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'Analizar el auge de la ultraderecha': cuando el fascismo avanza a trompicones

Portada de 'El auge de la ultraderecha'.

Beatriz Acha Ugarte

¿Qué características comunes definen a todos los partidos de la ultraderecha europea? ¿Cuál puede ser su ciclo de vida? ¿Dónde están sus puntos fuertes y los débiles? ¿Quiénes les han votado? Son las mismas preguntas que políticos, analistas, periodistas y ciudadanos se plantean desde hace unos años, ante la última ola de ascenso ultra. En Analizar el auge de la extrema derecha, la sociólogo Beatriz Acha Ugarte trata de responderlas recurriendo a los datos electorales y al recorrido histórico de este tipo de formaciones políticas en distintos países de nuestro entorno.

El volumen, publicado por Gedisa y desde el 15 de marzo en librerías, forma parte de la colección Más democracia, dirigida por la politóloga Cristina Monge —colaboradora de este periódico— y el profesor de Filosofía del Derecho Jorge Urdánoz. En este extracto, la autora dibuja el desarrollo histórico de la ultraderecha en Europa en las últimas décadas y extrae una conclusión: "Más que crecer progresivamente, la ultraderecha suele experimentar un fuerte despegue", pero "frecuentemente sus triunfos han ido seguidos de sonoros fracasos". 

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El crecimiento interrumpido de la ultraderecha

Fundado en 1972, el Frente Nacional cosechó sus primeros triunfos en las elecciones legislativas de 1986. Tras el cisma encabezado por la mano derecha de Le Pen, Bruno Mégret en 1999, y el descenso posterior en las urnas, el partido consiguió llevar a su líder a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en 2002. En 2012 el FN se convirtió, de facto, en el primer partido de la derecha francesa. En las presidenciales de 2017 Marine Le Pen consiguió pasar a la segunda ronda de nuevo, pero las legislativas de ese mismo año confirmaron la existencia de un techo de crecimiento (de ahí la transformación en Rassemblement National).

También en la década de los setenta se creó el Partido del Progreso noruego, que fue escalando posiciones a la par que moderando su inicial discurso anti-partidista. Convertido en la segunda fuerza política del país desde 2009, el atentado en Oslo del terrorista Breivik (antiguo miembro del partido) y el apoyo que prestó al gobierno conservador le hizo perder atractivo entre el electorado; pero le permitió ingresar en el gobierno, desde donde muchos creen que ha ido adoptando progresivamente el perfil de un partido típicamente conservador, y no ya extremista. En las legislativas de 2017 la formación sufrió leves pérdidas, y aunque renovó la coalición de gobierno, la ha abandonado recientemente.

En cierto sentido éste parece ser el proceso opuesto al vivido por el Partido Popular Suizo, que en los años noventa sufrió una importante radicalización ideológica (a la par que un meteórico ascenso) bajo el liderazgo de Christoph Blocher. Su espectacular triunfo en las elecciones de 2015, vinculado a la reacción generada por la «crisis» de las personas refugiadas, le convirtió en el partido más grande de Suiza, si bien en las últimas elecciones federales de 2019 perdió mucho apoyo.

También el éxito del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) arranca en 1986 tras la llegada al poder del flamante nuevo líder, Jörg Haider. La polémica participación del FPÖ en el gobierno federal en el año 2000 (que supuso sanciones a Austria por parte de la UE), pareció restarle atractivo entre el electorado y precipitó las luchas internas que acabaron con la escisión del partido. Ya sin Haider, el FPÖ consiguió recuperarse y siguió creciendo con su nuevo líder Heinz-Christian Strache, que de nuevo entró en el gobierno en 2017. La caída en desgracia de Strache por el «escándalo Ibiza» forzó su dimisión, la ruptura de la coalición, y la pérdida de un sustancial apoyo en las elecciones de 2019.

En Bélgica (o, mejor dicho, en Flandes), el Vlaams Belang siguió una espectacular trayectoria ascendente desde los años ochenta hasta casi la segunda década de este siglo. La política del cordon sanitaire o exclusión por parte de los demás partidos le otorgó la eterna y jugosa condición de víctima; pero también le condenó a la práctica irrelevancia política, lo que contribuyó a su desgaste electoral entre 2008 y 2018. No fueron ajenos al declive los problemas organizativos internos ni la competencia de la Nueva Alianza Flamenca. El liderazgo de Van Grieken parece haber puesto por fin al Vlaams Belang en la senda de la moderación y del éxito.

El Partido Popular Danés (DF) surgió en 1995 como una escisión del mítico Partido del Progreso (FrP) fundado en los setenta. Desde 1998 y bajo el liderazgo de Pia Kjærsgaard fue escalando posiciones hasta convertirse en el segundo partido político del país. El DF apoyó al gobierno de coalición durante la década 2001/2011, y de nuevo desde 2015, convirtiéndose así en un actor político clave. En las elecciones de 2019, sin embargo, perdió más de la mitad de sus votos.

En Holanda existieron durante décadas numerosas formaciones de ultraderecha minoritarias hasta la irrupción de la Lista Pim Fortuyn en 2002, que allanó el camino para el posterior triunfo del Partido de la Libertad. El PVV, fundado en 2006 por Geert Wilders, ascendió espectacularmente en las legislativas de 2010 y en las europeas de 2014, pero en las legislativas de 2017 el viento comenzó a soplar a favor de un nuevo competidor más moderado, el Foro para la Democracia (FvD).

En Finlandia la ultraderecha ha conseguido llegar al poder en tiempo récord: el partido de «Los Fineses» (antes «Auténticos Fineses»), creado en 1995, despegó espectacularmente bajo el liderazgo de Timo Soini en las elecciones de 2011. Tras las elecciones de 2015, el Perussuomalaiset entró en el gobierno, pero dos años después sufrió una crisis interna y sus ministerios quedaron en manos de la nueva formación escindida, Reforma Azul. En las elecciones de 2019 consiguió mantener el apoyo obtenido cuatro años antes, si bien no consiguió entrar de nuevo en el ejecutivo.

Fundado en 1988 y con raíces neonazis, el partido de los Demócratas Suecos no consiguió representación parlamentaria hasta las elecciones de 2010, tras un proceso de moderación interna impulsado por su joven líder Jamie Akkeson. En las elecciones de 2014, decidido a expulsar a los extremistas y a lavar su imagen, se convirtió en el tercer partido sueco, posición que mantuvo tras la convocatoria de 2018. De momento, el cordón sanitario sigue siendo efectivo, si bien podría estar a punto de romperse.

En Italia la historia de la ultraderecha se remonta al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se formó el Movimento Sociale Italiano, referente de todos los partidos neofascistas en la Europa de la posguerra. En la década de 1990 el MSI acabó disolviéndose tras su conversión en una fuerza post-fascista, Alianza Nacional, que participó en los primeros gobiernos liderados por Berlusconi. En paralelo había surgido la Liga Norte, impulsada por su agenda secesionista. Bajo el liderazgo del controvertido Umberto Bossi tomó parte también en varios gobiernos de Berlusconi y tuvo una evolución muy errática en las urnas. Con el liderazgo de Salvini, la Liga volvió a crecer y en 2018 entró brevemente en el ejecutivo. Pero recientemente ha crecido también Fratelli d’Italia, liderado por Giorgia Meloni: desde las cenizas del MSI y AN compite ahora con la Liga por el espacio de la ultraderecha.

Las formaciones ultraderechistas han sido también varias y de diverso éxito en Grecia, siendo el partido Amanecer Dorado el más famoso y el único de perfil abiertamente neo-nazi de entre todos los mencionados. Los problemas con la justicia de sus líderes no evitaron el despegue del partido en las elecciones regionales de 2010, y en las nacionales de 2012 y 2015. Sin embargo, en las elecciones de 2019 perdió todos sus representantes en el Parlamento, poco antes de que los tribunales condenaran a varios de sus líderes a prisión.

En Gran Bretaña, el Partido Nacional Británico (BNP) también tenía un perfil muy radical, pero se fue modernizando durante los años noventa bajo el liderazgo de Nick Griffin hasta conseguir representación en las elecciones europeas de 2009, en las que se produjo también el despegue del UKIP o Partido para la Independencia del Reino Unido. En las europeas de 2014 éste se convertía en el partido más votado del país, pero el triunfo de su posición en el referéndum sobre el Brexit en 2016 desencadenó una larga crisis interna al privarle de su razón de ser: la sucesión de ocho líderes distintos desde entonces no ha detenido la descomposición interna ni la debacle económica del partido.

Alemania representa uno de los casos de más tardío éxito de la ultraderecha. Por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Alternativa para Alemania consiguió entrar en el Bundestag en 2017. Af D se ha visto también afectada por crisis internas y problemas con su ala más extremista, concentrada en la zona de la antigua RDA. Pese a ello, se ha consolidado como una fuerza sólida, en un país en el que este papel ha estado desempeñado, sucesivamente, por otras formaciones muy significativas como el histórico NPD o los Republikaner, pero nunca tan exitosas.

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Fundado en 2013, Vox es también un partido muy joven que ha puesto fin a la larga ausencia de una ultraderecha parlamentaria española. Sus espectaculares resultados en las dos elecciones generales de 2019, precedidos de su irrupción en el Parlamento de Andalucía en 2018, le han situado como tercera fuerza en el Congreso de los Diputados, desde donde pretende disputar al Partido Popular el liderazgo de la oposición.

Lejos de sus éxitos queda el modesto triunfo de la ultraderecha portuguesa, que en las últimas elecciones de 2019 consiguió un representante en el Parlamento luso a través de Chega. Su logro hace de Portugal otro país más de una Europa Occidental que parece incapaz de resistir el avance parlamentario de las fuerzas extremistas.

Ahora bien, debe cualificarse este avance: más que crecer progresivamente, la ultraderecha suele experimentar un fuerte despegue que le convierte en centro de la atención mediática y le catapulta a posteriores éxitos. Además, frecuentemente sus triunfos han ido seguidos de sonoros fracasos. No son pocos los partidos que han vivido cortas e inestables trayectorias, y se han desvanecido rápidamente. Por eso su historia de éxito desde los años noventa lo es, en cierto sentido, también de fracasos. [Hay] formaciones de ultraderecha que no han alcanzado representación en los Parlamentos Nacionales, pero sí en la arena europea o en el nivel local/regional, así como otras típicamente consideradas como flash-parties, es decir, que sí llegaron al Parlamento, pero no pudieron mantener sus resultados (irrumpieron en el sistema, pero no triunfaron). En cada país existen además otros partidos minúsculos que han fallado en su esfuerzo por obtener representantes en todos los niveles de la competición, y que son grandes desconocidos. En el relato sobre las brillantes trayectorias de la ultraderecha en Europa, debe recordarse que el éxito y el fracaso van frecuentemente de la mano y representan las dos caras de la misma moneda.

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