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Análisis

Venezuela: una victoria para la reconciliación

Venezuela: una victoria para la reconcialización

Gustavo Palomares Lerma

Los espléndidos resultados conseguidos por la Mesa de Unidad Democrática no eran una victoria anunciada a pesar de que todas las encuestas y sondeos auguraban este triunfo, especialmente cuando, después de varias experiencias de observación electoral –acompañamiento según el régimen– se conocen bien los mecanismos de control electoral antes, durante y después que tiene establecido el chavismo en ese país.

El cierre de campaña y el último llamamiento de Maduro a defender la “revolución”, fuera cual fuera el resultado electoral, ya preveía un escenario de derrota para las posiciones gubernamentales y quiso emular aquel otro que hizo Chávez en septiembre de 2010 cuando se olía una posible derrota electoral y la pérdida de mayoría en la Asamblea, como finalmente ocurrió. La gran diferencia entre aquella situación derrotista y la actual es que, en este caso, dicho llamamiento –antes y después de la derrota y más destinado a conseguir cerrar filas internas–, lo realiza un líder puesto en duda de forma abierta incluso en algunas instancias internas del propio partido que de forma progresiva añoraban el liderazgo del “comandante eterno”.

Un presidente como Maduro tachado de falta de liderazgo, incapaz de crear consensos internos capaces de administrar el descontrol en las políticas públicas esenciales del Estado, al borde permanente de la bancarrota acuciante y en plena deriva autoritaria fuera, contra la oposición y dentro, con el recurso a prácticas camorristas o sicariales que llevaron a la muerte del líder opositor Luis Manuel Díaz y a los ya habituales “alardes” motorizados y armados que han recorrido las grandes ciudades antes y durante la jornada electoral. Un paso más en el “régimen del terror” consecuencia del pánico a la pérdida del poder y de los puesta en práctica de los distintos métodos para mantenerlo a toda costa.

La gestión de Maduro como presidente, incluso más allá del resultado electoral, dilapida la herencia de Chávez y provoca la pérdida del apoyo de amplios sectores que siguieron de forma incondicional al "líder eterno", el único capaz de poner orden entre huestes tan diversas. Una parte significativa de éstas –que ha sido imposible "meter en cintura" en esta campaña, a pesar de los distintos intentos y diversas amenazas–, consideran que su desaparición ha sumido al país en la anarquía y ha propiciado el "vale todo" en la lucha de las distintas "familias de intereses" chavistas para mantener las prebendas conseguidas. Muchos ya no dieron su voto a Maduro previendo lo que se venía encima hace dos años, y son una porción significativa de esos más de dos millones de votos previsibles –sino más– perdidos por el movimiento de forma progresiva desde la desaparición de Chávez.

Ha sido poco inteligente por parte de Maduro participar en esta carrera hacia la radicalización en estos años como presidente, exigida y decretada por parte del "núcleo duro" más combativo en gobierno y partido, despreciando la posibilidad de mínimos “puentes” en un diálogo directo o indirecto que evitara el enfrentamiento social, las muertes en la calle y esta grave crisis política y de legitimidad. La sombra de Diosdado Cabello se refleja en todo este proceso y en especial en este momento, en donde puede cuajar, ante el desastre electoral, el llamamiento a la búsqueda de un nuevo caudillo más taimado y aguerrido, depositario, defensor a ultranza y mejor guardián de las esencias revolucionarias.

Por ello, la idea de Maduro como rehén de los sectores más radicales que pudieran estar en la idea de un golpe interno en el PSUV, una vez confirmada la debacle de las candidaturas gubernamentales, no es para nada descabellada; más aún, si estuvieran detrás de esta jugada algunos de los sectores u oficiales del Ejército cercanos política, familiar o incluso corruptamente al hasta ahora presidente de la Asamblea Nacional.

Después del resultado en las urnas y de la incontestable victoria, el principal reto que tiene la Mesa de Unidad Democrática –si tenemos en cuenta los distintos y contrapuestos partidos, coaliciones e intereses presentes– es saber mantener su unidad y coordinación para llevar a cabo sin fisuras los retos que tiene por delante. Es necesario restablecer de forma progresiva el sistema de libertades y el Estado de derecho: la libertad de los presos políticos, la recomposición de las instituciones parlamentarias y jurisdiccionales, sin olvidar el ínclito Consejo Nacional Electoral.

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De forma paralela, pero con la misma intensidad, es imprescindible un voto por el entendimiento y la reconciliación para asumir los retos y problemas pendientes. Un país a la cola continental según las principales magnitudes macros y micros consideradas, los grandes niveles de desabastecimiento que afectan al 60 % de la “cesta básica” y el segundo país en el mundo en los índices de inseguridad y homicidios que coloca a este país dentro de los denominado por los expertos como "Estados fallidos". Fallidos, no por su tierna institucionalidad, inexistencia del Estado y falta de consistencia política y social, como ocurre en algunas realidades principalmente africanas. Más bien, por todo lo contrario, por exceso, abuso y no por defecto; por una capacidad histórica obscena para el "derroche" basada en una falsa prosperidad económica al “debe” que la ha llevado a la quiebra, con una élite política y social corrupta que asume el "Estado como botín". Esta descripción próxima al infierno dantesco es difícilmente sostenible para una de las ciudadanías más politizadas y de mayor tradición participativa en el continente como es la venezolana.

____________Gustavo Palomares

fue miembro de la Misión Electoral Internacional en Venezuela en las últimas elecciones presidenciales, es catedrático europeo Jean Monnet en Políticas y Cooperación de la UE en la UNED y presidente del Instituto de Altos Estudios Europeos.

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