Crisis en la eurozona

Los griegos se convierten en protagonistas de un mal 'thriller'

Pensionistas que no poseen tarjeta de crédito esperan para cobrar a las afueras de una sucursal del Banco Nacional de Grecia en Atenas este jueves.

La interrupción llega cuando se encontraba inmerso en la lectura matinal del periódico. El propio Barack Obama en persona ha telefoneado a Alexis Tsipras, dice el artículo. El hombre está solo, sentado en una terraza desierta de la calle Aioulou, la gran arteria peatonal del viejo barrio ateniense que rodea al mercado central. Vendedores de tejidos, de especias, comercios ambulantes, bazares de todo tipo. Hace unos años, las terrazas del barrio estaban llenas de griegos que tomaban café, antes de ponerse a trabajar con denuedo. Christos sigue acudiendo aunque ya no trabaja; hace compañía a su hijo, al frente del establecimiento. “El Gobierno alemán no escucha ni lo que le dice Obama sobre Grecia. No quiere oír nada”. ¿Por qué? “Porque Alemania le debe mucho dinero a Grecia. Nunca pagó las reparaciones de guerra. Por eso su interés en dejar caer a Grecia”.

Christos votó  en el referéndum del domingo, pero podría haber votado por el no. En el fondo, no es esa la cuestión. Tenía miedo sobre todo al Grexit. GrexitEstaba dispuesto a tragar con las nuevas medidas de austeridad impuestas por los acreedores. Al mismo tiempo, apoyaba el Gobierno de Syriza. Estaba desesperado por los bloqueos de las instituciones. “Hay algo que no comprendo. Cuando Tsipras propuso reformar la tasa de solidaridad y subir el coeficiente de solidaridad al 8% para las rentas superiores a los 500.000 euros anuales, ¿por qué Europa lo rechazó? ¿Alguien puede explicármelo?”. Ahora, Christos sigue teniendo el mismo miedo al Grexit y sigue respaldando también a Tsipras. “No voté a Syriza en las elecciones de enero, pero me ha convencido. Se ve que hace todo lo posible por sacarnos de ahí, que quiere quitarle a los ricos en lugar de a los pobres”.

Un hombre pasa, azorado. El pelo desaliñado, el torso desnudo y las zapatillas agujereadas, el cuerpo presenta las características de quien se ha quedado sin un techo.

“No lo niego, los griegos también son responsables. Hemos hecho tonterías, nos apoyamos en el clientelismo, teníamos una función pública sobredimensionada. ¡Pero no se puede eliminar todo de un golpe y poner en la calle a familias enteras! De todos modos, si no hay inversión, si no se crea empleo, la situación solo puede ir a peor. No saldremos de esta de otro modo. Thomas, el hijo de Christos, se suma a la conversación. En este tiempo, ha tenido un hijo y ha vuelto a ponerse al frente de la cafetería en plena crisis, ya no tiene miedo de nada. Estaba dispuesto a aceptar el plan de los acreedores, metió la papeleta del sí en la urna, el domingo. Pero la propuesta de los acreedores de subir el IVA en la restauración del 13% al 23% se le atragantó. “En un país que tiene como principal fuente de ingresos el turismo, ¡es absurdo!”. Thomas, a sus 36 años, suma 20 años de vida laboral. Es un niño de los barrios populares de Kipseli. Como Tsipras. “Lo que me gusta de él es que tiene convincciones y que las ha defendido en todo momento. Ya en el instituto era una persona muy comprometido. Es muy inteligente, pero en estos momentos, no sé cómo va a conseguirlo. No controla la situación”.

Llega el momento de irse pero, por más que insistamos, resulta imposible pagar la cuenta. “¡Aunque seamos pobres podemos invitarla!”.

A pocos pasos de la cafetería, se encuentra una vieja y conocida editorial ateniense, donde está Valia; hace unos años estaba desbordada de trabajo, ahora no sabe qué hacer. “En condiciones normales, recibía al menos cincuenta mails al día. Teníamos encargos diarios, hablábamos continuamente con editores extranjero, había que ocuparse de los contratos de traducción... Desde que entró en vigor el “control de capitales”, he dejado de recibir mailsmails”. Sentada cómodamente en su enorme despacho, a Valia solo le preocupaba una cosa, este miércoles por la mañana: entrar en la web del Parlamento Europeo, donde Alexis Tsipras iba a comparecer de un momento a otro. “Antes de la victoria de Syriza en el mes de enero, la situación estaba más o menos controlada. No comprendo la táctica de presión ejercida por los líderes europeos desde finales del año pasado. Por primera vez, Grecia había logrado un excedente presupuestario. El Gobierno Samaras continuaba imponiendo las medidas de austeridad que le reclamaban. ¿Por qué dejaron caer al Gobierno?, ¿qué querían?”. Valia, que es miembro de Syriza, repudia a la derecha conservadora de Nueva Democracia. “¿Y el acuerdo firmado en febrero? ¿Por qué cinco años después estamos en este punto de la discusión en el que hablamos del Grexit mientras que los bancos están cerrados y más cuando por ambas partes no era este el objetivo? ¡Es una auténtica locura”. No hay que olvidar que esta situación llega después de cinco años de austeridad. Los griegos se encuentran al límite.

En estas circunstancias, es difícil seguir apoyando a Tsipras al 100%. “Es demasiado brusco con sus adversarios, tendría que haber conseguido hacerse con sus simpatías. Dicho lo cual, tengo la impresión de que es lo que pretende hacer Euclide Tsakalotos, el nuevo ministro de Finanzas. Y, además, Tsipras ha pasado un poco por alto que el pueblo estaba completamente traumatizado. Pero el problema, en el fondo, es que sus socios nunca han confiado en él. Porque tras las elecciones enero, Syriza habría podido constituir una dinámica positiva y mantenerla durante varios años en Grecia...”. Qué desastre. Estas interminables negociaciones, a fin de cuentas, ponen de manifiesto lo difícil que resulta poner en práctica política de izquierdas en Europa. “Pero rechazar dejar morir a alguien, querer darle de comer, ¿es ser de izquierdas? ¿Está mal? ¿No es simplemente una cuestión de humanidad?”.

Tsipras está solo

En la pantalla del ordenador aparece Donald Tusk. “Debemos hacer frente a momentos difíciles, únicos en Europa y en nuestra Unión Europea”, dice el presidente del Consejo Europeo. Alexis Tsipras pronto tomará la palabra.

Valia no puede imaginarse lo que sería volver al dracma. “Es como imaginarse su propia muerte o su resurrección, es algo que no llego a concebir. Es como sufrir un cambio de identidad. Por supuesto, conocimos el dracma y no era nada tan malo, pero volver a la moneda nacional, ¿qué quiere decir? ¿Avanzamos o retrocedemos? En cuanto a la salida de Grecia de la Unión Europea... Si se hace, supondría empezar con una serie de amputaciones en la UE, cortar con un país conllevaría necesariamente más separaciones”. Valia es madre de adolescentes, su hijo mayor acaba de empezar a estudiar en la universidad. Confía en poder pagarle los estudios. El domingo, votó no, en su entorno votaron . “En el fondo, todos los griegos quieren lo mismo, quieren una Europa mejor”, dice. Y el resultado de este no magistral, con más del 61% de apoyos, supone una vuelta de tuerca todavía mayor por parte de Bruselas... “¿Por qué imponer una sola lógica sobre todo el continente y no respetar las lógicas diferentes que puede haber en cada país miembro?”.

“Deseamos un acuerdo que nos deje una posibilidad de salir de la crisis, con reformas y una forma mejor de compartir la carga”, señala Alexis Tsipras ante los diputados europeos en Estrasburgo. “Hay que encontrar una solución duradera sobre la deuda griega”.

El discurso es retransmitido en directo por las cadenas de televisión griegas. En el kafeneio de la esquina, el café popular, se presenta una nueva ocasión de oro para que los más asiduos se enzarcen en una discusión sobre las responsabilidades de unos y otros. Siguen a medias el discurso del primer ministro. Asterios suelta: “Si habla en el Parlamento Europeo, es que la situación es grave, vamos a volver al dracma”. Panayotis replica: “Todo esto es culpa de Samaras, Papandréu, Simitis... [ex primeros ministros griegos]. ¡Por ellos estamos donde estamos!”. Asterios: “No es verdad, Tsipras es el que nos lleva a la bancarrota”. Panayotis: “Tsipras debe hacer frente a una situación difícil, pero hasta la fecha no ha firmado ni un memorándum de austeridad como sus predecesores, nunca ha robado dinero, ¡no formaba parte de este sistema corrupto! No se le puede meter en el mismo saco que a los demás”. Y unos y otros lanzan preguntas. Nikos: “A mí me gustaría que alguien me explique lo que significa Grexit. ¿Qué va a pasar? ¿Podrá seguir haciendo importaciones Grecia? ¡Nadie nos lo explica...!”Grexit Los tres asiduos tienen los bolsillos repletos de los billetes que han conseguido sacar del cajero, pero su riqueza no da para muchos lujos. En la parte baja de la calle Evripidou, la línea que separa a las clases medias y a los que ya han caído en la pobreza es muy delgada.

En una esquina, Panayota, una sexagenaria cansada que fuma cigarro tras cigarro. Votó no en el referéndum, pero ve que la victoria se le escapa entre los dedos. “Tsipras está solo. El desafío es inmenso...”. Panayota se quedó en el paro poco antes de la crisis. Su taller de costura de barrio, que daba trabajo a una veintena de mujeres, quebró y se vio endeudada y sin poder cobrar la prestación por desempleo. No ha vuelto a conseguir tener una actividad económica estable, no ha logrado saldar su deuda con la Seguridad Social. Como consecuencia de ello, ahora carece de cobertura sanitaria, por lo que debe recurrir a Médicos del Mundo. Para comer, a diario, acude al comedor social del Ayuntamiento de Atenas. Se va, ya es hora.

Una vez más, salimos de la cafetería sin conseguir abonar la consumición.

Panayota se marcha con su enorme capazo bien amarrado bajo el brazo. En el interior lleva decenas de paquetes de cigarrillos. Los vende en el mercado negro, a los necesitados del barrio. Con eso, los días buenos consigue hasta ocho euros. “Hubo una época en que lograba sacar hasta 20 euros diarios, pero eso se acabó...”. Tiene la mirada nerviosa y vuelve la cabeza sin cesar para comprobar que no se acerca ninguno de los policías que patrullan la zona. Panayota ya ha terminado tres veces a la comisaría. “Como soy una vieja con mala salud, les doy pena y dejan que me vaya”. No es su preocupación diaria, pero las demandas de los acreedores de Bruselas le parecen absurdas. “Las instituciones quieren aumentar la edad de jubilación hasta los 67 años. Tengo 60 años, hace siete que estoy en el paro. ¿Cómo voy a poder trabajar hasta los 67 años?”. Panayota no se desanima. Cada mes paga parte de su deuda con la Seguridad Social, en plazos de 50 euros. Todavía debe 2.000 euros y no sabe cuándo conseguirá sacar la cabeza.

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Ante el comedor social, cuando llegamos, ya hay cola; la gente espera pacientemente bajo un sol de justicia. Los periodistas no son bien recibidos y es de entender. Estos griegos golpeados por la crisis han visto más de una cámara. Desde hace cinco años, los medios de comunicación llegan en masa tan pronto como la cuestión griega vuelve al primer plano de la actualidad. Estas últimas semanas, la presión mediática ha alcanzado su cota máxima.

Nos disponemos a marcharnos cuando un joven nos hace saber que quiere hablar. Illias ronda los treinta años, frecuenta este comedor social desde hace seis meses justos. Como los demás, no pensaba que tendría que recurrir a un sitio así. Su vida profesional estaba encarrilada. Realizó estudios de mecánica, tiene experiencia en el extranjero, habla un inglés perfecto. En 2003, compró maquinaria, un cargador de ruedas en el que invirtió 180.000 euros. Este emprendedor, trabajaba en las obras públicas. Hasta que la inversión cayó en picado. No consigue pagar el alquiler. Hace tres años, revendió la maquinaria por... 40.000 euros. Rápidamente se quedó sin recursos. Ahora todo lo que encuentra es trabajo en negro, diario, en gasolineras donde limpia los coches. “Si salimos de la zona euro, ¿Qué va a cambiar para nosotros? No se puede caer más bajo”, mantiene. “Pasaremos tres o cuatro años difíciles, pero después remontaremos”. La situación remontará, es lo mismo que decían las previsiones econémicas de los acreedores. Grecia se encuentra en su séptimo año consecutivo de recesión.

Traducción: Mariola Moreno

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