa Blanca, viene denunciando continuamente los desequilibrios comerciales en detrimento de Estados Unidos. Después de China, el superávit comercial europeo, y en particular alemán, se ha convertido en su obsesión. Dice que está decidido a revertir la situación por todos los medios. Y muy rápidamente.

Enfrente, Europa avanza dividida. Y probablemente sea muy difícil encontrar un compromiso entre países con intereses muy divergentes. Por el momento, el acuerdo provisional alcanzado con Estados Unidos satisface más bien a los intereses alemanes. Aparte del hecho de que la industria automovilística alemana evita desde ya un aumento en los aranceles, en sus exportaciones a Estados Unidos, no es la más expuesta si, en el futuro, todas las importaciones de automóviles estadounidenses quedan libres de impuestos, por su posicionamiento en la gama alta. No pueden decir lo mismo las industrias automovilísticas francesa e italiana, que compiten frontalmente con los productos estadounidenses. Lo mismo ocurre con muchos otros sectores industriales.

La cuestión es todavía más peliaguda en la agricultura. Donald Trump y Jean-Claude Juncker hablaron de la abolición de todas las normas reguladoras entre los dos continentes. Al igual que en los debates sobre el CETA, el tratado comercial UE-Canadá, que ahora el gobierno de extrema derecha de Italia se niega a ratificar, existe el riesgo de hablar de pollo clorado, de carne de vacuno tratada con hormonas, de OMG y de muchas otras cuestiones similares.

“Tenemos altos estándares sanitarios, agrícolas y medioambientales, así como normas de producción con las que estamos comprometidos y que garantizan la protección del consumidor. Europa no debe transigir con estos estándares”, señalaba el ministro francés de Finanzas Bruno Le Maire el jueves por la mañana, tras pedir que se mantenga la agricultura fuera de las negociaciones con  Estados Unidos y que cualquier acuerdo se lleve a cabo con luz y taquígrafos.

Sin embargo, por el momento, la transparencia apenas existe. Más allá de las declaraciones de principios, no queda claro qué compromisos asumió el presidente de la Comisión Europea, ni cuál es el alcance real del acuerdo. ¿Se trata de relanzar un nuevo TTIP, ese acuerdo transatlántico de comercio e inversión, rechazado tanto por los congresistas estadounidenses y las opiniones públicas de muchos países europeos u otra cosa? ¿Y hasta dónde está dispuesta a llegar Europa para tener éxito? Sin mencionar que un tuit de Donald Trump puede ponerlo todo patas arriba.

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Traducción: Mariola Moreno

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