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Cultura

Àlex Rigola y Alba Pujol construyen una obra sobre la muerte para hablar de la vida

Pep Cruz y Alba Pujol en 'Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero'.

En escena, los espectadores creen ver a Alba Pujol, actriz y dramaturga, y a Pep Cruz, actor, representando una obra coescrita y dirigida por Àlex Rigola. Y es verdad. Pero también están viendo las conversaciones entre Alba Pujol, actriz y dramaturga, y su padre, Josep Pujol, historiador de la economía fallecido de cáncer en 2019. Las palabras que se ven en escena fueron pronunciadas mientras él vivía, a lo largo de dos meses y medio de entrevistas mediadas por Rigola. Es una técnica teatral llamada verbatim, pero también es, en palabras de Pujol hija, una especie de invocación. Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero, que se representa en el Corral de Comedias de Alcalá el 14 y 15 de mayo después de hacer temporada en Barcelona, es una obra sobre la muerte, pero también sobre la vida. Y el hallazgo de Josep Pujol, protagonista indiscutible, fue azaroso: en un principio, estas conversaciones padre-hija iban a ser solo uno más de los muchos materiales utilizados por los dramaturgos, junto a poemas de Gil de Biedma, citas de Lacan o monólogos de Shakespeare. No lo fueron.

P. ¿En qué momento se dieron cuenta de que la obra estaba en las conversaciones entre Pep y Alba?

Alba Pujol. Fue Àlex. Estábamos en las sesiones de dramaturgia y un día se giró: ¿a tu padre le apetecería que le entrevistáramos? Para poner en orden algunas ideas, para comentar algunas cosas que hemos ido sacando...

Àlex Rigola. Llevábamos casi un año buscando material en torno a la muerte para saber cómo tocar el tema. Leímos mucha filosofía, mucha poesía, cómo las diferentes culturas toman el tema de la muerte... Y daba la casualidad de que el padre de la otra dramaturga estaba precisamente en un momento terminal de vida. Pensé que esas conversaciones serían un material más. Pero lo que pasó es que con su erudición, sus ganas de aprender de otros territorios, su capacidad para dar conocimiento a los demás... Vimos que estos temas que íbamos encontrando él los había vivido en un proceso paralelo.

Alba Pujol. Un día salimos y Àlex me dijo: Alba, creo que el espectáculo va a ser esto. ¿Pero qué dices? Sí, sí, aquí esta todo. Yo pensaba: para mí mi padre es lo mejor del mundo, pero ¿una obra? Entonces a mi padre le dijimos que estas conversaciones ya no eran un material más, sino que iba a ser la columna vertebral. A él en el fondo le daba igual.

Àlex Rigola. Yo quise seguir haciendo entrevistas, siempre que él se encontrara bien, y cuando llevábamos dos meses y medio vimos que teníamos muchísimo material.

Alba Pujol. Luego ensayar fue un viaje. Al repetir y repetir y repetir la conversación que has tenido realmente vas viendo las capas que tiene y lo que de verdad te estás diciendo. Es como si nos dijéramos todo el rato: “Te quiero, todo va a ir bien”. Se percibe el miedo, pero también la valentía y la entereza. Fue fuerte el proceso. Mi padre se murió al cabo de un mes de empezar a ensayar. Fue durísimo porque, aunque sabíamos que esa muerte llegaría, pensábamos que iba a ver la obra, que iba a llegar al estreno.

Rigola no quería que Pep Pujol acudiera a los ensayos, en parte para que fuera una sorpresa, en parte para que Cruz no sintiera la tentación de imitar al Pep de verdad. El actor estaba nervioso: iba a ser la primera vez que diera vida a alguien real. Y lo ha acabado haciendo, llevando la memoria del economista, que se consideraba profesor por encima de todo, ante nuevos alumnos. Pero no fue ajeno Pep Pujol, en absoluto, al proceso creativo. Al fin y al cabo, en el origen estaba él.

P. Esas conversaciones eran, al final, un intercambio íntimo. ¿Daba pudor saber que iban a ser públicas? ¿Y el hecho de que se desarrollaran con un testigo?

Alba Pujol. Mi padre y yo hablábamos mucho. Él me mandaba mails con enseñanzas, con consejos de vida. Aun así, durante la conversación salieron cosas que no sabía, preguntas que nunca nos habríamos hecho. Cómo quería vestir él cuando estuviera muerto, cómo quería que fuera su funeral...

Àlex Rigola. La mayoría seguramente nunca tendremos una conversacón así con nuestros padres, porque había una persona externa en la conversación que les estimulaba, y que hacía que hablaran de temas que muchas veces por pudor, por no querer herir, por diversas causas, buscamos evitar a las personas que queremos. O cosas tan sencillas como decir: dime una cosa que te gusta mucho de tu hija, o dime una cualidad de tu padre. Y que el otro esté delante y lo esté escuchando. O dale una serie de recomendaciones a tu hija para el día de mañana, cuando ya no estés.

P. ¿Qué pensaba su padre del proyecto?

Alba Pujol. Saber que esto iba a ser útil era muy importante. Para él, el mayor peligro era el individualismo, estaba convencido de la importancia de la comunidad, de pasar las cosas juntos, de vivir en equipo. A mí lo que me emociona cada vez que hacemos la función es que todo lo que hablamos ha pasado. Él quería que en su funeral tuviera humor, que se hablara desde el corazón, que se mencionaran sus virtudes y sus defectos, que fuera útil... Todo esto es la obra. Todo esto ha dejado él. Para mí que mi padre se haya abierto así a Àlex, a mí y a todo el mundo... Todo es un regalo. Y solo podemos devolverlo, devolverlo al público, porque sé que hay un regalo para ellos también ahí. Cuando lo pienso, me sale decirle: papá, lo hemos conseguido.

La obra se estrenó antes de la pandemia, pero vio truncado su recorrido, como tantas otras cosas, por el coronavirus. Cuando regresaron a escena, los espectadores habían pasado por un duelo colectivo, y muchos de ellos habían sufrido además un duelo personal.

P. Tras este año, ¿creen que el público recibe la obra de otro modo?

Àlex Rigola. Más allá del covid, la muerte es una frontera que todos vamos a tener que atravesar. Es verdad que la obra resulta terapéutica para la gente que ha sufrido un duelo en estos meses, porque al final se trata de compartir experiencias. Pero hablamos sobre todo de la vida, del amor, de cómo afrontar esos últimos momentos. De la muerte no sabemos nada.

Alba Pujol. La obra empieza con un monólogo en el que mi padre dice que todos nos creemos que somos súper importantes, pero que en cualquier momento un virus nos puede liquidar. Esto, claro, se recibe de manera distinta. Pero la pandemia no ha parado otras enfermedades, los enfermos de cáncer han seguido existiendo, con una situación mucho más dura y sufriendo mucho las restricciones. Yo no puedo imaginar lo que hubiera sido no estar con mi padre, no acompañarle a quimioterapia, no despedirme de él. Creo que esta obra tiene un mensaje muy sanador y muy tranquilizador y esperanzador con respecto a cómo entendemos algo tan cotidiano como decir adiós y separarte de alguien a quien quieres porque se va a morir. Yo sé que hay gente que ha vivido muertes en este año que se regalaba entradas, se recomendaba. De eso se trata, de acompañar.

P. ¿Creen que tenemos una conversación social sana en torno a la muerte?

Àlex Rigola. Para nada. Cuando me encargaron un proyecto sobre la muerte, yo mismo había reflexionado muy poco. Como sabes que tú vas a pasar por ello, de alguna forma dices: pues ya cuando llegue. Pero reflexionar sobre la muerte es reflexionar sobre la vida, enfrentarte a ti mismo, a qué has hecho y qué no has hecho, a qué cosas les has dado valor y a qué no. Y eso te señala pequeños cambios posibles en nuestros hábitos y nuestra forma de pensar. Cuántas veces hemos oído: ay, yo le hubiera dicho tal cosa a mi padre, qué no hubiera yo cambiado en mi vida. Muchas veces matamos partes de nosotros mismos por no accionar.

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Los dramaturgos insisten en que esta obra no habla de la muerte. Que de la muerte no puede hablarse, solo podemos hablar de la vida: los miedos, los arrepentimientos e incluso los alivios de los vivos ante la muerte, la gran desconocida. En el último año, muchos han sentido en todo el mundo que la omnipresencia de la enfermedad y la muerte les hacía preguntarse por el sentido de sus propias vidas: ¿eran la que llevaban la vida que querían?, ¿cuál era el sentido de estar vivos?

P. Tras este proceso de duelo y también tras el proceso creativo, ¿Ha llegado a su propia respuesta de para qué sirve la vida?

R. No sé si la vida sirve. La vida es. Para mí, se trata de recuperar todo lo que me ha ido enseñando mi padre a lo largo de los años: cuidar tu entorno, cuidar los vínculos, hacerlos fuertes, porque es ahí donde puedes hacerte fuerte tú, encarar los problemas con la máxima entereza, intentar no tener miedo y si lo tienes no dejar que te bloquee... Hace más de un año que estamos haciendo la obra, y mi proceso de duelo casi que empieza ahora, porque puedo echarle de menos de otra manera. Para mí es importante también terminar esta función, porque es cerrar una especie de contacto mágico. La pandemia ha sido muy dura, y nos hemos dado cuenta de que necesitamos de los demás. Supongo que para mí la vida es ir aprendiendo a amar bien, a poder mirar atrás y ver que sí, que has hecho cosas mal, que no has sido la persona que querías ser, pero perdonarte, perdonar a los demás, tratar de ser útil, mirarse lo menos posible el ombligo. En este año nos hemos dado cuenta de lo vendidos que estamos ante un sistema que está completamente obsoleto, de este capitalismo arrollador a punto de derrumbarse. Y solo nos tenemos los unos a los otros. Mi padre no era optimista con respecto al futuro, pero yo lo soy un poco más. Porque estamos aquí, ¿no?

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